
(Murder on the Orient Express)
Si algo tiene la inmensa variedad de canales ofertados por las plataformas digitales es que puedes encontrar cualquier cosa, llámese película, serie o vídeo musical, de cualquier época y nacionalidad. Es la mejor alternativa a los canales en abierto, cuya programación cada vez es menos atractiva (ni la 2 de TVE se salva). En una noche de calor de un verano que parece no acabar nunca un servidor se encontraba incapaz de pegar ojo y comenzó a hacer zapping por la televisión digital. Llegado a Calle13 paré mi vista en un clásico que estaba comenzando y que no veía desde hace años, y al que no recordaba tan estimulante. Se trataba de “Asesinato en el Orient Express”, enésima adaptación de una novela de Agatha Christie acerca de su personaje más reconocido, el investigador belga (no francés, como creen muchos, incluso en la misma película) Hércules Poirot.
Para los que somos seguidores en parte de este tipo de narrativa, en la que incluyo los intrigantes y recomendables relatos del maestro Poe, puede parecer que “Asesinato en el Orient Express” es una de Poirot más, y especialmente por la trama. El título lo dice todo, y se lo debe al Expreso de Oriente, ese tren que tantas veces cambió de nombre y rutas a lo largo de la historia, y que incluso hoy en día sigue en activo, aunque ya no con tanto auge como en su misma concepción. A bordo de este lujoso tren ocurre un asesinato, y Hércules Poirot, quien está en él casi de pasada, pone todo su ingenio a trabajar mientras el expreso queda atrapado en medio de la nieve. Poco a poco irá descubriendo una compleja trama en la que todos los pasajeros pueden estar implicados y que guarda relación con un asesinato ocurrido años antes y el cual sirve de efectivo prólogo a la historia.
¿Por qué es tan especial esta película? Para empezar por su director, Sidney Lumet, bastante alejado de sus trabajos policíacos y políticos más característicos y metido de lleno en un film que bebe bastante del teatro y de los diálogos y el suspense para mantener el interés del espectador. Han pasado 17 años desde su afortunado debut, “12 hombres sin piedad”, y el director se encuentra en una etapa muy prolífica, durante la cual es capaz de estrena hasta dos películas por año y prácticamente tener una cita anual con el cine hasta su llegada a la década de los 90 y la posterior, durante las cuales su ritmo de trabajo fue marcadamente menor. El trabajo de Lumet es más artesanal que sinónimo de maestría en esta cinta, pero no hablamos tampoco de una historia que requiera mayores efectismos para resultar grandiosa en pantalla.
La segunda razó

Y la tercera, y la que más puede llamar la atención de los espectadores asiduos al cine de todas las etapas, es su plantel de secundarios. En él encontramos desde actores y actrices del Hollywood clásico reciclados para la ocasión hasta otros surgidos durante los 60 y 70, de

El número 12 se repite en esta genial adaptación -no del todo fiel a la original, pero con cambios que no liquidan el espíritu de la novela- en la que, como bien apunta Connery en un momento del interrogatorio al que Finney somete a los pasajeros, “Un jurado de 12 hombres justos es un sistema justo”, algo que recuerda a la ópera prima de Lumet. No faltan los fallos de raccord y el desajuste entre distintas secuencias fruto de intentar mostrar la trama desde distintos ángulos y puntos de vista, además de un esquema narrativo un tanto esquemático y repetitivo. No obstante, la película consiguió 6 nominaciones a los Oscar, sin incluir mejor película y director, y 9 a los BAFTA, incluyendo esta vez director y película, y logrando John Gielgud el premio al mejor secundario, y es una muestra más de lo que puede dar de sí el género detectivesco para el cine. Para el espectador resulta una experiencia gratificante, mientras que para Poirot no sino otro caso más, el cual resuelve en una magnífica secuencia final en grupo de esas que asombran y sobrecogen por la capacidad de análisis del personaje, el cual acaba el caso como mismo comenzaba la película, desde la más absoluta rutina del profesional que conoce al dedillo los entresijos de su trabajo y de la conducta humana.