domingo, 12 de octubre de 2014

LA CRÍTICA. Perdida

Chico pierde chica
Decía Rodrigo Fresán que Gillian Flynn debía ser algo así como la hija bastarda de Jerry Seinfeld y Patricia Highsmith, una comedianta capaz de hacernos reír de manera nerviosa mientras juguetea con un afilado cuchillo de cocina. No le faltaba puntería al escritor argentino, dada la capacidad de la novelista y periodista para diseccionar lo cotidiano y hacernos ver de una manera diferente aquello que ya dábamos por supuesto, lanzando frases ingeniosas y agudas y demostrando que nada es completamente lo que parece. En ese sentido, “Perdida” hablaba del amor como un arma de doble filo, como una ratonera para los que lo padecen, un cáncer terminal que infecta todo lo que le rodea y por el que nunca llegas a conocer del todo a la persona con la que convives, una persona perdidamente enamorada de la idea de ti mismo que sabe perfectamente cómo presionar cada uno de los botones que rigen tu personalidad. La persona que mejor te conoce es precisamente la que puede acabar contigo.

En su traslación cinematográfica, Flynn, que se hace cargo de su guión, no ha perdido ni un ápice de acidez en una reflexión sangrante sobre el matrimonio y el desamor que se mantiene vigente en cada uno de sus fotogramas. Y mucho menos ese lenguaje directo y ordinario que la autora ponía en boca de sus personajes. Aunque, eso sí, sacrifique muchos aspectos fundamentales de la novela –la relación de ella con la madre de él, la investigación que él emprende sobre su esposa, y más importante, cómo una desaparición conduce poco a poco al reencuentro del amor perdido - y pase de puntillas por otros que merecían un mayor desarrollo para entender a sus personajes –el miedo del protagonista a convertirse en su propio padre, el interés de las vecinas carroñeras hacia él, el rencor de ella hacia unos padres que han creado una hija que es un producto-, en pos de dar más rienda suelta al thriller de suspense.


Porque lo que ofrece “Perdida”, ante todo, es un sobrio thriller psicopático sobre el poder destructivo del amor incondicional, una versión simplificada y concisa, a veces demasiado, del material original, dada la cantidad de detalles y subcapas argumentales que éste atesora y que podrían haber alargado hasta el cansancio a la película, que ya con lo que tiene dura dos generosas horas y media.


Eso sí, un extenso metraje que se pasa en un suspiro gracias a la genial mano para el montaje de David Fincher, que aquí no alardea de proezas audiovisuales porque el material de partida ya es lo suficientemente potente para impactar, y que elude cualquier atisbo de telefilm al uso en el que podría haberse convertido el producto y logrado un thriller adictivo y corrosivo, con un correcto Ben Affleck y una magistral y magnética Rosamund Pike, con la siempre sugerente banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross, y alguna decisión de casting arriesgada y discutible –especialmente las de Tyler Perry y Neil Patrick Harris, el primero por la fama que se ha labrado en el cine y el segundo por ese aspecto de niño cuarentón eterno-, que sólo pierde enteros si has leído la novela en que se basa. Sin este detalle, estamos ante un genial ejercicio de estilo perfectamente calibrado y engrasado, no de las mejores de su director, pero absolutamente recomendable.

A favor: Rosamund Pike, magnética, su discurso sobre los peligros del amor, y la genial mano de Fincher para no convertir el conjunto en un telefilm al uso
En contra: haber leído la novela original

Calificación ****

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