La larga sombra
de la motosierra
Tres meses, que se dice pronto. Tres meses desde que
se dedicó el mes a un film en este blog. Por eso, había que volver a lo grande,
inaugurando el verano como se merece. Y vamos con una película que es tan
veraniega como “Tiburón”, “Verano Azul” o el Gran Prix. Y no solamente por
verla por primera vez en un verano de mucho calor durante mi niñez, sino porque
cada fotograma de “La matanza de Texas” desprende el calor, el polvo y el sudor
de los parajes de Texas, de esa América profunda en la que conviven todo tipo
de seres –quien no lo entienda, que vea la serie “True Blood”-. A ella va
dedicada esta entrada. A su malogrado director, a su leyenda, a lo que supuso
para el séptimo arte. A esa motosierra que aterrorizó a generaciones de
espectadores.
La semilla del mal
Norman Bates, Buffalo Bill, Leatherface… todos
tienen en común el mismo origen, un aparentemente apacible granjero que
convirtió su granja en un auténtico matadero humano. Ed Gein vivía solo desde la muerte de su madre en 1945 y
se ganaba la vida haciendo toda clase de trabajos a los vecinos de Plainfield,
Wisconsin. Fue su habilidad en este tipo de trabajos, por la que este hombre de
complexión débil, mediana edad, pelo rubio y ojos azules empezó a ser conocido
entre las gentes del lugar como una persona trabajadora, cumplidora, fiable
pero excéntrica.
En la tarde del
8 de diciembre de 1954, un granjero de Plainfield, en Wisconsin, entró en
"la taberna de los Hogan" y descubrió un gran reguero de sangre que
cubría las tablas de madera del suelo. La propietaria Mary Hogan, había
desaparecido. El sheriff observó que no había señales de lucha aparentes y que
la caja registradora seguía llena, pero determinó que la mujer había sido
asesinada y que su cuerpo había sido arrastrado hasta un coche que esperaba
fuera.
Tres años más
tarde, la policía investigaba la desaparición de la dueña de la ferretería de
Plainfield, Bernice Worden, y fue entonces cuando el dueño de la serrería, con
quien Gein hablaba a menudo, y a quien tenía por un ser extraño, recordó que
Gein solía sentarse solo en un rincón de la taberna mirando fijamente a la
dueña del local absorto en sus pensamientos con una jarra de cerveza, y supuso
que estaba enamorado de la mujer. Le sugirió bromeando, que si le hubiese
hablado a Mary con claridad de sus sentimientos, probablemente en ese momento
estaría en su granja cocinando y esperando a que volviera en lugar de haber
desaparecido presumiblemente asesinada. Gein, con un extraño gesto puso los
ojos en blanco y le respondió con una de sus conocidas sonrisas: "No está
desaparecida. Ahora mismo está en la granja". El hombre se encogió de
hombros y no le tomó en serio, después de todo, era el tipo de comentario que
se esperaba de él... Pero tras la desaparición de Worden, el dueño de la serrería
le denunció a las autoridades, que procedieron a irrumpir en su granja.
Dos oficiales de
la policía arrestaron a Gein, mientras otros dos se dirigían inmediatamente
hacia su granja con la intención de llevar a cabo un registro. Al pasar dentro,
el sheriff sintió como algo le rozaba el hombro, y al volverse se topó con un
cuerpo decapitado de mujer con un profundo agujero en el estómago que colgaba
del techo. El cadáver colgaba de un gancho por el tobillo y con un alambre le
habían sujetado el otro pie a una polea. Habían rajado el cuerpo desde el pecho
hasta la base del abdomen, y las tripas brillaban como si las hubiesen lavado y
limpiado. Por todas partes se veían montañas de basura y desperdicios, cajas de
cartón, latas vacías, herramientas oxidadas, excrementos, revistas
pornográficas, de terror y de anatomía humana, chicles pegados en las tazas y
una dentadura sobre el mantel de la mesa...
Más tarde, en
cuanto llegaron más patrullas, se descubrió en el interior de la casa todo el
horror que allí escondía: varios cráneos esparcidos por la cocina, unos
intactos y otros partidos por la mitad y empleados como cuencos; una de las
sillas de la cocina estaba hecha con piel humana, como las pantallas de las
lámparas, las papeleras, las fundas de los cuchillos e incluso alguna prenda de
vestir, como un chaleco o un cinturón formado con pezones humanos, vestimentas
con las que Gein se vestía a menudo tras curtirlas; cajas con los restos
humanos pertenecientes a diferentes cuerpos sin identificar; el corazón y la
cabeza amputada de Bernice Worden en una bolsa de plástico; una colección de
nueve máscaras de piel humana con el pelo intacto, de las cuales, cuatro
colgaban en la pared que rodeaba la cama de Gein, etc.
La única
habitación de la casa que parecía normal era una sellada con tablones en la
puerta y perfectamente ordenada... la de su madre. Desde que su madre muriera
en 1945, doce años antes, la habitación había estado cerrada con clavos como un
sepulcro. Ed explicó a la policía después de su detención que después de su
fallecimiento, su madre se mantuvo en contacto con él durante más de un año,
hablándole mientras se adormecía. Dijo que había sido en esa época cuando
desarrolló su fascinación por la anatomía. Le fascinaban los reportajes sobre
la operación de cambio de sexo y se planteó convertirse él mismo en mujer.
Gein declaró que
tan sólo recordaba, muy confusamente, haber matado a Bernice Worden, y que los
demás restos humanos que se habían hallado en la granja pertenecían a nueve
cadáveres que había sacado del cementerio. Explicó que en los últimos años
sentía de vez en cuando la necesidad de profanar tumbas, y que en algunas
ocasiones incluso conocía a las víctimas en vida y se enteraba de sus muertes
leyendo los periódicos. Luego, en la noche del entierro, se dirigía al
cementerio, sacaba el cadáver y rellenaba de nuevo la tumba.
Pese a todas
estas similitudes, hay otro referente histórico, aunque diversos historiadores
ponen en tela de juicio su existencia, y que muchos suponen que influyó al
guionista Kin Henkel, co-autor del libreto. Durante el reinado del rey Jacobo
VI de Escocia, Sawney Beane se instala en una profunda cueva, donde junto a su
esposa forma durante 25 años un clan compuesto por 48 personas producto del
incesto, la mitad de ellas sel sexo femenino. Este clan de los Beane asaltaba a
los viajeros para robarles, asesinarlos y cometer actos de canibalismo y
vampirismo con sus cuerpos. El esposo de una pareja de viajeros recién asaltada
consigue escapar y denunciar a los Bane. El rey en persona, con 400 hombres,
acude a capturar a los Beane, y así
advierten la magnitud de los crímenes de los Beane al encontrar restos de
numerosos cadáveres dentro de la cueva. El clan fue llevado a Edimburgo, en
donde todos sus miembros son rápidamente juzgados y ejecutados sin que en el
proceso, o durante la ejecución, mostraran señales de arrepentimiento. La
familia de caníbales del film bien podría asemejarse a la de Beane.
No obstante,
Henkel solamente reconoce una influencia en su obra: la del asesino en serie
Elmer Wayne Henley, un joven que entre 1970 y 1973 buscaba víctimas para un
pederasta, Dean Corll. Juntos fueron responsables del asesinato de 28 niños y
jóvenes en Houston, Texas, una ola de crímenes que culminó con el asesinato de
Corll a manos de Henley. Corll tenía una habitación especial de torturas donde
violaba, torturaba e incluso castraba a sus víctimas, y ofrecía 200 dólares a
sus cómplices, ya que también le ayudaba otro joven, David Owen Brooks.
Así que, la
leyenda urbana que asegura que lo que ocurre en el film fue real, es totalmente
falsa. Ya los créditos iniciales avisan que lo que está a punto de verse, justo
cuando aparece la figura hecha con cadáveres, está basado en hechos reales. Y
es cierto, pero en los casos reales de Gein y Henley.
El origen de la
leyenda
Pero el origen
de la leyenda que hoy conocemos comenzó cinematográficamente algo después, a
comienzos de los 60. Y primero en la literatura, a través de la novela de
Robert Bloch “Psycho”. Fue Hitchcock quien plantó la semilla del psycho-killer
en el celuloide, pero desde un punto de vista más psicológico, algo que
interesaba mucho más al maestro del suspense.
El gore no
tardaría en hacer acto de presencia, justo tres años después. En 1963 vendría
Herschell Gordon Lewis a instaurar una nueva manera de entender el terror,
mucho antes de que Raimi, Romero y Hooper hicieran de las suyas. Pero fue este
último el que unió ambas vertientes con enorme éxito, dejando huella en la
historia del cine y en las retinas de toda una generación con “La matanza de
Texas”.
Y más aún, como
suele ocurrir en muchos casos, la película fue hija de su tiempo, consecuencia
de un periodo convulso de la historia norteamericana en el que la juventud
estaba desencantada con el gobierno y la situación económica y política del
país. No olvidemos que, dos años antes, el escándalo Watergate había puesto en
entredicho la figura del gobierno en Estados Unidos. En medio de todo eso, un
alumno y profesor de la Facultad de Artes de Austin, Texas, llamado Tobe Hooper,
aspiraba a documentalista y reflejaba en sus trabajos el hastío de su
generación. Por su cabeza rondaba la idea de un proyecto acerca de una casa
aislada como reflejo de la alienación del individuo en la sociedad. Empezaba a
forjarse la leyenda, y fue entonces cuando Hooper conoció a Kim Henkel
(co-guionista), un apasionado de la historia de los psicópatas, y juntos
tejieron la historia que hoy en día todos conocemos. La idea de la motosierra,
eso sí, vino después, cuando Hooper se encontraba
en una tienda llena de gente, mientras pensaba en una manera de hacerse camino
a través la multitud.
Pero encontrar
financiación no fue fácil. Tobe Hooper y Kim Henkel crearon una corporación
llamada Vortex, Inc., siendo Henkel el presidente de la misma y Hooper el vicepresidente.
Le preguntaron a Bill Parsley, un amigo de Hooper, si estaba interesado en
financiar la película; Parsley creó una compañía llamada MAB, Inc. e invirtió
$60.000 dólares en la cinta. Como resultado, MAB se hizo dueña del 50% de la
película y sus futuras ganancias. La compañía P.I.T.S. donó $23.532 dólares, a
cambio del 19% de las futuras ganancias de Vortex. El resto salió de Louis Periano de Bryanston Distribution Company, que utilizó los
beneficios conseguidos con “Deep Throat” para producir “La matanza de Texas”. De paso dejó en la estacada a Hooper y amigos al ser
detenido por razones fiscales y demás. En definitiva, después de que los
invetsores recuperaran su dinero (incluyendo los intereses) y se les pagara a
los abogados y contadores, sólo fueron repartidos $8.100 dólares entre los 20
miembros del reparto y equipo.
Con esto y la
voluntad del equipo comenzó la producción y el rodaje. Para el reparto se
escogieron caras desconocidas, la mayoría alumnos de la Universidad de Texas.
Pero sin duda sería Leatherface el más importante. A la prueba se presentó un
enorme islandés, y fue contratado en cuanto entró por la puerta. Gunnar Hansen
decidió que su personaje tendría cierto retraso mental, lo cual le impedía
hablar con facilidad, y para preparar su personaje se pasó una semana entera
visitando una escuela de personas con problemas de habla y aprendizaje para
meterse en el papel. Como narrador se escogió a un por entonces desconocido
John Larroquette, una década antes de triunfar con la serie “Juzgado de
guardia”, en el que era su segundo trabajo.
No fue necesaria
ninguna pieza musical destacable, y la banda sonora fue compuesta por el propio
Hooper y Wayne Bell a partir de ecos y ruidos, y su objetivo era únicamente
crear una atmósfera pesadillesca, que produjera mareos y náuseas, incrementando
la tensión del relato. Los 38º de temperatura y la fotografía granulada de
Daniel Pearl, fruto de su conversión de 16 a 35 mm, hicieron el resto. Porque
todo esto contribuyó al ambiente enrarecido de la cinta, y el verano del Texas
del 1973 durante el cual fue filmada resulta bien visible durante todo el
metraje. Además del elevado calor, el equipo tuvo que sufrir numerosas
penurias: los bichos, el olor de los restos
putrefactos de los animales que se recogían en la carretera para “decorar” el
set, y sobre todo que al transcurrir la acción en 24 horas, en un rodaje de 32
días con una media de 14/16 horas diarias, los actores no pudieron cambiarse de
ropa…
La sangre salpicó las
butacas
Nadie esperaba lo que ocurriría después.
La película se convirtió en todo un fenómeno. Al poco de finalizar el rodaje,
la compañía de Periano accedió a distribuirla, y el 1 de octubre de 1974, la
película vio la luz durante la matiné de los sábados de manera limitada, y poco
a poco los pases fueron llenándose de adolescentes. El número de espectadores
creció cuando se corrió el rumor de que estaba basada en hechos reales, y el
título fue modificado, por consejo de uno de los socios del proyecto, de
“Leatherface” a como lo conocemos hoy en día. Con un presupuesto que apenas
superó los 100.000$, la película recaudó a nivel mundial más de 50 millones de
$.
Y eso a pesar de ser
calificada R (todos los menores de 17 años deben ir acompañados por adultos) y
ser prohibida en multitud de países. El filme estuvo prohibido en Noruega (se estrenó sin censuras en 1997),
Suecia (hasta 1984, pero luego censurado hasta 2001), Chile (hasta 1978),
Australia (hasta 1984, en una versión adaptada), Francia, Irlanda, Alemania
India e Islandia; y estuvo censurada en Argentina, Finlandia, Holanda, Canadá,
España, Japón, Corea del Sur y en los mismos Estados Unidos.
No es para
menos. La revista Empire la calificó como “la película de terror más
horripilante jamás filmada”. Todo gracias a algunas de las imágenes más
escalofriantes que se han visto en la historia del cine. En mi retina aún
perdura el momento en que Leatherface cuelga de un gancho para carne a una
chica, o la angustia de la única superviviente en su tramo final, cuya actriz
fue apodada a partir de entonces como Reina del Grito.
Y pese a
que en su momento hubo división de opiniones entre la crítica especializada, el
tiempo la ha puesto en su lugar como obra de culto. Una obra que ha inspirado a
cineastas como Sam Raimi, Ridley Scott, Rob Zombie o Wes Craven, entre otros, y
que dejó un legado que se extiende hasta nuestros días. Porque filmes como las
recientes “Las colinas tienen ojos” deben su espíritu gore a esta película, que
buscaba ante todo la transgresión, proponer al espectador otro tipo de terror.
Hasta el Museo de Arte Moderno de Nueva York la añadió a su colección. Ha sido
testigo de horrorosas secuelas, de un estimable remake en 2003, año en que
salió una edición en DVD de cubierta de lo más apetitosa, y de innumerables
productos, de serie B o no, influenciados por ella.
Mucho más podría contarse de “La matanza de Texas”, pero no puede
acabarse un reportaje sobre hasta dónde llegó la sangre sin recordar la
trayectoria de su malogrado artífice. Tobe Hooper apuntaba maneras, y
revolucionó todo un género, pero se quedó en eso, en una promesa. Sí, dirigió
posteriormente algunas obras adoradas por sus fans como “La casa de los
horrores” o la miniserie “El misterio de Salem’s Lot”, pero su carrera se fue
apagando y sufrió un definitivo revés cuando se puso en manos de Spielberg para
realizar “Poltergeist”, la película que acabó, pese a su éxito, por dinamitar
su carrera. Se atrevió con la olvidable secuela de su gran proeza, pero la
motosierra cuya alargada sombra le ha seguido durante toda su vida. Una
motosierra que, casi cuarenta años después, sigue sonando con la misma fuerza.