“Alien, el octavo pasajero” –más bien debería ser el noveno, que nadie tiene en cuenta nunca al gato- puede enmarcarse para sus detractores en la primera categoría, la del oportunista, pero también puede considerarse como una gran proeza, como perteneciente por méritos propios a la categoría del maestro, o como mínimo de un director que apuntaba maneras. La historia llegó a manos de Scott casi por casualidad, después de que directores como Robert Aldrich o Walter Hill rechazaran dirigirla. Este último no se desvinculó del todo del proyecto y se hizo cargo, junto a David Giler, de modificar el primer guión de Dan O’Bannon, además de ejercer labores de producción conjuntamente. O’Bannon se encontraba recién salido de una frustrante experiencia junto a John Carpenter en “Dark Star” y para resarcirse de su desencanto ideó una historia con espíritu de serie B ambientada en el espacio exterior. Escribió una historia titulada “Star Beast” junto al también productor Ronald Shusett, pero al parecer no convenció a los productores Hill y Giler, que reescribieron buena parte del guión. Aún así, la historia original iba a ser bélica, con unos pequeños monstruos irrumpiendo en una fortaleza norteamericana. Entre los cambios efectuados estaban los personajes, que pasaron de ser enteramente masculinos a cincos hombres y dos mujeres, además de llamar a la nave Nostromo en lugar de nombres barajados como Snark o Leviathan, en homenaje a Joseph Conrad. Una de las muchas causas de los cambios fue que la 20th Century Fox se interesó por el proyecto ante la posibilidad de repetir el éxito de “La guerra de las galaxias”. Por ello, el libreto original de serie B pasó a poseer más categoría y como consecuencia parte del gore que se prometía debía ser omitido, las referencias sexuales debían suprimirse y había que homogeneizar el reparto. Sin duda, una heroína daría mayor éxito a la película.
Si O’Bannon fue el verdadero padre de la historia, luego perfilada por los productores, H.R.Giger sería el padre de la criatura, el encargado absoluto del diseño del alien y de toda la dirección artística. O’Bannon y Hill sabían que por muy buena que fuera la idea, si el monstruo no quedaba creíble caerían en el ridículo más espantoso. Así, tras ver el trabajo del pintor suizo en el libro “Giger’s Necronomicon” decidieron contar con su participación. Así nació una de las criaturas más célebres del séptimo arte, una forma de vida perfecta capaz de adaptarse a cualquier ambiente solo por sobrevivir, un parásito voraz y de aspecto terrorífico gracias a la labor de Giger. Por su increíble labor recibió un merecidísimo Oscar, aunque no debemos olvidar el trabajo del artista Moebius, que diseñó los trajes especiales y uniformes. No obstante, el modus operandi del alien fue surgiendo durante la producción y en algunos casos durante el rodaje, como la forma de incubar los embriones usando cuerpos como huéspedes o la sangre ácida de la criatura.
Lo cierto es que hablar de “Alien” es hablar de varios genios compartiendo experiencias en distintos terrenos. En el guión se tuvo hasta a cuatro personas en momentos diferentes. En la dirección artística, el diseño de producción, el vestuario y el maquillaje a dos artistas de renombre. En la banda sonora se contó con el gran Jerry Goldsmith, cuyos acordes no hacían más que acrecentar la dosis de suspense y desasosiego que ya se encarga de crear el filme. Y por supuesto la labor de Ridley Scott. Es la única ocasión en toda su filmografía en la que el cineasta británico realiza un alarde de maestría con la atmósfera y en concreto con el silencio del espacio para crear una sensación de angustia que va in crescendo a medida que avanza el metraje. Como bien rezaba la frase promocional, “En el espacio nadie puede oír tus gritos”. Scott juega muy bien con la atmósfera opresiva para crear suspense, maneja muy bien el terror a lo desconocido, a lo que no vemos –la criatura, al igual que el tiburón de Spielberg, rara vez se nos muestra en todo su esplendor-. Incluso en el montaje apreciamos esos latidos del corazón que acompañan a las secuencias de mayor tensión, y que junto a la partitura de Goldsmith ponen los nervios de punta. La idea que tenía en mente Scott era realizar un cruce entre “La matanza de Texas” y películas de ciencia-ficción como “Star Wars” o “2001: Una odisea del espacio” –de hecho, el diseño de las naves puede recordar al de la película de Kubrick-, aunque también podemos ver referencias a esa serie B de los años 50 que contagió a toda una generación con títulos como “It! El terror del más allá”, serie B que el producto final no abandona del todo. El realizador venía de haber disfrutado del reconocimiento de la crítica internacional con la magnífica “Los Duelistas”, basada en una novela de Conrad, autor que influiría en la obra del director en sus dos primeras películas. Junto con su posterior trabajo, “Blade Runner”, Scott realizó una carta de presentación que podría haberle catapultado al status de maestro, pero con el tiempo se fue diluyendo en proyectos demasiado alimenticios para alguien que prometía mucho en un principio.
Muchas secuencias quedaron en la sala de montaje por irrelevantes o innecesarias para la trama, todas dedicadas principalmente a indagar en las relaciones entre sus personajes. Solo una de ellas posee la importancia suficiente para no caer en el olvido. En ella, Ripley entra en una sala en la que el alien mantiene con vida a algunos tripulantes del Nostromo y el Capitán Dallas, interpretado por Tom Skerritt, le pide que le sacrifique antes de que salga al exterior el alien que lleva dentro reventándole el pecho. Esta secuencia, que revela otra de las características del alien, fue descartada para no acabar con el suspense que había creado de por sí el destino del capitán tras la tensa escena dentro de los conductos de ventilación, pero el concepto sí fue utilizado posteriormente en su secuela. El mismo director, en una manía que le ha llevado a estropear algunas de sus películas más célebres, presentó en 2003 un montaje que añadía esta y otras secuencias que demostraron que no era necesario retocar una ya de por sí obra maestra.
Por supuesto, otra parte importante que aseguró la solvencia de la película fue su acertado reparto. John Hurt, Harry Dean Stanton, Tom Skerritt, Ian Holm, Yaphet Kotto y Veronica Cartwright (la niña de “Los pájaros”) acompañan a la por entonces desconocida Sigourney Weaver en esta pesadilla que no estaba formulada inicialmente como una película de grandes actuaciones. No obstante, todos los actores están perfectos y consiguen convertir a unos personajes planos en caracteres con los que el espectador puede implicarse directamente. El orden en que los he ido nombrando es primordial pues es el mismo en que mueren en el filme, y dicho orden no es por casualidad. Lo que se buscaba era crear desconcierto e inseguridad en el público, y para ellos los actores iban muriendo inversamente proporcional a la fama que poseían en aquel momento. Así, John Hurt acababa de ser nominado al Oscar y ganador del Globo de Oro y el BAFTA por “El expreso de medianoche” y se convertía en el imprevisto padre de la criatura en una de las secuencias más famosas de la historia del cine, y que el mismo Hurt parodiara en “La loca historia de las galaxias”, de Mel Brooks. Todos y cada uno van cayendo a manos del nuevo pasajero del Nostromo, hasta que finalmente solo sobrevive el miembro del cast menos conocido, Sigourney Weaver, que vio cómo su fama crecía como la espuma tras el éxito del filme, fama que supo aprovechar y explotar con sabiduría.
El hecho de tratarse de una película de terror y ciencia-ficción con algunas reminiscencias al gore dificultó su paso por las salas en algunos países. Se estrenó con escenas censuradas en multitud de ellos, incluido España, y sin duda esa dosis de hemoglobina y violencia le prohibió alcanzar el éxito de otros productos más para todos los públicos como “Star Wars”. Aún así, y en parte gracias a una campaña publicitaria de trailers que ocultaban la verdadera esencia de la película –un antecedente al tan de moda marketing viral- “Alien” supuso un taquillazo –recaudó en Estados Unidos 80 millones de dólares frente a los 11 que costó- y todo un objeto de culto para toda una generación, hasta el punto que generó una fiebre por el terror venido del más allá que culminó en tres secuelas –una memorable, la secuela dirigida por James Cameron, y una tercera entrega lamentable de David Fincher, sin contar el entretenimiento surgido bajo la particular mirada de Jean Pierre Jeunet-, comics, videojuegos y demás productos, así como otras películas como “La cosa” o “Depredador” que explotaban en parte el mismo concepto. Incluso osaron enfrentar a este último y a la criatura de Giger en un videojuego y posteriormente en la pantalla grande. El mismo Scott intentó empañar el recuerdo en uno de sus ya extenuantes montajes del director, pero nada pudo ensombrecer al clásico.
“Alien, el 8º pasajero” cumple treinta años y con motivo del aniversario es la gran homenajeada en el Festival de Sitges de este año. No es para menos. El film de Ridley Scott no ha hecho más que ganar con los años. Ha ganado, como ocurre con las grandes películas, en grandeza, hasta el punto de haberse convertido en uno de los grandes hitos del celuloide. Nunca el silencio del espacio, un tempo cinematográfico que avanza como un reloj suizo cuyas manecillas suenan como los latidos del corazón y la creación de uno de los mejores monstruos del cine han ido de la mano de una manera tan majestuosa.
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