Bienvenidos al séptimo arte
De las muchas clasificaciones que podrían hacerse en el cine existe una que es clave para diferenciar si nos encontramos ante una película justa o no, que es la que atiende a los delirios de grandeza de una producción dentro de sus posibilidades. En este sentido tenemos dos tipos de cine: aquél que tiene muy altas pretensiones y el que carece de ellas. Muchas superproducciones americanas recientes (y no citaré títulos) caen en un error fundamental: aspirar a mucho y quedarse en nada.
La ópera prima de Manuel Ortega, difícilmente clasificable en cuanto a metraje (no sé si es un largo, un medio o un corto, pero lo mismo da), sí puede fácilmente clasificarse en cuanto a sus aspiraciones artísticas y conceptuales. En ningún segundo de los 36 minutos que dura “Muerde el ladrillo” puede apreciarse esa tendencia actual de las primeras películas de algunos directores a dejar huella, en ningún instante se la puede acusar de aparentar lo que no es, y en ese sentido es una película absolutamente humilde y consecuente con sus posibilidades, y ante todo justa consigo misma.
La idea de “Muerde el ladrillo” está clara desde el principio: su protagonista atraviesa una dura etapa de crisis en la que no importan las razones, simplemente las consecuencias. A la par se desarrolla una ambición por la experimentación que atrae más que crea repulsa. Porque “Muerde el ladrillo” es eso, un experimento estimulante no sólo sobre cómo un ser absolutamente torpe y despreciable puede encauzar su vida de la manera aparentemente más tonta (aunque más de uno debería morder de vez en cuando el ladrillo), pero sobre todo es un experimento cinematográfico, un extraño híbrido entre cine puramente voyeur y película cargada de conceptos, en un ejercicio de descubrimiento personal del séptimo arte.
Rodada en vídeo con supuestos pocos medios, la película se hace respetar de la misma manera que respetamos y nos divertimos con esas películas caseras hechas entre amigos, esas que con los años miramos con añoranza. Su sucesión de personajes pretendidamente freaks (entre ellos Carlos Ortega, auténtico profesor Miyagi lleno de naturalidad, carente de cualquier atisbo de preparación previa y auténtico agujero negro en las escenas en las que aparece) y su montaje audiovisual lleno de planos experimentales no están muy lejos de los trabajillos que en su momento hicieran en vídeo también los ahora reconocidos Steven Spielberg y M. Night Shyamalan, o incluso nuestro Alejandro Amenábar, en sus tiempos de juventud.
Con todo, “Muerde el ladrillo” debería ser distribuida como merece, como la primera cinta de un director que empieza, porque es con este tipo de películas, ésas que suponen un ejercicio de experimentación constante, con las que realmente se entiende de qué va esto del cine.
A favor: no es un debut con delirios de grandeza
En contra: prefieres que no acabe tan rápido
Título original: Muerde el ladrillo; Año: 2005; Nacionalidad: España; Duración: 36 minutos; Dirección y guión: Manuel Ortega Lasaga; Intérpretes: Cristian Ortega, Carlos Ortega, Loli García, Raquel Lanza, David García, Chechu Orellana
1 comentario:
Uno de los mejores reconocimientos a algo que he hecho, es esta crítica. Gracias
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