viernes, 30 de enero de 2015

LA CRÍTICA. Mandarinas

En tierra de nadie
La autonomía de la República de Abjasia ha estado siempre en entredicho por los países que la reclaman para sí, en una disputa territorial que parece no tener fin y que se remonta al siglo XI, casi tan antigua como la que se mantiene por otra zona de conflicto tristemente célebre como es Kosovo. Los rusos la consideran independiente, y los georgianos una república autónoma que les pertenece. Y sin aparente voz ni voto, en medio de toda esta trifulca, está el pueblo estonio, que lleva dos siglos asentado en el lugar.

“Mandarinas” pone sobre la mesa este conflicto poco mediatizado trasladando la trama hasta comienzos de los 90, justo cuando las milicias pro-rusas eran atacadas por el ejército georgiano. Y lo hace desde la modestia más absoluta, a través de la historia de un carpintero estonio que ayuda a su vecino con su cosecha de mandarinas antes de que la guerra les alcance.

La propuesta del cineasta de origen georgiano Zaza Urushadze podría recordar a la que Danis Tanovic nos ofreciera en la imprescindible ganadora del Oscar “En tierra de nadie”, pero convirtiendo una simple cabaña en un escenario libre de cualquier tipo de hostilidad, en una especie de escenario pacifista donde conciliar las posturas de chechenos y georgianos.  


“Mandarinas” se beneficia de su intimismo y cierto halo poético que no desentona en absoluto con el crudo marco en el que se desarrolla, sin caer en ningún momento en la lágrima ni el discurso facilones. Y en ningún momento centra sus miras en ningún bando, no se posiciona. Porque su discurso va más allá de cualquier bandera, religión o ideología política. Es una cinta tremendamente humanista que aboga por tratar la guerra como una pelea entre hermanos sentados a una mesa dialogando, como una lucha fratricida en la que todos somos iguales. Es, como la denomina uno de sus personajes, La guerra de los cítricos. Da igual a qué nación defienda cada bando, sólo son hombres luchando por la tierra en la que crecen las mandarinas.


Una película tan pequeña como necesaria, contada con serenidad y sin prisas pese a su reducido metraje, que consigue una potencia y un impacto en el espectador que ya quisieran para sí otros productos más grandilocuentes. Un canto contra la guerra que también se beneficia de un guión sin fisuras y de un reparto totalmente acertado, destacando a su protagonista Lembit Ulfsak, y que merece todos y cada uno de los galardones que se le ha concedido. Y los que le quede por recibir.

A favor: su halo poético, su sinceridad, serenidad, y su canto antibelicista sin sentimentalismos
En contra: que pase desapercibida para el gran público

Calificación ****

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