En tierra de nadie
La autonomía de la
República de Abjasia ha estado siempre en entredicho por los países que la reclaman
para sí, en una disputa territorial que parece no tener fin y que se remonta al
siglo XI, casi tan antigua como la que se mantiene por otra zona de conflicto
tristemente célebre como es Kosovo. Los rusos la consideran independiente, y
los georgianos una república autónoma que les pertenece. Y sin aparente voz ni
voto, en medio de toda esta trifulca, está el pueblo estonio, que lleva dos
siglos asentado en el lugar.
“Mandarinas” pone sobre
la mesa este conflicto poco mediatizado trasladando la trama hasta comienzos de
los 90, justo cuando las milicias pro-rusas eran atacadas por el ejército
georgiano. Y lo hace desde la modestia más absoluta, a través de la historia de
un carpintero estonio que ayuda a su vecino con su cosecha de mandarinas antes
de que la guerra les alcance.
La propuesta del
cineasta de origen georgiano Zaza Urushadze podría recordar a la que Danis
Tanovic nos ofreciera en la imprescindible ganadora del Oscar “En tierra de
nadie”, pero convirtiendo una simple cabaña en un escenario libre de cualquier
tipo de hostilidad, en una especie de escenario pacifista donde conciliar las
posturas de chechenos y georgianos.
“Mandarinas” se
beneficia de su intimismo y cierto halo poético que no desentona en absoluto
con el crudo marco en el que se desarrolla, sin caer en ningún momento en la lágrima
ni el discurso facilones. Y en ningún momento centra sus miras en ningún bando,
no se posiciona. Porque su discurso va más allá de cualquier bandera, religión o
ideología política. Es una cinta tremendamente humanista que aboga por tratar
la guerra como una pelea entre hermanos sentados a una mesa dialogando, como
una lucha fratricida en la que todos somos iguales. Es, como la denomina uno de
sus personajes, La guerra de los cítricos. Da igual a qué nación defienda cada
bando, sólo son hombres luchando por la tierra en la que crecen las mandarinas.
Una película tan
pequeña como necesaria, contada con serenidad y sin prisas pese a su reducido
metraje, que consigue una potencia y un impacto en el espectador que ya
quisieran para sí otros productos más grandilocuentes. Un canto contra la
guerra que también se beneficia de un guión sin fisuras y de un reparto
totalmente acertado, destacando a su protagonista Lembit Ulfsak, y que merece
todos y cada uno de los galardones que se le ha concedido. Y los que le quede
por recibir.
A
favor: su halo poético, su sinceridad, serenidad, y su
canto antibelicista sin sentimentalismos
En
contra: que pase desapercibida para el gran público
Calificación ****