Desconozco
qué hora era al otro lado del charco cuando se dio el gran premio de la noche.
Pero sí recuerdo qué hora era aquí, en Alemania. La misma que en España, para
abreviar. Pasadas las 6 de la mañana me desperté solamente para ver cómo iba la
ceremonia. Bonnie & Clyde anunciaban la gran vencedora de la noche. “La La
Land”, leía ella. Todo en orden. Podía volver a dormir tranquilo. Reinaba la
cordura y la coherencia… hasta que me enteré de lo sucedido. Como emulando ese
final de ensueño del film de Damien Chazelle, me despertaba de un sueño y me
enfrentaba a una pesadilla. Todo había sido un error. Warren Beatty sostuvo
todo el rato un sobre duplicado de la categoría de mejor actriz, de ahí su cara
de extrañeza. Faye Dunaway se limitó a leer el nombre de la película. Ninguno
de los dos se percató del error hasta que fue tarde.
La historia es ya
conocida. No voy a entrar en si todo fue una broma de mal gusto de la Academia,
si todo estaba preparado o si por el contrario fue, efectivamente, un fallo. Sí
diré que en ambos casos, alguien debería estar engrosando la lista del paro desde
hoy mismo. Y también daré una palmada en la espalda al productor de “La La Land”,
Jordan Horowitz, que fue el primero en decir ante todos que era un error y que
los responsables de “Moonlight” debían subir a recoger su premio como justos
ganadores. Y, por qué no, daré una bofetada al bochornoso comportamiento de los
asistentes a la gala, que reían y aplaudían a rabiar, como si se hubiera hecho
justicia, o como si el momento tuviese la más mínima gracia. Porque no lo
tenía. Los productores de “La La Land” se mostraron conformes, perdieron con
deportividad, pero dudo que por dentro les estuviera haciendo gracia. A mí no
me la haría. Y, cómo no, daré una reprimenda a la propia Academia. Porque es
bochornoso que en los premios más importantes del séptimo arte pase esto. Y más
después de 89 años de historia. Un error inadmisible que pone en entredicho su
valía. Aquí no valen el “todos somos humanos y nos podemos equivocar”. ¡Que son
los Oscar!
Hay mucho que decir
sobre el tema, pero quería centrarme en otro asunto. En esta primera entrada de
“El Termómetro”, que espero que tenga muchas más, he venido a quejarme de algo
aún más bochornoso que todo este supuesto error. Y voy a dejar claro que “Moonlight”
me parece una buena película –ver crítica-,
y que en este post no tiene nada que ver el hecho de que “La La Land” –ver crítica- me parezca muy superior al resto de
nominadas. Estoy indignado porque no haya ganado mi favorita, por supuesto, y
porque el otro título lo haya hecho después de saber que hubo un error. Pero la
indignación es otra.
Llevo años soportando
la corrección política de la Academia. Esa que hizo que ganasen títulos
recientes como “Shakespeare in love”, “Una mente maravillosa”, “El discurso del
rey”, “12 años de esclavitud” o “Crash”. Y lo que ha hecho la Academia con “Moonlight”
es demostrar que, una vez más, impera el quedar bien. El ser hipócritas. Tanto
como ese patio de butacas que aplaudía el error. Hace unos días leía un
artículo acerca de por qué “La La Land” no debía ganar el Oscar a mejor
película. En resumen, venía a decir que era una película blanca para blancos,
un espejismo idealizado de la América de Donald Trump, y que la Academia debía
dar un zasca al presidente norteamericano premiando a un film de temática
racial como el dirigido por Barry Jenkins. Y más aún si se tiene en cuenta la
temática homosexual que lleva implícita. Es decir, que los Oscar deberían, una
vez más, politizarse y adecuarse a los requerimientos de una sociedad que
quiere usarlos como arma arrojadiza anti política. Finalmente, lo que
promulgaba dicho artículo se ha cumplido, y si “Moonlight” ha ganado por esa
razón, implica que no merecía la dorada estatuilla.
Y no sólo queda aquí la
cosa. El actor musulmán Mahershala Ali, que hace tanto en “Moonlight” como Mark
Hamill en “El despertar de la fuerza”, o la iraní “The Salesman”, de Asghar Farhadi,
cineasta que tuvo prohibida la entrada al país por la política Trump, también
vienen a convertir lo que teorizaba el artículo en algo más que una teoría. Y
aquí es donde aprovecho para lanzar un mensaje a ese Hollywood hipócrita y
pagado de sí mismo, que es el primero en discriminar a sus estrellas por su
etnia o condición sexual, por aplaudir de cara a la galería esa cansina campaña
anual que pretende obligar a que la comunidad afroamericana tenga presencia en
los Oscar.
Si un actor, director o
película merece ser nominado es por el trabajo realizado, independientemente de
su raza, sexo, religión o tamaño de su cartera. No hace ningún favor a la
comunidad afroamericana el hecho de que títulos como “Selma” estuvieran
presentes el año pasado en la categoría de mejor película solamente porque
debía haber presencia afroamericana en la ceremonia, y no por méritos propios. O
que ganase “12 años de esclavitud”. La discriminación positiva puede acabar
siendo negativa. No seamos hipócritas. No politicemos ni socialicemos los
Oscar. Ni ningún tipo de premio. Lo merecen los que lo merecen, y si un año
determinado no hay ningún trabajo destacable por parte de ningún profesional
afroamericano, pues no se le nomina.
Pero así las cosas, ha
ganado “Moonlight”. Si es porque la Academia pensaba que era la mejor del año,
pues bien, aunque el error final suene algo forzado para quien esto escribe. Si
no, si lo han hecho por enviar un mensaje a Donald Trump, o por solventar el Oscars
So White del año pasado, mal hecho. Han conseguido justo lo contrario en ese
caso. Perder credibilidad y perjudicar a toda una comunidad que ha luchado a
pulso por ganarse su respeto. El Oscars Too Black no es la solución. Más bien
es un mal a erradicar.