Esa concha sin fantasma
“Ghost in the Shell”
fue, con permiso del “Akira” de Otomo, la encargada en los 90 de derribar
definitivamente los muros entre Oriente y Occidente, entre anime y cine de
acción real, de conseguir hacer soñar a millones de personas con algo más que
ovejas eléctricas, de unir definitivamente inteligencia artificial, espionaje,
cyberpunk, política y ciencia-ficción en un combo de aspiraciones metafísicas
que supuso todo un boom en el momento de su estreno, hace veinte años, y que ha
derivado en toda una franquicia y un objeto de auténtico culto.
Lo primero que podemos
echar en falta en su readaptación cinematográfica es que ésta no aporte nada
nuevo a lo ya visto. Tiene una estética fabulosa, pero deudora de filmes como “Blade
Runner”, y una concepción de las escenas de acción que puede recordar al “Matrix”
de los Wachowski, otra ramificación surgida del film original de Mamoru Oshii.
Todo en ella suena a déjà vu, pero no
es que tampoco la cinta de Rupert Sanders trate de desmarcarse de sus
referentes, por lo que en ese sentido es honesta.
Su primer pecado es que
confunde grandilocuencia con un constante ralentí del ritmo narrativo. No
olvidemos que estamos ante un blockbuster,
y que como tal debería cubrir unas exigencias más enfocadas hacia el gran
público. Y sin embargo, Sanders prefiere darle un toque más oriental al
conjunto, más pausado e intimista, más de escenas en espacios cerrados que de
potenciar hasta el infinito las posibilidades del universo que está trasladando
a imagen real. Ello deriva en un tempo narrativo que puede atragantarse a más
de uno. Incluso sus escenas de acción resultan desangeladas, faltas de esa alma
que las diferencie de otras propuestas similares. Y he aquí su segundo y mayor
pecado, su hermetismo, su falta de pasión y de ser algo más de lo que es, de
desmarcarse de cualquier referencia y constituir un ente propio y consistente.
Por el camino, muchas
cosas interesantes y destacables. Su reparto, su apartado visual, la excelente
banda sonora de Clint Mansell y Lorne Balfe, los momentos en los que copia planos
de su referente, y el interés con el que se ve su historia y cala su mensaje –bastante
masticado y servido en bandeja para las grandes masas, eso sí- si el espectador
consigue no quedarse dormido durante su visionado. No satisfará, por supuesto,
a aquellos que encuentren en el manga y la película original un mantra a
seguir. Porque esto, más que una adaptación literal, es una traslación libre
basada en todo un universo por explorar y a expandir. En vista de los réditos
en taquilla, no es probable que esto último suceda. Al menos no de esta manera.
Y es que todas sus virtudes sirven de poco si bajo su concha, si bajo su lujoso
y atractivo cascarón, no hay un alma que lata con fuerza. Eso que aquí llaman
un fantasma.
A
favor: el apartado audiovisual y el interés con el que se
ve si uno logra no quedarse dormido
En
contra: le falta mucha alma a esta máquina, y que confunda grandilocuencia con tempo narrativo
Calificación ***
Merece la pena
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