miércoles, 30 de septiembre de 2009

La película del mes

Cada final de mes les traigo el análisis de algún film que viera en mi infancia (o no), que me impactara o me decepcionara sobremanera, con el objetivo de ver cómo el tiempo pone a cada cosa en su lugar
Alien, el octavo pasajero *****
El terror del más allá
Ridley Scott es uno de esos realizadores que siempre ha creado división de opiniones: los hay que le consideran un oportunista, un tipo que estaba en el lugar más indicado en el momento más oportuno, y los hay que lo tienen por un maestro. Sea como fuere, en su haber tiene dos de los mayores hitos de la ciencia-ficción del siglo XX y de la historia del cine en general, y nadie puede reprocharle el haberlas dirigido con maestría. Me refiero, por supuesto, a “Alien” y “Blade Runner”.

“Alien, el octavo pasajero” –más bien debería ser el noveno, que nadie tiene en cuenta nunca al gato- puede enmarcarse para sus detractores en la primera categoría, la del oportunista, pero también puede considerarse como una gran proeza, como perteneciente por méritos propios a la categoría del maestro, o como mínimo de un director que apuntaba maneras. La historia llegó a manos de Scott casi por casualidad, después de que directores como Robert Aldrich o Walter Hill rechazaran dirigirla. Este último no se desvinculó del todo del proyecto y se hizo cargo, junto a David Giler, de modificar el primer guión de Dan O’Bannon, además de ejercer labores de producción conjuntamente. O’Bannon se encontraba recién salido de una frustrante experiencia junto a John Carpenter en “Dark Star” y para resarcirse de su desencanto ideó una historia con espíritu de serie B ambientada en el espacio exterior. Escribió una historia titulada “Star Beast” junto al también productor Ronald Shusett, pero al parecer no convenció a los productores Hill y Giler, que reescribieron buena parte del guión. Aún así, la historia original iba a ser bélica, con unos pequeños monstruos irrumpiendo en una fortaleza norteamericana. Entre los cambios efectuados estaban los personajes, que pasaron de ser enteramente masculinos a cincos hombres y dos mujeres, además de llamar a la nave Nostromo en lugar de nombres barajados como Snark o Leviathan, en homenaje a Joseph Conrad. Una de las muchas causas de los cambios fue que la 20th Century Fox se interesó por el proyecto ante la posibilidad de repetir el éxito de “La guerra de las galaxias”. Por ello, el libreto original de serie B pasó a poseer más categoría y como consecuencia parte del gore que se prometía debía ser omitido, las referencias sexuales debían suprimirse y había que homogeneizar el reparto. Sin duda, una heroína daría mayor éxito a la película.

Si O’Bannon fue el verdadero padre de la historia, luego perfilada por los productores, H.R.Giger sería el padre de la criatura, el encargado absoluto del diseño del alien y de toda la dirección artística. O’Bannon y Hill sabían que por muy buena que fuera la idea, si el monstruo no quedaba creíble caerían en el ridículo más espantoso. Así, tras ver el trabajo del pintor suizo en el libro “Giger’s Necronomicon” decidieron contar con su participación. Así nació una de las criaturas más célebres del séptimo arte, una forma de vida perfecta capaz de adaptarse a cualquier ambiente solo por sobrevivir, un parásito voraz y de aspecto terrorífico gracias a la labor de Giger. Por su increíble labor recibió un merecidísimo Oscar, aunque no debemos olvidar el trabajo del artista Moebius, que diseñó los trajes especiales y uniformes. No obstante, el modus operandi del alien fue surgiendo durante la producción y en algunos casos durante el rodaje, como la forma de incubar los embriones usando cuerpos como huéspedes o la sangre ácida de la criatura.

Lo cierto es que hablar de “Alien” es hablar de varios genios compartiendo experiencias en distintos terrenos. En el guión se tuvo hasta a cuatro personas en momentos diferentes. En la dirección artística, el diseño de producción, el vestuario y el maquillaje a dos artistas de renombre. En la banda sonora se contó con el gran Jerry Goldsmith, cuyos acordes no hacían más que acrecentar la dosis de suspense y desasosiego que ya se encarga de crear el filme. Y por supuesto la labor de Ridley Scott. Es la única ocasión en toda su filmografía en la que el cineasta británico realiza un alarde de maestría con la atmósfera y en concreto con el silencio del espacio para crear una sensación de angustia que va in crescendo a medida que avanza el metraje. Como bien rezaba la frase promocional, “En el espacio nadie puede oír tus gritos”. Scott juega muy bien con la atmósfera opresiva para crear suspense, maneja muy bien el terror a lo desconocido, a lo que no vemos –la criatura, al igual que el tiburón de Spielberg, rara vez se nos muestra en todo su esplendor-. Incluso en el montaje apreciamos esos latidos del corazón que acompañan a las secuencias de mayor tensión, y que junto a la partitura de Goldsmith ponen los nervios de punta. La idea que tenía en mente Scott era realizar un cruce entre “La matanza de Texas” y películas de ciencia-ficción como “Star Wars” o “2001: Una odisea del espacio” –de hecho, el diseño de las naves puede recordar al de la película de Kubrick-, aunque también podemos ver referencias a esa serie B de los años 50 que contagió a toda una generación con títulos como “It! El terror del más allá”, serie B que el producto final no abandona del todo. El realizador venía de haber disfrutado del reconocimiento de la crítica internacional con la magnífica “Los Duelistas”, basada en una novela de Conrad, autor que influiría en la obra del director en sus dos primeras películas. Junto con su posterior trabajo, “Blade Runner”, Scott realizó una carta de presentación que podría haberle catapultado al status de maestro, pero con el tiempo se fue diluyendo en proyectos demasiado alimenticios para alguien que prometía mucho en un principio.



Muchas secuencias quedaron en la sala de montaje por irrelevantes o innecesarias para la trama, todas dedicadas principalmente a indagar en las relaciones entre sus personajes. Solo una de ellas posee la importancia suficiente para no caer en el olvido. En ella, Ripley entra en una sala en la que el alien mantiene con vida a algunos tripulantes del Nostromo y el Capitán Dallas, interpretado por Tom Skerritt, le pide que le sacrifique antes de que salga al exterior el alien que lleva dentro reventándole el pecho. Esta secuencia, que revela otra de las características del alien, fue descartada para no acabar con el suspense que había creado de por sí el destino del capitán tras la tensa escena dentro de los conductos de ventilación, pero el concepto sí fue utilizado posteriormente en su secuela. El mismo director, en una manía que le ha llevado a estropear algunas de sus películas más célebres, presentó en 2003 un montaje que añadía esta y otras secuencias que demostraron que no era necesario retocar una ya de por sí obra maestra.

Por supuesto, otra parte importante que aseguró la solvencia de la película fue su acertado reparto. John Hurt, Harry Dean Stanton, Tom Skerritt, Ian Holm, Yaphet Kotto y Veronica Cartwright (la niña de “Los pájaros”) acompañan a la por entonces desconocida Sigourney Weaver en esta pesadilla que no estaba formulada inicialmente como una película de grandes actuaciones. No obstante, todos los actores están perfectos y consiguen convertir a unos personajes planos en caracteres con los que el espectador puede implicarse directamente. El orden en que los he ido nombrando es primordial pues es el mismo en que mueren en el filme, y dicho orden no es por casualidad. Lo que se buscaba era crear desconcierto e inseguridad en el público, y para ellos los actores iban muriendo inversamente proporcional a la fama que poseían en aquel momento. Así, John Hurt acababa de ser nominado al Oscar y ganador del Globo de Oro y el BAFTA por “El expreso de medianoche” y se convertía en el imprevisto padre de la criatura en una de las secuencias más famosas de la historia del cine, y que el mismo Hurt parodiara en “La loca historia de las galaxias”, de Mel Brooks. Todos y cada uno van cayendo a manos del nuevo pasajero del Nostromo, hasta que finalmente solo sobrevive el miembro del cast menos conocido, Sigourney Weaver, que vio cómo su fama crecía como la espuma tras el éxito del filme, fama que supo aprovechar y explotar con sabiduría.

El hecho de tratarse de una película de terror y ciencia-ficción con algunas reminiscencias al gore dificultó su paso por las salas en algunos países. Se estrenó con escenas censuradas en multitud de ellos, incluido España, y sin duda esa dosis de hemoglobina y violencia le prohibió alcanzar el éxito de otros productos más para todos los públicos como “Star Wars”. Aún así, y en parte gracias a una campaña publicitaria de trailers que ocultaban la verdadera esencia de la película –un antecedente al tan de moda marketing viral- “Alien” supuso un taquillazo –recaudó en Estados Unidos 80 millones de dólares frente a los 11 que costó- y todo un objeto de culto para toda una generación, hasta el punto que generó una fiebre por el terror venido del más allá que culminó en tres secuelas –una memorable, la secuela dirigida por James Cameron, y una tercera entrega lamentable de David Fincher, sin contar el entretenimiento surgido bajo la particular mirada de Jean Pierre Jeunet-, comics, videojuegos y demás productos, así como otras películas como “La cosa” o “Depredador” que explotaban en parte el mismo concepto. Incluso osaron enfrentar a este último y a la criatura de Giger en un videojuego y posteriormente en la pantalla grande. El mismo Scott intentó empañar el recuerdo en uno de sus ya extenuantes montajes del director, pero nada pudo ensombrecer al clásico.

“Alien, el 8º pasajero” cumple treinta años y con motivo del aniversario es la gran homenajeada en el Festival de Sitges de este año. No es para menos. El film de Ridley Scott no ha hecho más que ganar con los años. Ha ganado, como ocurre con las grandes películas, en grandeza, hasta el punto de haberse convertido en uno de los grandes hitos del celuloide. Nunca el silencio del espacio, un tempo cinematográfico que avanza como un reloj suizo cuyas manecillas suenan como los latidos del corazón y la creación de uno de los mejores monstruos del cine han ido de la mano de una manera tan majestuosa.



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viernes, 25 de septiembre de 2009

LA CRÍTICA

Maridos de sangre ***

Los primeros compases del último –esta vez sí- cortometraje de Manuel Lasaga nos remiten con ese denso blanco y negro y sus créditos iniciales al cine ambientado en la España recóndita e interior de Luis García Berlanga.

El posterior paso al color no es una simple casualidad. Relato de claros tan blancos como la nieve y oscuros tan negros como el asesinato, Lasaga ya nos advierte que el ambiente de su corto no solamente irá de los tonos monocromáticos al multicolor, sino también de la comedia castiza, esa misma comedia de pueblo donde todos comentan sobre todo y sobre todos que Berlanga dominara a la perfección, a la tragedia de dos hermanos que asumen sus roles de marido y mujer, o quizás debería decir marida, hasta sus últimas consecuencias.
Lasaga consigue con este matrimonio de conveniencia fraternal su obra más digerible argumentalmente hablando, pero con los mismos matices ocultos que sus anteriores trabajos. Lo que volvemos a tener es a los infraurbanitas de siempre, pero en esta ocasión trasladados a un entorno rural donde no se atisban más mujeres que las que cobran dos mil pesetas por servicio, donde los jóvenes han emigrado a la gran ciudad y en el cual ya solamente quedan ancianos.

Puede que no esté a la altura del resto de su filmografía, pero volvemos a estar ante diálogos casuales, ahora mejor integrados que nunca en el guión dado que nos encontramos ante gente de pueblo, ante actores amateurs que cumplen solventemente con su trabajo y ante todo con personajes perdidos del mundo real, ahora con más razón si cabe, pero que buscan un ideal ficticio. Si en “Muerde el ladrillo” el protagonista encontraba la solución a su crisis personal hincándole el diente a un elemento de construcción y en “Familia colateral” la evasión consistía en pasar de una familia plastificada emocionalmente a otra plastificada físicamente, pero más humana que la original, en “Maridos de sangre” lo que tenemos es la realización de un sueño, el de formar una familia en tierra de hombres, camuflado todo bajo la mera excusa de la conveniencia económica. Lástima para sus protagonistas que esta vez no consigan lo que quieren.

Lo mejor: el sutil cambio de tono que propone el director, primero del blanco y negro al color y luego de la comedia a la tragedia.
Lo peor: no está a la altura de trabajos anteriores.

Cortometraje disponible en Vimeo
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Maridos de sangre
España, 2009, 18 minutos
Dirección, guión y producción: Manuel Ortega Lasaga
Intérpretes: Orlando Fernández Mijares, Paco Orellana, Fausto Grossi
Sinopsis: Una boda de conveniencia entre dos hombres es celebrada en una pequeña aldea castellana.

sábado, 19 de septiembre de 2009

LA CRÍTICA

Malditos Bastardos ****1/2
Bastardo Tarantino

“Ésta podría ser mi obra maestra”. Con esa oportuna frase acaba “Malditos bastardos”, y por ende su mimado guión. Uno se imagina al narcicista Tarantino escribiendo semejante epílogo que a la vez sirve como decálogo sobre sí mismo, proyección de esa idea preconcebida que tiene de sí mismo como maestro del cine, como autor de culto. Y lo peor no es que se tenga creído que es bueno. Lo peor es que realmente lo es.

Haciendo gala de más efectismos que el mismísimo Brian de Palma, Tarantino rueda la que quizás no sea su mejor película –ese puesto de honor aún lo conserva “Pulp Fiction”-, pero sí la más metalingüística y consciente de sí misma de su filmografía. El director parece reírse de sí mismo, aunque sin olvidar esos delirios de grandeza que constituyen su mayor, y diría que único, punto débil como cineasta.

“Malditos bastardos” no es solamente la cruzada de un grupo de hombres como lo fuera “Doce del patíbulo”. De hecho, los bastardos del título, y todo lo que parece prometer la película a raíz del trailer y lo que se haya dicho de ella, ocupan un lugar bastante recóndito en toda esta trama de venganza que expone los motivos y las consecuencias -históricas especialmente- de este ajuste de cuentas paralelo entre dos bandos que se desconocen los unos a los otros, pero cuyo objetivo común es el mismo: acabar con el Tercer Reich. Este acto de “traición” por parte de su campaña publicitaria podrá indignar a los que esperen ver al caricaturesco y genial Brad Pitt y a sus bastardos cortar cabelleras nazis a diestro y siniestro.

Pero lo que nos ofrece es algo más estimulante. “Malditos bastardos” es un ejercicio metalingüístico y multilingüístico sobre el cine y la comunicación como arma arrojadiza. Con una estructura de capítulos muy similar a “Kill Bill”, Tarantino nos cuenta su historia bastante linealmente, algo a lo que no nos tiene acostumbrados, alternando cuatro lenguas –es indispensable verla en versión original, pues sus momentos más brillantes residen en sus juegos de palabras– y hablando del cine dentro del cine según Tarantino. Para él el cine es una bomba de relojería tan salvadora como propagandística, metros y metros de celuloide inflamable capaces de cambiar el curso de la historia. Porque estamos ante un orgulloso cinéfilo, no ante un historiador, que hace lo que quiere pero sin perder en el horizonte su amado spaghetti western, que prefiere torcer el desenlace hacia el sangriento cine de gángsters y espionaje antes que hacia el drama, capaz de mezclar a Ennio Morricone con David Bowie sin que el anacronismo que ello conlleve frente al período histórico que retrata chirríe en absoluto.

Una particular idea acerca del séptimo arte que Tarantino ha rodado en forma de pequeñas historias de extensos diálogos que preceden a un estallido de violencia. Extensos diálogos que, ahora sí, encajan a la perfección en la trama y ayudan a que sus dos horas y media de duración pasen en un suspiro, algo que no ocurría desde su segunda película. Quizás tan solo la tercera historia sea la menos llevadera, e incluso es posible que maltrate demasiado a los bastardos del título, pero eso no hace tambalear el conjunto. Y menos cuando está el imponente Christoph Waltz, el nazi cazajudíos que lo mismo te hace sentir en buena compañía como miedo en su presencia.

Lo mejor: el concepto que tiene Tarantino del cine
Lo peor: no verla en versión original

jueves, 17 de septiembre de 2009

Henry Gibson (1935-2009)

A Henry Gibson le descubrí por primera vez en la negrísima comedia de Joe Dante "No matarás... al vecino". Me costó mucho quitarme de la cabeza su caracterización del enigmático psicópata vecino de Tom Hanks, y a partir de entonces no paré de verle en papeles secundarios en tantas películas que he perdido la cuenta.

De nuevo con Dante en "Gremlins 2", a las órdenes de Paul Thomas Anderson en "Magnolia" y de John Landis en "Granujas a todo ritmo", junto a Jerry Lewis en "El profesor chiflado" o en la televisión en "Boston Legal", en la cual permaneció prácticamente durante sus cinco temporadas como el retrógrado juez Clark Brown. Hasta tres veces trabajó con Robert Altman, y fue nominado en una ocasión al Globo de Oro. Su último trabajo fue al lado de Rob Schneider en "Big Stan".

Profesional del cine, el teatro y la televisión, comenzó a la edad de siete años en teatro, pero fue junto a Lewis con quien despegó su carrera casi alcanzada la treintena. Gibson falleció el lunes de un cáncer una semana antes de cumplir los 74 años, pero me he enterado demasiado tarde de la triste noticia. Porque no todos gozan del mismo reconocimiento póstumo, lamentablemente.

martes, 15 de septiembre de 2009

Patrick Swayze (1952-2009)

Entre el ascenso al estrellato y la caída en el olvido pasó muy poco tiempo para Patrick Swayze. Demasiado poco, diría yo, para un actor que demostró su valía en películas como "La ciudad de la alegría" o "Ghost". Incluso se atrevió a travestirse en "A Wong Foo, gracias por todo, Julie Newmar". Tras una larga batalla contra un cáncer de páncreas que marcaba una casi inevitable cuenta atrás, Swayze ha fallecido a los 57 años de edad.


"Dirty Dancing" fue la que definitivamente le llevaría a alcanzar la fama mundial, convirtiéndole en sex symbol, imagen que supo explotar en filmes como "Le llaman Bodhi", a la vez que la compaginaba con la de tipo duro en "De profesión duro" y "Con su propia ley". "Ghost" fue la obra cúspide de su carrera como protagonista y la que le reportó las críticas más favorables, además de su mayor éxito comercial.


Sin embargo, sus problemas con el alcohol y las drogas, que finalmente consiguió superar, y la misma desgracia que minó las carreras de otros actores prometedores como por ejemplo Kevin Costner, avanzados los 90 su estrella comenzó a apagarse, hasta el punto de acabar relegado a la televisión. Aún así, participó en 2001 en la para muchos obra maestra, para otros payasada sin sentido, "Donnie Darko", en la que destacaba su papel de predicador con una oculta adicción. Tiene pendiente de estreno la serie "The Beast", en la que interpreta a un policía con métodos poco tradicionales.

Un adiós a uno de los más meteóricos intérpretes del cine. Va siendo hora de recordar el final de "Ghost" con Swayze avanzando hacia la luz. Pero no habrá que recordarla demasiado. Seguro que algún canal la programa en los próximos días.

domingo, 6 de septiembre de 2009

LA CRÍTICA

District 9 ***1/2

No-humanos no permitidos
Para el séptimo arte o se es un extraterrestre de Spielberg, o su sucedáneo Mac, o todos vendrán con siniestras intenciones. Una raza maltratada que ahora encuentra una nueva dimensión bajo la mirada del debutante Neil Blomkamp, vigilado desde la producción por Peter Jackson.
Un año ha pasado desde que el equipo de marketing colgara una enorme pancarta en la Comic Con de San Diego con la silueta de un alien tachada como si de un cartel de “no fumar” se tratase, un número de teléfono, una dirección web que invita a luchar por la supremacía del hombre y un rotundo mensaje: “Sólo para humanos. No-humanos no permitidos”. Tras esto y varios anuncios más en vallas publicitarias, un aluvión de llamadas asegurando haber avistado ovnis y alienígenas. El objetivo estaba cumplido: hacer cundir el pánico y de paso el interés por la película.

Distrito 9 es el nombre del lugar de Johannesburgo donde vive confinada una raza extraterrestre que un día apareció en su nave nodriza, la cual permaneció en pleno cielo sudafricano sin realizar un solo movimiento. La curiosidad humana llevó a un grupo de hombres a adentrarse en el ovni. Lo que allí descubrieron fue a una raza alienígena más cercana a los sin techo que a una forma de vida inteligente. Durante más de dos décadas, el campo de concentración retuvo a los visitantes en unas condiciones de vida deplorables, tratados como seres inferiores y llegando al punto de experimentar con ellos para conseguir dominar su ansiado armamento, que parece responder solo ante manos extraterrestres.


Es imprescindible relatarlo como si de un hecho real se tratase porque es eso precisamente lo que su director nos vende durante la primera media hora. Siguiendo los pasos de su celebrado cortometraje “Alive in Joberg”, Blomkamp relata la historia como un falso documental en el que se dan cita la intolerancia, el racismo, la manipulación de los medios y los salvajes actos que nos convierten irremediablemente en monstruos más que en humanos. Lo que llega a continuación es una mezcolanza de referentes que la convierten en un filme más convencional de lo que uno pudiera esperar a raíz de su excelente campaña de marketing viral: una metamorfosis al más puro estilo “La mosca” de Cronenberg; secuencias bélicas que recuerdan a “Black Hawk Derribado”; un anti-héroe que cual Oskar Schindler llevará a la libertad a los que no son como nosotros; algo de la vertiginosa “Transformers” y abundantes dosis de gore, como si Jackson hubiese extendido su alargada mano sobre el producto.

Es este giro al convencionalismo tras el magnífico arranque es lo que me obliga a decir que quizás “District 9” no es la joya que se esperaba, en especial si uno ha seguido con interés durante un año su trabajada promoción, que prometía una propuesta innovadora que finalmente se disemina hacia la ciencia-ficción de siempre. Esto no hace que sea una película olvidable, pues aunque abandona el acertado terreno del documental por uno mucho más alimenticio, lo que viene después no deja de resultar entretenido y notable frente a lo que desde tierras yanquis nos tienen acostumbrados, a expensas de un guión con demasiados cabos sueltos que no esperemos no fuercen a una secuela -es mejor dejar las cosas estar-.

“District 9” tiene durante todo su metraje un aire a cine políticamente incorrecto, un hídrido en el que conviven la crítica social y la mala leche –la prostitución entre humanos y alienígenas es un buen ejemplo de hasta dónde llega a rizar el rizo-. Pero no abandona, y esto es muy importante, a pesar de dejar de lado el docudrama que algunos esperábamos, ese grandilocuente mensaje no exento de cierto toque misógino: el ser humano es, desde la barbarie de unos actos que le llevan a discriminar y apartar -incluso a sacrificar- a aquellos que no reconoce a sus semejantes, cada vez menos humano. En ese sentido, esta opera prima da en el clavo del discurso cinematográfico y lo hace, sorprendentemente, dentro de una película pequeña pero destinada, como así ha sido, a convertirse en todo un blockbuster veraniego. Pequeña en apariencia, porque posee los efectos especiales mejor integrados con la imagen real que un servidor haya visto jamás en un producto de tan bajo presupuesto.

A favor: lo novedoso de la propuesta
En contra: acaba siendo una de ciencia-ficción convencional
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