Es Halloween, noche de brujas, la noche perfecta para tirarse en el sofá con un grupo de amigos (o solo, que así nadie te ve saltar del susto) a ver un par de pelis de miedo. Lo propio sería ver terror visceral, llámese Carpenter, Raimi, Romero o Fulci para los estómagos más fuertes, incluso un Miike para los valientes. En una noche como esta, cada vez más afianzada en nuestro país (ya se ven a niños pidiendo caramelos por las casas), en lugar de comentar pelis de miedo voy a comentar una serie de miedo.
Pocas veces tiene uno la oportunidad de ver en una misma serie ilustres nombres como John Carpenter, Brad Anderson, Tobe Hooper o Joe Dante tras las cámaras. Eso fue lo que consiguió el escritor y director Mick Garris en “Masters of Horror”. Creada en 2005, el realizador de películas como “Sonámbulos” tuvo la ocurrente y genial idea de reunir a los grandes maestros del género en una serie que constara de capítulos independientes los unos de los otros, de una hora de duración y que constituyeran por separado una especie de mediometraje de terror. A pesar de que el resultado fuera un tanto desequilibrado, pues por ella pasaron tanto mitos del horror como directores que solo se habían zambullido en el género una vez, debo decir que el balance final de esta serie resultó satisfactorio. Es cierto que hay episodios irrisorios y aburridos, carentes de tensión e incapaces de infundir el miedo en el espectador, pero es igual de cierto que la propuesta no deja de ser llamativa, y los episodios que están mínimamente bien orquestados resultan cuanto menos escalofriantes.
La cadena de televisión por cable Showtime acogió el proyecto durante sus dos únicas temporadas de emisión, dando un total de 26 capítulos, de los cuales poco menos de la mitad son olvidables, y los restantes cuanto menos son interesantes, habiendo algunos realmente espectaculares. ¿Qué implica que sea una serie para el cable? Pues que el contenido de violencia y sexo que puede requerir una producción de este calibre está asegurado. Prueba de ello son otros productos recientes del mismo canal televisivo, como las alabadas “Dexter” o “Californication”. Desgraciadamente Garris, quien escribe y dirige algunos capítulos, no consiguió que nadie respaldara una tercera temporada, lo que dejó fuera del proyecto a grandes clásicos como Romero o Roger Corman.
Quizás de las dos temporadas, la primera sea la más irregular y la más apegada al formato televisivo al que va destinada. En ella encontramos trabajos entretenidos e interesantes, alternados con auténticas joyas y verdaderos bodrios. Del primer grupo destacan “Deer Woman (Salvaje instinto animal)” (John Landis, ***), “Incident On and Off Mountain High (Esculturas humanas)” (Don Coscarelli, ***) o “Homecoming (El regreso-El ejército de los muertos)” (Joe Dante, ***), el cual por su temática antibelicista tuvo una buena acogida en varios festivales. En el último grupo, y aunque me duela decirlo, se sitúa la primera aportación de un clásico del terror a la serie, Tobe Hooper, “Dance of the Dead (El baile de los muertos)” (T. Hooper, *1/2), además de la también primera aportación de Garris a la serie, “Chocolate (Sensaciones extremas)” (M. Garris, *1/2). En el segundo grupo destacarían las dos mejores piezas de este primer tramo, “Jenifer” (Dario Argento, ****) e “Imprint (Huella)” (Takashi Miike, ****). En el primer caso, el maestro italiano da buena cuenta de su status como referente del género dando una joya previsible en su desarrollo pero a la vez original en el mismo, siendo a su vez su previsibilidad obligatoria y su mensaje tan punzante como certero, el de la importancia de la apariencia física y el uso de la sexualidad como armas de dominación del sexo débil, el hombre. El caso de Miike es totalmente distinto. Su trabajo es pura provocación, pero una provocación totalmente justificada. “Imprint” posee violaciones, mutilaciones y demás aberraciones en el episodio más gore de esta primera temporada, lo que obligó a la cadena a censurarlo y destinarlo exclusivamente al mercado del DVD. Advierto que su visionado es sumamente complicado.
En cuanto a la segunda temporada, todo se podría resumir en una sola palabra: GORE. Mucho más sangrienta que su predecesora, cada episodio guarda bajo la manga un as de pura hemoglobina, sesos y vísceras que sirve como excusa al gran Greg Nicotero para dejar aflorar toda su sabiduría en la materia. Tobe Hooper mejora su desastrosa aportación a la primera entrega abriendo esta segunda con un episodio mejor que aquel, pero no con mucha diferencia. “The Damned Thing (La cosa maldita)” (T. Hooper, **1/2) huele a producto desaprovechado, en el que Hooper hace uso y abuso de un montaje de telefilm que como en “Dance of the Dead” resta interés a una historia de la que podría haberse sacado más pero que finalmente sabe a poco. Le siguen una divertidísima comedia negra de John Landis, “Family (Familia)” (J. Landis, ***1/2) y otro interesante trabajo de Dante, esta vez hablando del machismo, “The Screwfly Solution (El eslabón más débil)” (J. Dante, ***1/2). Esta temporada incorpora nombres como Ernest Dickerson, de cuya filmografía solo destaco “Caballero del diablo”, el recuperado Peter Medak, director de “Al final de la escalera”, y la acertada elección de Brad Anderson, cuyo episodio “Sounds Like (El estrépito del silencio)” (B. Anderson, ****) es de lo mejorcito de esta temporada. Carpenter no sorprende en esta ocasión pero sí lo hace Garris, que se aleja de su tedioso “Chocolate” para ofrecer otra historia de obsesión enfocada de una manera más acertada. Sin embargo, si un nombre merece especial mención es el de Dario Argento, quien tras “Jenifer” sirve en “Pelts (Pieles)” (D. Argento, ****) una obra de arte con todas las letras, violenta pero bella a la vez.
“Masters of Horror”, que llegó a emitirse parcialmente en la televisión pública de la mano de Cuatro, es una buena razón para pasar una noche de miedo acompañado por los grandes maestros del terror de todos los tiempos. Con el tiempo iré comentando detalladamente los episodios más representativos de un proyecto que podría haber derivado en más temporadas, pero cuyos 26 episodios totales ya otorgan una satisfacción más que absoluta a los verdaderos amantes del género.
viernes, 31 de octubre de 2008
martes, 28 de octubre de 2008
Gerard Damiano (1928-2008)
Cuando Gerard Damiano realizó en apenas 6 días “Garganta Profunda” no imaginó que su legado llegaría tan lejos. Eran otros tiempos, y acceder al porno no era tan fácil como hoy en día. En una época marcada por la lucha entre el puritanismo de la sociedad americana, puritanismo del que siguen haciendo gala actualmente en reiteradas ocasiones, y el movimiento de liberación sexual, que una película pornográfica se estrenase en salas comerciales suponía un cambio, una excusa perfecta para la provocación justificada y asestar un duro golpe a la cerrada moral yanqui. Nunca una cinta había llegado a los tribunales como entonces, y ningún film de su género es recordado de igual manera.
Han pasado 26 años y “Garganta Profunda” es un clásico del cine X, una película que simboliza la importancia de este género para la época, género que ha decaído en la actualidad en la comercialidad más barata. Todos recordamos a la tristemente fallecida Linda Lovelace, la mujer que poseía el clítoris en lo más profundo de su garganta, y la cual renegó de su trabajo años después hasta caer en el olvido. Y los que somos seguidores del buen cine para adultos recordamos esta semana a su director, el cual nos ha dejado a los 80 años de edad después de más de medio centenar de títulos a sus espaldas, todos marcando un estilo personal difícil de encontrar en el cine X, y que le llevaría a realizar otras obras tan relevantes como “The Devil in Miss Jones” o “The Story of Joanna”, además de la secuela de su film más reconocido.
Para finalizar este recordatorio a un nombre imprescindible del cine en general recomiendo el fabuloso documental “Inside Deep Throat (Dentro de Garganta Profunda)”, esencial para entender lo que significó tanto para los responsables del proyecto como para la sociedad en sí misma “Garganta Profunda”.
Han pasado 26 años y “Garganta Profunda” es un clásico del cine X, una película que simboliza la importancia de este género para la época, género que ha decaído en la actualidad en la comercialidad más barata. Todos recordamos a la tristemente fallecida Linda Lovelace, la mujer que poseía el clítoris en lo más profundo de su garganta, y la cual renegó de su trabajo años después hasta caer en el olvido. Y los que somos seguidores del buen cine para adultos recordamos esta semana a su director, el cual nos ha dejado a los 80 años de edad después de más de medio centenar de títulos a sus espaldas, todos marcando un estilo personal difícil de encontrar en el cine X, y que le llevaría a realizar otras obras tan relevantes como “The Devil in Miss Jones” o “The Story of Joanna”, además de la secuela de su film más reconocido.
Para finalizar este recordatorio a un nombre imprescindible del cine en general recomiendo el fabuloso documental “Inside Deep Throat (Dentro de Garganta Profunda)”, esencial para entender lo que significó tanto para los responsables del proyecto como para la sociedad en sí misma “Garganta Profunda”.
martes, 21 de octubre de 2008
LA CRÍTICA
Transsiberian **1/2
Hasta ahora la filmografía de Brad Anderson trataba acerca de los mecanismos que cotidianamente pueden activar la locura. Tanto el Trevor de “El maquinista”, el Gordon de “Session 9” como el Larry de su genial episodio en la segunda temporada de la serie “Masters of Horror”, titulado “Sounds Like”, son personajes metódicos con su trabajo, obsesivos hasta la médula y cuyos entornos familiares y laborales, unidos a anomalías sobrenaturales físicas o mentales que más que dones constituyen potenciales detonantes de actos irracionales, activan la psicosis que posteriormente derivará en el horror.
Anderson presenta sus historias desde la más absoluta cotidianidad de unas secuencias en las que parece no ocurrir nada, pero que conforman un desarrollo que en conjunto produce escalofríos. Lo importante no es el desenlace, el cual en algunos casos no está a la altura, sino el devenir de los acontecimientos que explican la locura.
En “Transsiberian” vuelve a hacer gala de una atmósfera opresiva, ayudada por los gélidos parajes del recorrido del Transiberiano, y de una trama que juega al despiste con el espectador y en la que parece no ocurrir gran cosa. Y así es. Lo que hasta ahora era un aliciente en sus películas, en esta ocasión se ha convertido en una fuente de hastío cuando compruebas adónde quiere ir a parar el film. Durante la primera mitad no ocurre nada más allá que una serie de hechos puntuales que desvían la atención del espectador a crear falsas teorías y suposiciones.
Pasado el primer tramo, “Transsiberian” se descubre ante el público y muestra su verdadera cara. El gran problema es que tras un comienzo en ocasiones aburrido y que parece no llevar a nada, es precisamente a lo que lleva lo que carece de interés. No hay personajes que acaben afectados por la psicosis de un ambiente adverso, tan sólo un puñado de personas que no paran de mentirse unos a otros, sin darse cuenta de que la mentira es un buen refugio para salir adelante pero del que es imposible salir una vez te descubren. No hay siquiera una trama que invite a la reflexión ni que sorprenda, a pesar del cambio de roles con respecto a las presentaciones iniciales, lo cual puede llegar a desconcertar debido a que la construcción de personajes es tópica y por ello no está siempre del todo justificada la transformación.
El tren que transporta a la última película de Anderson es absolutamente correcto en lo formal, incluidas las interpretaciones de unos actores entregados a la causa, pero también correcto y habitual, sin sorpresas, en el desarrollo de su historia. El final, excesivamente alargado, vuelve a no estar a la altura del resto, y eso que lo demás no es mucho más destacable. El paso del terror y el thriller psicológicos al simple thriller no parecen sentar bien a un director que se maneja con más soltura por otras vías, como aquellas las que transitaban sus películas anteriores. Esperemos que vuelva pronto sobre sus pasos.
Hasta ahora la filmografía de Brad Anderson trataba acerca de los mecanismos que cotidianamente pueden activar la locura. Tanto el Trevor de “El maquinista”, el Gordon de “Session 9” como el Larry de su genial episodio en la segunda temporada de la serie “Masters of Horror”, titulado “Sounds Like”, son personajes metódicos con su trabajo, obsesivos hasta la médula y cuyos entornos familiares y laborales, unidos a anomalías sobrenaturales físicas o mentales que más que dones constituyen potenciales detonantes de actos irracionales, activan la psicosis que posteriormente derivará en el horror.
Anderson presenta sus historias desde la más absoluta cotidianidad de unas secuencias en las que parece no ocurrir nada, pero que conforman un desarrollo que en conjunto produce escalofríos. Lo importante no es el desenlace, el cual en algunos casos no está a la altura, sino el devenir de los acontecimientos que explican la locura.
En “Transsiberian” vuelve a hacer gala de una atmósfera opresiva, ayudada por los gélidos parajes del recorrido del Transiberiano, y de una trama que juega al despiste con el espectador y en la que parece no ocurrir gran cosa. Y así es. Lo que hasta ahora era un aliciente en sus películas, en esta ocasión se ha convertido en una fuente de hastío cuando compruebas adónde quiere ir a parar el film. Durante la primera mitad no ocurre nada más allá que una serie de hechos puntuales que desvían la atención del espectador a crear falsas teorías y suposiciones.
Pasado el primer tramo, “Transsiberian” se descubre ante el público y muestra su verdadera cara. El gran problema es que tras un comienzo en ocasiones aburrido y que parece no llevar a nada, es precisamente a lo que lleva lo que carece de interés. No hay personajes que acaben afectados por la psicosis de un ambiente adverso, tan sólo un puñado de personas que no paran de mentirse unos a otros, sin darse cuenta de que la mentira es un buen refugio para salir adelante pero del que es imposible salir una vez te descubren. No hay siquiera una trama que invite a la reflexión ni que sorprenda, a pesar del cambio de roles con respecto a las presentaciones iniciales, lo cual puede llegar a desconcertar debido a que la construcción de personajes es tópica y por ello no está siempre del todo justificada la transformación.
El tren que transporta a la última película de Anderson es absolutamente correcto en lo formal, incluidas las interpretaciones de unos actores entregados a la causa, pero también correcto y habitual, sin sorpresas, en el desarrollo de su historia. El final, excesivamente alargado, vuelve a no estar a la altura del resto, y eso que lo demás no es mucho más destacable. El paso del terror y el thriller psicológicos al simple thriller no parecen sentar bien a un director que se maneja con más soltura por otras vías, como aquellas las que transitaban sus películas anteriores. Esperemos que vuelva pronto sobre sus pasos.
A favor: la atmósfera que Anderson imprime a todas sus películas
En contra: el desarrollo, que no conduce a nada
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España/Alemania/Reino Unido/Lituania, Thriller, 2008, 111 minutos
Dirección y guión: Brad Anderson
Intérpretes: Emily Mortimer, Woody Harrelson, Ben Kingsley, Eduardo Noriega, Kate Mara, Thomas Kretschmann
jueves, 16 de octubre de 2008
La pornostar Sasha Grey protagoniza lo nuevo de Soderbergh
Desde Abril sabemos que uno de los próximos proyectos del prolífico Steven Sodergergh -aún tiene pendiente el estreno de “Guerrilla”, la segunda parte de su disección del Che-, titulado “The Girlfriend Experience”, está ambientado en los ambientes de la prostitución de lujo. E igualmente sabemos que estaba buscando a una pornostar para encarnar a la prostituta de lujo protagonista. Pues ya se ha decidido. Se trata de una de las figuras más en alza del Cine X actual, Sasha Grey.
Grey, autoproclamada actriz porno existencialista, es habitual de las extremas producciones gonzo, aunque también ha trabajado en producciones X de mayor calidad argumental y cinematográfica, como “Pirates II”. Los que conocemos un poco más de ella aparte de su trabajo, destacamos aparte de su obvia belleza su extraordinaria inteligencia y su claridad de ideas acerca de su trabajo y de la vida a pesar de su corta edad, 20 años. Sinceramente, Sodergergh ha elegido, dentro de todo el abanico posible de candidatas, a la protagonista idónea, y más aún si analizamos las interpretaciones de Grey en sus películas, las cuales se encuentran por encima de muchas compañeras, lo que augura un a priori buen resultado en su salto al cine convencional.
Para acabar, conviene recordar a otros actores y actrices porno que han hecho sus pinitos en el cine convencional, aunque en la mayoría de los casos en roles más secundarios que el que le ha llovido del cielo, y muy merecidamente, a Sasha Grey. Gracias a los chicos de Orgasmatrix por su maravilloso trabajo de recopilación.
Grey, autoproclamada actriz porno existencialista, es habitual de las extremas producciones gonzo, aunque también ha trabajado en producciones X de mayor calidad argumental y cinematográfica, como “Pirates II”. Los que conocemos un poco más de ella aparte de su trabajo, destacamos aparte de su obvia belleza su extraordinaria inteligencia y su claridad de ideas acerca de su trabajo y de la vida a pesar de su corta edad, 20 años. Sinceramente, Sodergergh ha elegido, dentro de todo el abanico posible de candidatas, a la protagonista idónea, y más aún si analizamos las interpretaciones de Grey en sus películas, las cuales se encuentran por encima de muchas compañeras, lo que augura un a priori buen resultado en su salto al cine convencional.
Para acabar, conviene recordar a otros actores y actrices porno que han hecho sus pinitos en el cine convencional, aunque en la mayoría de los casos en roles más secundarios que el que le ha llovido del cielo, y muy merecidamente, a Sasha Grey. Gracias a los chicos de Orgasmatrix por su maravilloso trabajo de recopilación.
sábado, 11 de octubre de 2008
LA CRÍTICA
Quemar después de leer ***1/2
(Burn After Reading)
Un mundo de idiotas
¿Qué ocurriría si el maletín repleto de dinero que Llewelyn encontraba en “No es país para viejos” fuera hallado por el fracasado trío protagonista de “El Gran Lebowski”? Pues que seguramente el personaje de Anton Chigurh les habría encontrado y dado caza en menos tiempo del que tardó en encontrar al escurridizo personaje interpretado por Josh Brolin. O, posiblemente, su estupidez les habría ayudado a librarse una y otra vez del implacable y hermético asesino a sueldo, convirtiendo todo a su paso en un gigantesco efecto mariposa capaz de arrastrar a todos, incluido al sheriff Bell.
La estupidez es la que gobierna en nuestra sociedad, o eso parecen querer decir los Coen en este nuevo divertimento a medio camino entre la avaricia que arrastraba al desastre al William H. Macy de “Fargo” y a los ilusos amiguetes de El Nota. Para los que somos ya asiduos clientes del cine de los dos hermanos, “Quemar después de leer” resulta más de lo mismo: infidelidades, engaños, personajes condenados al fracaso y que pese a su seriedad ocultan una cara ridícula, muertes y mucho cine negro, con o sin humor. Los Coen, conscientes del género que abordan, vuelven a contarnos la misma historia pero logrando que parezca totalmente distinta. En eso salta a relucir su maestría en este tipo de películas.
La trama que ahora nos sirven puede parecer liosa, pero finalmente las piezas del puzzle encajan de manera prodigiosa, algo en lo que los realizadores son unos genios. En esta ocasión seguimos tres historias paralelas que acaban cruzándose por puro azar: Harry (sensacional George Clooney, como era de esperar) es un agente del tesoro paranoico que engaña a todo el mundo, incluida a su esposa y a su amante; Osborne Cox (recuperado y magistral John Malkovich), un analista de la CIA recientemente despedido y al que las cosas comienzan a irle de mal en peor por culpa de su despido y su esposa, amante de Harry; y Linda (Frances McDormand volviendo al cine de los Coen después de tantos años), empleada en un gimnasio y con sueños que pasan por realizarse cuatro operaciones de cirugía estética y encontrar el amor por Internet. Y en medio de todos ellos un adicto al iPod, los chicles y la vida sana, Chad (pasado de rosca aunque magnífico Brad Pitt), que será el que comience todo el lío cuando decida chantajear al ex-analista de la CIA con hacer público un disco con información confidencial que ha encontrado fortuitamente. Nada de lo que ocurre en “Quemar después de leer” es previsible, y junto a las desbordantes interpretaciones de sus actores, a los que complementan Richard Jenkins y Tilda Swinton, su ingenioso guión y su puesta en escena, constituyen los pilares básicos que sostienen toda la película.
Habrá quienes terminen de ver el film y se pregunten “Vale, ¿y qué?, se trata de una película divertida con una historia asequible y bien entretejida”. Sin embargo, y tan deprimente como la visión de un mundo cruel, seco y violento sin razones que se nos mostraba en su anterior y galardonada película, es la que ahora nos ofrecen, la de un planeta que bien pueden gobernar idiotas. La pregunta ahora se torna de un “¿Es tan descorazonador y sin sentido el mundo?” a un “¿Es tan ridículo el mundo?”. Pues en parte, y siguiente la lógica de sus directores, sí que lo es. Tan capaces de crear un aura de cinismo alrededor de secuencias como un asesinato o un chantaje, la visión de los Coen se vuelve de nuevo ácida no sólo hacia los pobres Linda y Chad, sino hacia las mismas fuerzas que gobiernan el planeta. Al final, ¿quiénes han sido más estúpidos, los supuestamente inteligentes personajes vinculados a la central de inteligencia americana o los dos pobres desdichados que no sabían dónde se metían? Pues ambos bandos, evidentemente, y los directores lo han plasmado de la mejor manera que saben, con una comedia en apariencia idiota.
Lejos de ser una de sus obras más representativas y logradas, lo cierto es que se agradece que en su siguiente trabajo hayan optado por lo de siempre y contado de una manera mucho más amena y accesible que esa película tan difícil y cerrada que les valió sendos Oscar. Sin embargo, y no es la primera vez que lo hacen, ambas guardan una visión equivalente de lo que es el mundo hoy en día, aunque con un envoltorio completamente diferente.
Lo mejor: que se hayan alejado de la desolación de su anterior película; Brad Pitt
Lo peor: pese a todo no es una de sus películas más redondas
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Comedia, 2008, EEUU, 96 minutos
Dirección y guión: Joel y Ethan Coen
Intérpretes: George Clooney, Frances McDormand, John Malkovich, Tilda Swinton, Brad Pitt, Richard Jenkins, J.K. Simmons
(Burn After Reading)
Un mundo de idiotas
¿Qué ocurriría si el maletín repleto de dinero que Llewelyn encontraba en “No es país para viejos” fuera hallado por el fracasado trío protagonista de “El Gran Lebowski”? Pues que seguramente el personaje de Anton Chigurh les habría encontrado y dado caza en menos tiempo del que tardó en encontrar al escurridizo personaje interpretado por Josh Brolin. O, posiblemente, su estupidez les habría ayudado a librarse una y otra vez del implacable y hermético asesino a sueldo, convirtiendo todo a su paso en un gigantesco efecto mariposa capaz de arrastrar a todos, incluido al sheriff Bell.
La estupidez es la que gobierna en nuestra sociedad, o eso parecen querer decir los Coen en este nuevo divertimento a medio camino entre la avaricia que arrastraba al desastre al William H. Macy de “Fargo” y a los ilusos amiguetes de El Nota. Para los que somos ya asiduos clientes del cine de los dos hermanos, “Quemar después de leer” resulta más de lo mismo: infidelidades, engaños, personajes condenados al fracaso y que pese a su seriedad ocultan una cara ridícula, muertes y mucho cine negro, con o sin humor. Los Coen, conscientes del género que abordan, vuelven a contarnos la misma historia pero logrando que parezca totalmente distinta. En eso salta a relucir su maestría en este tipo de películas.
La trama que ahora nos sirven puede parecer liosa, pero finalmente las piezas del puzzle encajan de manera prodigiosa, algo en lo que los realizadores son unos genios. En esta ocasión seguimos tres historias paralelas que acaban cruzándose por puro azar: Harry (sensacional George Clooney, como era de esperar) es un agente del tesoro paranoico que engaña a todo el mundo, incluida a su esposa y a su amante; Osborne Cox (recuperado y magistral John Malkovich), un analista de la CIA recientemente despedido y al que las cosas comienzan a irle de mal en peor por culpa de su despido y su esposa, amante de Harry; y Linda (Frances McDormand volviendo al cine de los Coen después de tantos años), empleada en un gimnasio y con sueños que pasan por realizarse cuatro operaciones de cirugía estética y encontrar el amor por Internet. Y en medio de todos ellos un adicto al iPod, los chicles y la vida sana, Chad (pasado de rosca aunque magnífico Brad Pitt), que será el que comience todo el lío cuando decida chantajear al ex-analista de la CIA con hacer público un disco con información confidencial que ha encontrado fortuitamente. Nada de lo que ocurre en “Quemar después de leer” es previsible, y junto a las desbordantes interpretaciones de sus actores, a los que complementan Richard Jenkins y Tilda Swinton, su ingenioso guión y su puesta en escena, constituyen los pilares básicos que sostienen toda la película.
Habrá quienes terminen de ver el film y se pregunten “Vale, ¿y qué?, se trata de una película divertida con una historia asequible y bien entretejida”. Sin embargo, y tan deprimente como la visión de un mundo cruel, seco y violento sin razones que se nos mostraba en su anterior y galardonada película, es la que ahora nos ofrecen, la de un planeta que bien pueden gobernar idiotas. La pregunta ahora se torna de un “¿Es tan descorazonador y sin sentido el mundo?” a un “¿Es tan ridículo el mundo?”. Pues en parte, y siguiente la lógica de sus directores, sí que lo es. Tan capaces de crear un aura de cinismo alrededor de secuencias como un asesinato o un chantaje, la visión de los Coen se vuelve de nuevo ácida no sólo hacia los pobres Linda y Chad, sino hacia las mismas fuerzas que gobiernan el planeta. Al final, ¿quiénes han sido más estúpidos, los supuestamente inteligentes personajes vinculados a la central de inteligencia americana o los dos pobres desdichados que no sabían dónde se metían? Pues ambos bandos, evidentemente, y los directores lo han plasmado de la mejor manera que saben, con una comedia en apariencia idiota.
Lejos de ser una de sus obras más representativas y logradas, lo cierto es que se agradece que en su siguiente trabajo hayan optado por lo de siempre y contado de una manera mucho más amena y accesible que esa película tan difícil y cerrada que les valió sendos Oscar. Sin embargo, y no es la primera vez que lo hacen, ambas guardan una visión equivalente de lo que es el mundo hoy en día, aunque con un envoltorio completamente diferente.
Lo mejor: que se hayan alejado de la desolación de su anterior película; Brad Pitt
Lo peor: pese a todo no es una de sus películas más redondas
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Comedia, 2008, EEUU, 96 minutos
Dirección y guión: Joel y Ethan Coen
Intérpretes: George Clooney, Frances McDormand, John Malkovich, Tilda Swinton, Brad Pitt, Richard Jenkins, J.K. Simmons
lunes, 6 de octubre de 2008
Clásicos en digital (I)
Asesinato en el Orient Express ****
(Murder on the Orient Express)
Si algo tiene la inmensa variedad de canales ofertados por las plataformas digitales es que puedes encontrar cualquier cosa, llámese película, serie o vídeo musical, de cualquier época y nacionalidad. Es la mejor alternativa a los canales en abierto, cuya programación cada vez es menos atractiva (ni la 2 de TVE se salva). En una noche de calor de un verano que parece no acabar nunca un servidor se encontraba incapaz de pegar ojo y comenzó a hacer zapping por la televisión digital. Llegado a Calle13 paré mi vista en un clásico que estaba comenzando y que no veía desde hace años, y al que no recordaba tan estimulante. Se trataba de “Asesinato en el Orient Express”, enésima adaptación de una novela de Agatha Christie acerca de su personaje más reconocido, el investigador belga (no francés, como creen muchos, incluso en la misma película) Hércules Poirot.
Para los que somos seguidores en parte de este tipo de narrativa, en la que incluyo los intrigantes y recomendables relatos del maestro Poe, puede parecer que “Asesinato en el Orient Express” es una de Poirot más, y especialmente por la trama. El título lo dice todo, y se lo debe al Expreso de Oriente, ese tren que tantas veces cambió de nombre y rutas a lo largo de la historia, y que incluso hoy en día sigue en activo, aunque ya no con tanto auge como en su misma concepción. A bordo de este lujoso tren ocurre un asesinato, y Hércules Poirot, quien está en él casi de pasada, pone todo su ingenio a trabajar mientras el expreso queda atrapado en medio de la nieve. Poco a poco irá descubriendo una compleja trama en la que todos los pasajeros pueden estar implicados y que guarda relación con un asesinato ocurrido años antes y el cual sirve de efectivo prólogo a la historia.
¿Por qué es tan especial esta película? Para empezar por su director, Sidney Lumet, bastante alejado de sus trabajos policíacos y políticos más característicos y metido de lleno en un film que bebe bastante del teatro y de los diálogos y el suspense para mantener el interés del espectador. Han pasado 17 años desde su afortunado debut, “12 hombres sin piedad”, y el director se encuentra en una etapa muy prolífica, durante la cual es capaz de estrena hasta dos películas por año y prácticamente tener una cita anual con el cine hasta su llegada a la década de los 90 y la posterior, durante las cuales su ritmo de trabajo fue marcadamente menor. El trabajo de Lumet es más artesanal que sinónimo de maestría en esta cinta, pero no hablamos tampoco de una historia que requiera mayores efectismos para resultar grandiosa en pantalla.
La segunda razón, y de peso, por la que “Asesinato en el Orient Express” quedará en el recuerdo es por su protagonista, Albert Finney, el cual realiza una magistral y casi mimética y metódica, casi obsesiva diría, caracterización del famoso investigador, que se encuentra recién salido de la resolución de otro caso al comienzo del film. La interpretación del actor, con el cual Lumet volvió a contar en su última y soberbia película, “Antes que el diablo sepa que has muerto” es tan redonda que resulta practicamente irreconocible y hace sombra parcial al otro gran Poirot cinematográfico, Peter Ustinov. Tal fue el resultado que resultó nominado al Oscar y al BAFTA al mejor actor, premios que nunca ha recibido a pesar de su solvencia como intérprete.
Y la tercera, y la que más puede llamar la atención de los espectadores asiduos al cine de todas las etapas, es su plantel de secundarios. En él encontramos desde actores y actrices del Hollywood clásico reciclados para la ocasión hasta otros surgidos durante los 60 y 70, de nacionalidades tan diversas como británicos, americanos y franceses, entre otras. Al citado Finney se suman John Gielgud, Vanessa Redgrave, Sean Connery, Anthony Perkins, Richard Widmark -fallecido este mismo año-, Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Michael York, Jacqueline Bisset, Wendy Hiller, Jean-Pierre Cassel y Martin Balsam, suponiendo que no me haya dejado a ninguno. La más destacable, aunque es difícil destacar a uno en concreto, es Ingrid Bergman, en un papel que le valió el Oscar a la mejor actriz secundaria y distintos reconocimientos en multitud de nominaciones, como la de los BAFTA en la misma categoría.
El número 12 se repite en esta genial adaptación -no del todo fiel a la original, pero con cambios que no liquidan el espíritu de la novela- en la que, como bien apunta Connery en un momento del interrogatorio al que Finney somete a los pasajeros, “Un jurado de 12 hombres justos es un sistema justo”, algo que recuerda a la ópera prima de Lumet. No faltan los fallos de raccord y el desajuste entre distintas secuencias fruto de intentar mostrar la trama desde distintos ángulos y puntos de vista, además de un esquema narrativo un tanto esquemático y repetitivo. No obstante, la película consiguió 6 nominaciones a los Oscar, sin incluir mejor película y director, y 9 a los BAFTA, incluyendo esta vez director y película, y logrando John Gielgud el premio al mejor secundario, y es una muestra más de lo que puede dar de sí el género detectivesco para el cine. Para el espectador resulta una experiencia gratificante, mientras que para Poirot no sino otro caso más, el cual resuelve en una magnífica secuencia final en grupo de esas que asombran y sobrecogen por la capacidad de análisis del personaje, el cual acaba el caso como mismo comenzaba la película, desde la más absoluta rutina del profesional que conoce al dedillo los entresijos de su trabajo y de la conducta humana.
(Murder on the Orient Express)
Si algo tiene la inmensa variedad de canales ofertados por las plataformas digitales es que puedes encontrar cualquier cosa, llámese película, serie o vídeo musical, de cualquier época y nacionalidad. Es la mejor alternativa a los canales en abierto, cuya programación cada vez es menos atractiva (ni la 2 de TVE se salva). En una noche de calor de un verano que parece no acabar nunca un servidor se encontraba incapaz de pegar ojo y comenzó a hacer zapping por la televisión digital. Llegado a Calle13 paré mi vista en un clásico que estaba comenzando y que no veía desde hace años, y al que no recordaba tan estimulante. Se trataba de “Asesinato en el Orient Express”, enésima adaptación de una novela de Agatha Christie acerca de su personaje más reconocido, el investigador belga (no francés, como creen muchos, incluso en la misma película) Hércules Poirot.
Para los que somos seguidores en parte de este tipo de narrativa, en la que incluyo los intrigantes y recomendables relatos del maestro Poe, puede parecer que “Asesinato en el Orient Express” es una de Poirot más, y especialmente por la trama. El título lo dice todo, y se lo debe al Expreso de Oriente, ese tren que tantas veces cambió de nombre y rutas a lo largo de la historia, y que incluso hoy en día sigue en activo, aunque ya no con tanto auge como en su misma concepción. A bordo de este lujoso tren ocurre un asesinato, y Hércules Poirot, quien está en él casi de pasada, pone todo su ingenio a trabajar mientras el expreso queda atrapado en medio de la nieve. Poco a poco irá descubriendo una compleja trama en la que todos los pasajeros pueden estar implicados y que guarda relación con un asesinato ocurrido años antes y el cual sirve de efectivo prólogo a la historia.
¿Por qué es tan especial esta película? Para empezar por su director, Sidney Lumet, bastante alejado de sus trabajos policíacos y políticos más característicos y metido de lleno en un film que bebe bastante del teatro y de los diálogos y el suspense para mantener el interés del espectador. Han pasado 17 años desde su afortunado debut, “12 hombres sin piedad”, y el director se encuentra en una etapa muy prolífica, durante la cual es capaz de estrena hasta dos películas por año y prácticamente tener una cita anual con el cine hasta su llegada a la década de los 90 y la posterior, durante las cuales su ritmo de trabajo fue marcadamente menor. El trabajo de Lumet es más artesanal que sinónimo de maestría en esta cinta, pero no hablamos tampoco de una historia que requiera mayores efectismos para resultar grandiosa en pantalla.
La segunda razón, y de peso, por la que “Asesinato en el Orient Express” quedará en el recuerdo es por su protagonista, Albert Finney, el cual realiza una magistral y casi mimética y metódica, casi obsesiva diría, caracterización del famoso investigador, que se encuentra recién salido de la resolución de otro caso al comienzo del film. La interpretación del actor, con el cual Lumet volvió a contar en su última y soberbia película, “Antes que el diablo sepa que has muerto” es tan redonda que resulta practicamente irreconocible y hace sombra parcial al otro gran Poirot cinematográfico, Peter Ustinov. Tal fue el resultado que resultó nominado al Oscar y al BAFTA al mejor actor, premios que nunca ha recibido a pesar de su solvencia como intérprete.
Y la tercera, y la que más puede llamar la atención de los espectadores asiduos al cine de todas las etapas, es su plantel de secundarios. En él encontramos desde actores y actrices del Hollywood clásico reciclados para la ocasión hasta otros surgidos durante los 60 y 70, de nacionalidades tan diversas como británicos, americanos y franceses, entre otras. Al citado Finney se suman John Gielgud, Vanessa Redgrave, Sean Connery, Anthony Perkins, Richard Widmark -fallecido este mismo año-, Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Michael York, Jacqueline Bisset, Wendy Hiller, Jean-Pierre Cassel y Martin Balsam, suponiendo que no me haya dejado a ninguno. La más destacable, aunque es difícil destacar a uno en concreto, es Ingrid Bergman, en un papel que le valió el Oscar a la mejor actriz secundaria y distintos reconocimientos en multitud de nominaciones, como la de los BAFTA en la misma categoría.
El número 12 se repite en esta genial adaptación -no del todo fiel a la original, pero con cambios que no liquidan el espíritu de la novela- en la que, como bien apunta Connery en un momento del interrogatorio al que Finney somete a los pasajeros, “Un jurado de 12 hombres justos es un sistema justo”, algo que recuerda a la ópera prima de Lumet. No faltan los fallos de raccord y el desajuste entre distintas secuencias fruto de intentar mostrar la trama desde distintos ángulos y puntos de vista, además de un esquema narrativo un tanto esquemático y repetitivo. No obstante, la película consiguió 6 nominaciones a los Oscar, sin incluir mejor película y director, y 9 a los BAFTA, incluyendo esta vez director y película, y logrando John Gielgud el premio al mejor secundario, y es una muestra más de lo que puede dar de sí el género detectivesco para el cine. Para el espectador resulta una experiencia gratificante, mientras que para Poirot no sino otro caso más, el cual resuelve en una magnífica secuencia final en grupo de esas que asombran y sobrecogen por la capacidad de análisis del personaje, el cual acaba el caso como mismo comenzaba la película, desde la más absoluta rutina del profesional que conoce al dedillo los entresijos de su trabajo y de la conducta humana.