jueves, 30 de julio de 2009

La película del mes

Cada final de mes les traigo el análisis de algún film que viera en mi infancia (o no), que me impactara o me decepcionara sobremanera, con el objetivo de ver cómo el tiempo pone a cada cosa en su lugar

The Rocky Horror Picture Show *****



Si unes todas esas cintas de serie B de terror y ciencia-ficción de las productoras Hammer, RKO y la Universal que se emitían en una económica y febril sesión doble, las mezclas con música rock, la sazonas con la locura de drogas y sexo liberal propios de la década de los 70 y le añades unos puntos de friquismo absoluto nace un producto peculiar, que por el tema que trata y por pertenecer a un género tan difícil como el musical era complicado que congeniara con el público. Una criatura final que guarda no pocas similitudes con el mismo Ed Wood, quien también está incluido, aunque indirectamente, en el homenaje.

“The Rocky Horror Picture Show” –en adelante RHPS para abreviar- nació de la imaginación de Richard O’Brien, actor de origen inglés pero criado en Nueva Zelanda, donde se convirtió desde muy pequeño en fanático de esas películas de terror y ciencia-ficción que inundaban las salas durante los años 50 y las décadas anteriores. Así, O’Brien se fascinó con los años por el cine de Wood y por clásicos como “Frankenstein”, “Drácula”, “Planeta prohibido” o “Ultimátum a la Tierra”, entre otros. Junto al joven director australiano Jim Sharman, a quien conoció en los ambientes teatrales ingleses, adonde volvió para hacerse camino como actor, organizó una puesta en escena de “Jesucristo Superstar”, hasta que le propuso la extraña idea que había detrás de RHPS. O mejor dicho, la extraña idea tras “The came from Denton High”, que era el título original. Finalmente, y por consejo de Sharman, a quien entusiasmó el proyecto, pasó a llamarse como hoy en día la conocemos, aunque antes adquirió el nombre de “The Rock Hor-Roar Show”. También entusiasmó a los productores Michael White y Lou Adler, quien también se hizo cargo de la música.

¿Pero por qué hablo de RHPS como de una extraña idea, como si de una locura se tratara? La respuesta está en el mismo argumento. La castiza pareja formada por Brad y Janet queda tirada en medio del bosque tras averiarse su coche. Para refugiarse de la incipiente tormenta, los tortolitos, que planean casarse, se refugian en uno de esos castillos tan característicos de las películas de miedo. Allí conocerán al Dr. Frank’N’Furter, un carismático científico travesti que esa misma noche organiza la Convención Anual Transilvana con motivo de la presentación de su nueva criatura, Rocky, un adonis físicamente perfecto pero muy tonto que ha sido creado primordialmente para satisfacer sexualmente a su amo. Durante la alocada velada bailarán, cantarán, sabrán la verdad de la procedencia del poco cerebro que tiene Rocky y por supuesto verán cómo su férrea moral cristiana se hace añicos ante todas las tentaciones que el propio Furter y sus criados les ponen enfrente. Todo ello con inolvidables números musicales e incontables referencias a la serie B de los 50 –visible en personajes, situaciones, trama y en algunas secuencias, como esa gran torre en uno de los números musicales finales que rememora la insignia de la RKO-, a la cual satiriza pero con el máximo de los respetos.

Tal fue el éxito del montaje teatral primero en Inglaterra y posteriormente en EEUU que la Twentieth Century Fox se interesó por la adaptación a la pantalla grande. Con 1.5 millones de presupuesto y buena parte del elenco original, que incluía al cantante Meat Loaf como Eddie, el motorista alocado del cual Furter extrae el cerebro para Rocky, y por supuesto con O’Brien y Sharman tras el proyecto –ambos escribieron y el segundo lo dirigió-, RHPS estaba ya preparada para dar el gran salto a la gran pantalla. Del cast original hubo escasas variaciones. Tim Curry volvió a travestirse como el loco Dr. Frank’N’Furter en el que sería su primer papel en el cine tras su paso por el teatro y la televisión, y que a día de hoy sigue siendo su mayor logro como actor, sin contar el del Señor de las Tinieblas en “Legend”, mientras que el mismo O’Brien volvió a encarnar al mayordomo Riff Raff. La entonces desconocida Susan Sarandon encarnó a la virginal Janet, mientras que el veterano Charles Gray, el villano Blomfeld de la saga Bond, hizo lo propio con el improvisado narrador de la historia, quien a su vez enseña los pasos de baile del número musical “Time Warp”, uno de los mejores de la película y que incita a los espectadores a bailar siguiendo las indicaciones de Gray.

El rodaje en sí sufrió contratiempos, como un accidente de Meat Loaf en la famosa escena de la moto que acabó con una fractura en la cabeza, una pulmonía de Sarandon tras la escena de la piscina o la peligrosa adicción de Curry a las drogas, que obligaba a retrasar el rodaje. Incluso hubo una disputa entre Patt Quinn, la actriz que canta el imponente tema musical central del comienzo de la obra, “Double Feature Science-Fiction”, y O’Brien, pues si bien los labios rojos que hicieron famoso el cartel de la película y que se mueven durante los créditos iniciales son los de Quinn, la voz es la del mismo O’Brien. Un cambio que trajo más de una discusión entre ambos. Dichos labios, por su parte, recuerdan a los que los Rolling Stone usan como sello desde 1971 basándose en un diseño de Andy Warhol. De hecho, Mick Jagger se mostró interesado en interpretar al Frank’N’Furter cinematográfico, pero los creadores consideraron más oportuno recurrir a un reparto desconocido y sobre todo al protagonista original de la obra. Y si se fijan bien, aunque no tiene relación alguna, los acordes de “Science Fiction/Double Feature” rememoran al “Sympathy for the Devil” de los Rolling, aunque esto es tan solo una impresión personal y no un hecho contrastado. Es recomendable escuchar esta canción y apreciar los múltiples referentes cinematográficos que utiliza en su letra.

Llegados hasta este punto, ¿por qué es considerada RHPS un filme de culto? Para entenderlo debemos remontarnos a su estreno. Pese a su éxito teatral, el público y la crítica ignoraron la cinta. Se convirtió en un fracaso en taquilla, y los críticos no aplaudieron el aspecto puramente teatral que Sharman dio al conjunto, esperando quizás algo más ampuloso –personalmente, prefiero el ambiente intimista y claramente influenciado por el Glam Rock inglés que los creadores decidieron conferirle-, y sobre todo no congeniaron con su espíritu juerguista. Rápidamente retirada de las salas, la película encontró su salvación gracias al empeño de la Fox de no perder su dinero –y tanto que no lo perdieron, pues la película a día de hoy lleva 112 millones de dólares recaudados solo en terreno estadounidense-. La proyectaron a medianoche como parte de un programa doble, esos mismos programas que homenajea la canción inicial. Y lo que ocurrió aún no se explica del todo. El público más freak empezó a sintonizar con su humor y la película tuvo una segunda vida en esas sesiones, hasta el punto de que según la leyenda alguien gritó a Janet “Buy an umbrella, you cheap bitch” (cómprate un paraguas, perra barata) durante la escena de la lluvia, y aquello se convirtió en un modelo a seguir.

Y fue precisamente esta pauta la que lo convirtió en un fenómeno. Durante aquellas sesiones golfas, la gente vestía como los personajes años antes de que sucediera lo mismo con “Star Wars”, gritaba cosas a la pantalla hasta el punto de interactuar con la película, siguen los pasos dictados por Gray para el “Time Warp” y hasta portaban utensilios a usar en determinados momentos (arroz para la escena de la boda, guantes de látex para el momento del nacimiento de la criatura, pistolas de agua simulando la tormenta, mecheros, etc.), utensilios conocidos como props.

Pero el fenómeno fue aún más allá. Se creó toda una disciplina en torno a las proyecciones. Había que repetir ciertas pautas de comportamiento durante las mismas, organizadas durante cada cierto tiempo, usando los props y cantando y bailando las canciones, replicando a los personajes –una de las técnicas consiste en abuchear al malo, por ejemplo- a la vez que los actores bailaban bajo la pantalla y hacían al público partícipe. Los nuevos asistentes, denominados vírgenes –no cuenta el haberla visto en vídeo o DVD, eso se considera simple masturbación-, son bienvenidos a esta juerga sin control en la que posiblemente tengan que pasar un sacrificio de vírgenes, consistente en tener que realizar alguna prueba no discriminatoria ni vejatoria. Este fenómeno se extendió a Alemania y España, donde se realizan pases cada poco tiempo y cuyo fansite pueden visitar en http://www.rhps.es/, donde encontrarán todos los requisitos a cumplir, los próximos eventos e información detallada del espectáculo, entre otras cosas. En nuestro país, el interés se renovó gracias al Festival de Sitges de 1995, donde se proyectó durante un año en sesiones donde los horroritas, como se hacen llamar los auténticos fans, se dejan llevar fervientemente por esa orgía de rock, terror y locura continua.

Por supuesto, el merchandising propio de la película no se hizo esperar, incluyendo desde libros y cómics hasta videojuegos, pasando por supuesto por discos con versiones de su música. Se realizó incluso una película similar en contenido e intenciones años más tarde, “Shock Treatment”, obra del propio O’Brien pero que no gozó del mismo fenómeno, aunque sí es muy apreciada por sus fans. Y se habla de un remake, que sin haberlo visto puedo decir desde ya que es innecesario e inútil.

En definitiva, ¿qué es exactamente RHPS? Pues es más que una simple película. Es todo un espectáculo interactivo, rotundamente freak. Pero no sólo es el fenómeno que lo envuelve. No olvidemos que es una gran película, posiblemente el mejor musical que un servidor ha visto en la vida, y eso que musicales sublimes hay para aburrir. Pero ante todo, RHPS es un sentido homenaje en forma de falsa sátira a todo ese cine tan venerado por muchos pero detestado por otros por su cutrez que conforma el rango de la serie B. Si bien la película comienza de una manera casi lisérgica, alocada, la mecha se va apagando conforme avanza el metraje, y la canción inicial se torna triste en el desenlace. Los labios rojos vuelven a hacer acto de presencia y en la letra, así como en el mismo tono de la música, notamos que no solo ha acabado el espectáculo, sino que ha acabado toda una generación cinematográfica de cine hecho por y para el entretenimiento, generando un profundo sentimiento de nostalgia. Personalmente, el resultado es que tras acabar RHPS fui corriendo a hacerme con “Planeta prohibido”, “Ultimátum a la Tierra”, “El hombre invisible” y todas esas joyas que esta película admira. Y fue cuando entendí aún más por qué O’Brien sintió tal fascinación, y cómo a un verdadero fanático se le pudo ocurrir esta obra de arte que es “The Rocky Horror Picture Show”.

martes, 28 de julio de 2009

LA CRÍTICA

Asalto al tren Pelham 123 ***
(The taking of Pelham 123)


“Pelham uno, dos, tres” (Joseph Sargent, 1974) poseía el inconfundible aroma de thriller que abundaba en los 70, el mismo que desprendían otros filmes como “La conversación” o “Todos los hombres del presidente”. No puede decirse que la nueva versión sea deudora de nuestro tiempo exactamente, pero sí podemos afirmar con absoluta convicción que es hija de su director.

Así, del elegante thriller que nos brindaba la película original pasamos a una frenética action movie con el típico secuestro de fondo. Y todo ello con el personal sello de Tony Scott, tan videoclipero y esteta como siempre, y ofreciendo lo que se espera de él: una fastuosa producción de acción a raudales y mucha tensión en la que la cámara jamás permanece quieta, y en la que la fotografía y la banda sonora, y en definitiva el montaje audiovisual, van al unísono siguiendo el camino de un desenfrenado vagón de tren que aumenta su velocidad, y con ello los efecticismos propios del realizador, de una manera vertiginosa.

No obstante, y tal y como ocurriera con la acertada “El fuego de la venganza”, Scott impone su toque con mano de hierro, pero nos da igual que intente como de costumbre ser el centro de atención del circo que ha montado. Todo gracias a un inteligente guión, obra del gran Brian Helgeland, en el que priman los personajes y los diálogos sosegados entre tan tumultuoso envoltorio. A ello ayudan, y he aquí el gran acierto de esta cinta, unos Denzel Washington y John Travolta en absoluto estado de gracia, ofreciendo un antológico tource de force interpretativo vía radio, sin que lleguen apenas a compartir plano como ocurriera en aquella obra maestra de Michael Mann titulada “Heat”.

En medio del aluvión de remakes de pelis de terror que nos llegan estos días, Scott y Helgeland cogen un portentoso thriller de suspense setentero y lo reconvierten en una entretenidísima película de acción que mantiene el interés de principio a fin y pasa tan rápido como un vagón sin control. No se limitan sus responsables a copiar a destajo el producto original. Cambian los personajes, el cuidado de los mismos, las situaciones que se presentan, e incluso el final, en el cual un servidor prefiere aquel estornudo que ponía entre la espada y la pared a Martin Balsam en lugar de ese desenlace tan cómodo y justo con lo que el público espera que nos presenta el ya previsible porvenir del malo de la función.

Este nuevo viaje a bordo del Pelham 123 no se encuentra a la altura del original –contiene cambios que la hacen diferente, a ratos mejor, pero a la par se echan de menos algunos detalles que hacían de aquella una película mítica-, pero constituye un ejemplo de blockbuster veraniego bastante inteligente y entretenido, que es lo que importa al final en un producto de estas características. Por la travesía sobran algunas situaciones, como la comunicación vía chat entre uno de los rehenes y su novia o la explicación del pasado de Travolta, que sirve para informar al público pero que carece del mayor interés para el avance de la trama. Sin embargo, Scott no hace descarrilar el tren en ningún momento a pesar de sus reiterados intentos por sobresalir con su enérgica puesta en escena y el conjunto, y al final es lo que importa, entretiene. Y ya eso es más de lo que se esperaba.
A favor: Travolta y Washington, magníficos
En contra: falta el estornudo de Martin Balsam que ponía el broche de oro a la original

sábado, 25 de julio de 2009

LA CRÍTICA

Resacón en Las Vegas ***1/2
(The Hangover)
¡Jo, qué noche!

Desde “Viaje de pirados” hasta “Aquellas juergas universitarias”, y olvidando algunos productos más alimenticios y claramente de encargo como “Starsky & Hutch”, Todd Phillips nos ha venido contando la misma historia, el mismo perro con distinto collar. Ya fuera desde el descerebrado punto de vista adolescente de la primera o desde el del trío de treintañeros patéticamente desesperados por demostrar que sus tiempos de diversión irresponsable universitaria están lejos de haber acabado, el objetivo era encadenar una serie de despropósitos, situaciones imposibles pero que en la alocada trama gozaban de un sentido absoluto. Para entendernos, lo suyo era filmar una juerga bestial constante.

La historia de “Resacón en Las Vegas” es, como dirían los personajes, clásica. Doug va a casarse, y para celebrar su despedida de soltero se va a Las Vegas con sus amigos Phil, un rutinario profesor de escuela y padre de familia desencantado con el matrimonio, y Stu, dentista y sumiso con su esposa, con la que incluso un barman tiene más contacto que él mismo. A ellos se une Alan, el cuñado de Doug, un tipo un poco guarrete, antisocial y completamente fuera de onda. Tras un brindis fugaz en la azotea del Caesar’s Palace, a la mañana siguiente despiertan en la habitación del hotel, con todo patas arriba y con un cuadro incomprensible: sin recordar nada de lo ocurrido, con gallinas pululando por la habitación, un bebé en el armario, un tigre en el baño, un diente roto, una terrible resaca y… ni rastro del novio. Los tres amigos se unen para buscarle, a la vez que van descubriendo cosas de esa noche de las que no se creían capaces.

Si algo diferencia a esta nueva juerga de todas las narradas por Phillips es el guión, y de eso se beneficia el director para realizar su mejor comedia hasta la fecha, algo que no era difícil. Obra de Scott Moore y Jon Lucas, el libreto lo componen un sinfín de situaciones increíbles totalmente justificadas. Además, Phillips imprime el decisivo toque frenético a la cinta para que no pierda en ningún momento el ritmo de montaña rusa que comienza en esa mañana de resaca tras la cual todo es posible, y en la que es mejor no perder detalle para ir despejando algunas incógnitas de lo que ocurrió en esa alocada noche donde se van a mezclar drogas, tratos con mafiosos, prostitutas y hasta un incidente en la casa de Mike Tyson.

Acertado es también el trío protagonista. Bradley Cooper va pisando con fuerza en la comedia americana, mientras que Ed Helms nos caerá cada vez mejor a todos los que le hayamos visto en la serie de televisión “The Office”, sufriendo una brutal transformación de reprimido a libertino. Y olvidando a ese proyecto de actriz que no acaba de despegar llamado Heather Graham, el que realmente se lleva el gato al agua es Zach Galifianakis, el orondo cuñado, en un papel memorable a la par que inteligente.
“Resacón en Las vegas” sigue la estela emprendida por Judd Apatow, pero sin dar respiro para el sentimentalismo barato. Lo que ofrece es entretenimiento no exento de inteligencia, humor muy cuidado sin caer en la grosería típica de la comedia actual, todo muy bien engarzado y servido a pesar del lío que nos presenta. Dos consejos: véanla en versión original y no se levanten de sus asientos durante los créditos. La película nos guarda la agradable sorpresa de mostrar pistas de lo ocurrido durante esa frenética fiesta a través de fotos. Una selección final de instantáneas que rematan una comedia que, desgraciada y seguramente, tendrá una secuela en vista de sus resultados en taquilla (más de 250 millones de dólares recaudados solo en terreno estadounidense, y partiendo de un presupuesto de tan solo 35 millones). Aún así, con todas esas pistas ante nuestras narices seguiremos siendo incapaces de hacernos una idea de lo que supuso esa interminable noche de locura.

A favor: la sesión de fotos final
En contra: que ya estén planeando la secuela

viernes, 17 de julio de 2009

LA CRÍTICA


Los mundos de Coraline ****1/2
(Coraline)

A Henry Selick le sigue hoy en día la alargada sombra esquelética del Jack Skellington de “Pesadilla antes de Navidad”, la cual para colmo es considerada más como fruto de la imaginación de Tim Burton que de la suya. Mucho le costó ganarse una reputación al margen de éste, incluso después de ser aclamado por “James y el melocotón gigante”. A día de hoy, “Pesadilla…” fue dirigida por muchos por Burton, quedando Selick en el olvido. Y a esto no ha ayudado que un film como “Monkeybone” siguiera buena parte de la estética burtoniana.

Si algo diferencia a su ópera prima de su nuevo trabajo es la libertad que Selick parece haber tenido en esta ocasión. Si bien ambas tienen el mismo espíritu macabro, “Pesadilla…” desprendía cierto tufillo disneyiano en el resultado final. Pero ahora, con “Los mundos de Coraline”, Selick demuestra que lo suyo son los relatos animados infantiles para adultos, y espero que nadie se líe con esta calificación.

Para entendernos, Selick es para el cine de animación infantil actual lo que Roald Dahl significó para la literatura infantil universal: un autor infantil, sí, pero siniestro donde los haya. Ambos comparten el realizar trabajos supuestamente infantiles, pero con clara vocación didáctica para adultos y niños, sin escatimar en pasajes y sublecturas macabras, en ocasiones no aptas para todos los públicos.

El director muestra por fin su verdadera cara, aquella que no pudo en “Pesadilla…” pero que se intuía vagamente en “James…”, y que provocó que ésta no fuera precisamente una película infantil al uso. Con esto, Selick se erige como uno de los pocos realizadores de animación –americanos, para estrechar más si cabe el círculo- que, al igual que Brad Bird, poseen no solo un discurso propio tras la fachada de sus obras infantiles, sino que dan toda una lección cinematográfica: usan el género de animación para hablar de otros géneros, para contarnos cualquier otra cosa más profunda.

Selick acierta en “Los mundos…” de principio a fin. Desde la puesta en escena hasta la ambientación, pasando por una historia escrita por él mismo y una banda sonora casi hipnótica, mágica y críptica, a veces necesariamente caótica. Por fin, respaldado por una productora independiente, podemos disfrutar de un estilo personal que ya debería sernos inconfundible y que ya estaba presente en su primera película, incluso bajo los toques supuestamente burtonianos de los que presumía –de hecho, dicha estética ya latía con fuerza en “Oz, un mundo fantástico”, cuyo diseño de story boards fue obra suya-. Desgraciadamente, aquella pesadilla tendrá mucho más peso en la historia que esta deliciosa a la vez que macabra obra maestra de la animación, la cual merece un puesto de honor en el género y debería ir acompañada de un aviso para todos aquellos padres que vayan con sus hijos esperando ver una película para niños. Porque “Los mundos de Coraline” distorsiona hasta el límite todo lo que en animación hemos visto, Selick se transforma definitivamente en Dahl y de ello deberían ser informados todos los que acudan a verla sin saberlo. Así se evitarían los comentarios que algunos han proferido en su contra al salir de la sala.
A favor: que por fin podemos disfrutar del verdadero Selick
En contra: que los padres acudan al cine a verla con sus hijos sin previo aviso acerca de su austeridad

viernes, 10 de julio de 2009

LA CRÍTICA

La última casa a la izquierda ***1/2
(The Last House on the Left)

Víctima de la misma era hippie en la que se encontraba, “La última casa a la izquierda” supuso el dudoso debut en la gran pantalla de Wes Craven, hoy en día considerado un maestro del terror. Y digo dudoso porque la película no ha soportado bien el paso del tiempo, y no creo que fuera vista alguna vez como un prometedor debut del maestro que hoy en día Craven es considerado, salvo por esos fans incondicionales que la consideran una de sus mayores proezas.

Mal dirigida, horriblemente planificada y peor interpretada, la versión de 1972 no acertaba en el tratamiento de la suculenta historia que se traía entre manos, la de una venganza aparentemente justificada, un mensaje que estaba palpable durante todo el metraje pero que el realizador no supo explotar. Al igual que la también fallida “Las colinas tienen ojos”, también objeto de culto en nuestros días, se preocupaba más en mostrar que en abordar de lleno la historia con seriedad, proponiendo una estructura narrativa más bien digna de una mala comedia que del género de terror de serie B en el que supuestamente se enmarcaba. Otros por aquel mismo año, como Tobe Hooper, consiguieron que una sierra mecánica sonara con el mismo estruendo con el paso de los años. Como él, otros supieron aprovechar el material de partida para hacer historia en el género. Wes Craven, en cambio, falló a todos los niveles posibles.

Si Alexandre Ajá logró hacer sonrojarse a las colinas con ojos de Craven –quien produce, al igual que en aquella ocasión, la cinta, esta vez ayudado por el gran Sean Cunningham, padre de “Viernes 13”- con un festín gore sin escrúpulos que poseía cierto trasfondo social y político, el desconocido Dennis Iliadis –si sigue por este camino más nos vale recordar su nombre en el futuro- propone una nueva visita a esa última casa a la izquierda de trasfondo moral tan discutible. El debate ético acerca de la justificación del “ojo por ojo”sigue vigente, como en la original, pero Iliadis ya de entrada acierta en la planificación, el tempo cinematográfico –muestra lo que tiene que mostrar cuando tiene que mostrarlo, sin precipitarse- y en una cuidada ambientación y realización casi independiente en la que priman los detalles, la atmósfera opresiva y unos encuadres tan desasosegantes como exquisitos.

Su versión está totalmente justificada a cada segundo. Aquellas situaciones que Craven daba por supuestas pero que carecían del menor sentido se muestran ahora de manera bien resuelta y coherente, y al igual que él, Iliadis parece deleitarse con la sangre, pero todo envuelto en un cúmulo de aciertos que la hacen elevarse por encima de su modelo de referencia, y todo sin perder de vista el interesante debate que plantea. Hasta los actores, en especial esos entregados padres interpretados por Tony Goldwyn y Monica Potter, están bien dirigidos dramáticamente.

Puede que a Iliadis se le vaya la mano con la casquería en la casi innecesaria secuencia final, e incluso haya quien eche de menos que Tony Goldwyn suba las escaleras con una sierra mecánica en la mano –lo único que un servidor recuerda que funcionara en la fallida primera película-, pero su última casa a la izquierda entra en el grupo de remakes solventes, esos que al igual que los de Ajá o Zack Snyder con “Amanecer de los muertos” son recibidos con los brazos abiertos. Y por si alguien extraña la citada secuencia, el director nos regala otra aún más sangrienta con una trituradora como protagonista. Porque esto no es “Funny Games”, con su juego de manipulación encubierto. Aquí se acabaron las sutilezas.
A favor: la brutal escena de la cocina, y que es definitivamente mejor que la original
En contra: la casi innecesaria escena final, y que no haya secuencia con la sierra mecánica

martes, 7 de julio de 2009

LA CRÍTICA

Transformers: La venganza de los caídos ***


En los trailers previos a la proyección de “Transformers: La venganza de los caídos” pudimos ver el avance final de la esperada “2012”, del cineasta empeñado en acabar con el mundo Roland Emmerich. Podríamos comparar una de sus catastróficas epopeyas más conocidas, “El día de mañana”, con el “Armageddon” que Michael Bay nos propuso hace más de una década en forma de devastador y gigantesco asteroide que portaba un billete de ida directo a nuestro planeta. A pesar de ser de temática similar, Bay ha conseguido en cada nuevo trabajo lo que Emmerich no ha logrado en su reiterativo intento por realizar el film destroyer definitivo: otorgarnos un enérgico espectáculo, sin concesión posible a la moraleja final y sin importar la ausencia de guión.

Así, ya hablemos de la película protagonizada por Bruce Willis o del primer “Transformers”, Bay nos ha inyectado con nuestro consentimiento una sobredosis de anabolizantes que ningún otro, ni Emmerich ni Wolfgang Petersen –papá Spielberg no cuenta, que lo suyo es cine espectáculo con sustancia-, ha conseguido, por mucha devastación que prometan en sus películas. Porque la filmografía de Bay está impregnada de guiones huecos, pero con gran sentido del humor y con todos los engranajes que debe tener el blockbuster del nuevo milenio.

Una vez entendido este punto, debemos extrañarnos porque haya quien todavía busque en sus películas el más mínimo resquicio de inteligencia narrativa. El primer “Transformers” nos lo dejaba bien claro: no estamos ante una obra de arte y ensayo, sino ante una máquina cuidadosamente engrasada y hasta el tope de esteroides, capaz de hacernos disfrutar como enanos como ningún otro realizador puede hacerlo, por muy videoclipero que se nos prometa. Y quien busque diversión inteligente, algún hueco para una pizca de guión, está perdiendo el tiempo con esta película.

Habría sido fácil, no obstante, repetir los esquemas de la primera parte. El punto más álgido de este nuevo chute de música cañera, chicas cañón y extravagantes efectos visuales está en proponer una estructura independiente de su predecesora, de no dejarse llevar por el déjà vu que habría asegurado su éxito en las salas. Esta segunda entrega es totalmente distinta, con el único nexo en común de los personajes y las situaciones cómicas, aquí más gamberras y elevadas al cuadrado del absurdo –Shia LaBeouf gritando como una niña, el ridículamente tronchante John Turturro, el incidente con el electroshock en el baño-, pero sin dejar de resultar efectivas. “Transformers: La venganza de los caídos” eleva el estruendo hasta límites insospechados, pero lo hace sin necesidad siquiera de repetir y alargar aquellos gloriosos cuarenta minutos finales que se nos inyectara vía intravenosa en la anterior película.

Hay pocos directores a los que un servidor les permita la libertad de rodar y estrenar vertiginosamente a cambio de disfrutar de un espectáculo que salpique a la platea y en el que no prime el guión. El objetivo es otro, el del puro entretenimiento de las masas. Y en ese sentido, bienvenido sea este híbrido entre lo que debió dar de sí el último Terminator –aún así, en ésta se esperaba más guión- y el inconfundible sello de su director. Quien no se divierta con esta película es porque por sus venas corre aceite de motor Decepticon. Piensen en ello.
A favor: que no repite los esquemas de su predecesora
En contra: que haya quien aún le busca guión a películas como esta

viernes, 3 de julio de 2009

Karl Malden (1912-2009)

“Un tranvía llamado deseo”, “La ley del silencio”, “La conquista del Oeste”, “Patton”… todas tienen algo en común: en ellas participaba Karl Malden. Fue uno de mis eternos secundarios favoritos. Marcado físicamente por una complexión fuerte y una nariz rota a raíz de varios partidos de baloncesto en el instituto, donde era muy popular como estrella del equipo, era considerado un feo oficial del celuloide.

Pero lo que tenía de feo lo tenía de magnífico actor. Amigo desde sus comienzos en teatro del aún desconocido Elia Kazan, con quien trabajaría posteriormente, Malden ganó un Oscar al Mejor Actor de Reparto por su papel de Mitch en “Un tranvía llamado deseo”. En los 70 se convirtió en el teniente Mike Stone en la serie televisiva “Las calles de San Francisco”, que no hizo más que aumentar la fama que se había ganado a pulso durante las dos décadas posteriores, y donde participaba un jovencísimo Michael Douglas. Fue la época de declive del actor, cuando se le hacía cada vez más difícil encontrar papeles a pesar de la merecida reputación ganada a pulso durante las dos décadas anteriores. Aún así, realizaba apariciones fugaces en televisión, ya fuera en telefilmes (el más conocido es sin duda “El secuestro del Achille Lauro”, basada en hechos reales acerca del secuestro de un autobús escolar lleno de niños y su posterior entierro vivos en un almacén subterráneo) o en spots televisivos. Uno de sus últimos trabajos fue como invitado en “El Ala Oeste de la Casa Blanca”.

Malden fue un actor disciplinado y responsable, gran amigo y muy profesional según conocidos y compañeros de trabajo. Tras una amplia trayectoria de más de medio siglo, Karl Malden nos ha dejado a los 97 años por causas naturales mientras dormía este mismo miércoles. Descanse en paz.