Otro día más
de Sol en LA
Es
imposible no enamorarse de “La La Land“. Desde su misma escena inicial, que nos
introduce en el Cinemascope, en un mundo en Technicolor acompañado por un tema
musical que llama a introducirse en la gran pantalla, seduce, enamora y
embriaga. El mismo sentimiento de amor que profesan todos esos soñadores que
acuden a la Meca del Cine buscando una oportunidad, a perseguir las luces que
brillan en la ciudad de las estrellas, a subir hasta las alturas de la colina
más famosa del séptimo arte, esa desde la que sólo puedes caer o mantenerte
eterno.
Imposible
no enamorarse de ella, porque lo nuevo de Damien Chazelle es una carta de amor
a la música, algo que ya destilara su anterior obra, con sus subidas y bajadas
sentimentales. Y también al musical en particular. Por sus fotogramas resuenan
los ecos del cine de Donen y Demy, y de otros tantos maestros que han rubricado
todo un género para expresar sentimientos y emociones. Todo en ella destila
técnica. Música, sonido, fotografía, escenografía… Chazelle no sirve un musical
al uso, prefiere jugar con el género y no pervertir su esencia, sino contarnos
su particular visión sobre el mismo, una visión en la que las canciones alegres
y el colorido menguan conforme se abandona el amor por alcanzar algo más
importante: las metas personales.
Por
supuesto, es una historia de amor entre dos soñadores, interpretados con la
soltura para la comedia de un cada vez más acertado Ryan Gosling y la
delicadeza y espontaneidad naturales de una Emma Stone que se erige como reina
absoluta de la función. Pero también es un mensaje de amor al cine en general.
De amor y por supuesto de desamor, dos conceptos antagónicos pero
inevitablemente unidos. Al cine como fábrica de sueños y desilusiones.
Todo en
ella es para ser amada. Y aunque le ocurra lo mismo que a su anterior film, y
el ritmo pueda parecer que decaiga hacia mitad del metraje, en este caso por
abandonar deliberadamente los tópicos del musical, su director vuelve a retomar
el pulso en un epílogo que supone todo una moraleja sobre el cine como
mecanismo para contar historias, pervertirlas y encauzarlas a su manera. Es lo
bueno del séptimo arte, que siempre puede reiniciarse a sí mismo y acabar en un
ensoñador final feliz. No importa lo que pase hoy. Mañana será otro día más de
Sol en Los Ángeles.
A favor: el amor que profesa al cine,
la fotografía, la música, el sonido, la escenografía, su pareja protagonista…
En contra: que su distanciamiento del
musical tradicional pueda ser visto como un bajón de ritmo
Calificación *****
Imprescindible
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