Reencuentro
Hay
filmes de los cuales es arriesgado hablar. “La invitación” es uno de ellos. Ni
siquiera se pueden enumerar sus posibles referencias sin caer en el tan de moda
y temido spoiler. Es algo así como una versión siniestra de “Reencuentro”, con una
premisa inicial muy similar, en tono y forma, a la reciente “Coherence”. Es
decir, una reunión de amigos que acaba derivando en algo totalmente distinto. Y
hasta aquí se puede contar.
Sí se
puede hablar de ella en términos cinematográficos, y justificar por qué triunfó
en la última edición del festival de Sitges. Y también se puede decir que es
una rara avis en la filmografía de su directora y guionistas, que en su haber
tenían productos tan dispares como “Aeon Flux”, “Furia de titanes” o
“Jennifer’s Body”.
“La
invitación” supone un paso adelante, un golpe de suerte o un momentáneo momento
de inspiración en sus carreras. O quizá llevaban todos estos años haciendo
filmes para la industria y ahora les ha llegado la oportunidad de demostrar que
hay talento en sus cabezas. Porque estamos ante una de las propuestas actuales más
refrescantes dentro del fantástico. Sí, suena ya manida esta expresión, y se ha
usado hasta la saciedad últimamente con películas como “Babadook” o “It
follows”. Pero cuando una cinta lo merece, lo merece.
Y ésta lo
merece. Todo un ejemplo de sabiduría en la realización, el guión y la
interpretación que, no obstante, no agradará a quienes vayan buscando un film
de terror al uso. Un tipo de terror que, no obstante, abraza en sus minutos
finales, cuando se vuelve más convencional, pero solo para asestar otro duro
golpe al espectador con un plano final que es digno de elogio, arrojando una
mirada malvada hacia ese Hollywood lleno de estrellas no en su sano juicio
precisamente.
Encomiable
cómo maneja los tiempos Karyn Kusama, cómo trabaja con el sonido y el fuera de
campo, con la fotografía y con las posibilidades de un guión que cabalga
siempre entre la ambigüedad y el desconcierto. El resultado, que logremos
meternos en la cabeza de su protagonista y nos angustiemos. Que todo nos
parezca tan raro aunque en realidad nada ocurre ante nuestros ojos. Poco más de
noventa minutos de pura tensión in crescendo lograda a base de miradas
desconfiadas, acusaciones directas y una banda sonora que no hace más que provocar
que nos mordamos las unas. Al final, los que logren entrar en ella y darle
tiempo para que se desarrolle, acabarán viendo fantasmas bajo esa desconcertante luz roja final. O
igual sí los había. Es la magia de esta joya moderna, que ni conociendo la gran
revelación final estaremos seguros de lo que hemos visto.
A favor: cómo usa todos sus modestos recursos
para meter el miedo y la desconfianza en el cuerpo
En contra: el tramo final, algo
convencional, y que pasará desapercibida por nuestras salas
Calificación *****
Imprescindible
No hay comentarios:
Publicar un comentario