La ignorancia da la felicidad
Es cuanto menos
anecdótico que, dentro de la filmografía tan rica, personal y extensa de uno de
nuestros mejores cineastas, aquel que a mediados de los noventa estaba llamado
a revolucionar el cine español –y de hecho, lo hizo-, sea “Perfectos
desconocidos” la que ha cosechado los mejores datos de recaudación en taquilla.
No la más icónica, que para eso sigue estando aquel atemporal día de la bestia,
pero sí la más exitosa.
Y es anecdótico porque
no es que estemos ante el film más personal de Álex de la Iglesia. De hecho,
huele a encargo en cada aspecto de su producción. Sí, sigue manteniendo esa
tendencia del cineasta a encerrar a un grupo de personajes en un entorno reducido
para dejar que se despellejen entre sí, para componer algún ácido retrato
social, político o cultural –aquí, los peligrosos secretos que escondemos tras
la pantalla de un Smartphone-, todo en tono de comedia negra. Pero más allá de
eso poco hay del director de “La comunidad” o las recientes y reivindicables “Mi
gran noche” o “El bar”.
Pero si algo demuestra
esta “Perfectos desconocidos” es que de la Iglesia es un director de raza, con
tablas y recorrido, capaz de amoldarse a todo tipo de propuestas, aunque por el
camino pierda autoría. Y además, de lo más inteligente. El bilbaíno sabe dónde
residen las bazas de este remake de la cinta homónima italiana, y deja que sean
ellas las que hablen por sí solas. Sabe que solamente necesita apoyarse en el
guión y los actores –excepcionales todos, y a destacar Pepón Nieto, Ernesto
Alterio, Juana Acosta y Eduard Fernández-, y el resto es ofrecer una dirección
lo más ágil posible para que la propuesta fluya con comodidad. Lo suyo, para
hacernos una idea, es un ejercicio de adaptación al material que tiene entre
manos comparable al de Danny Boyle en “Jobs”, el de un realizador al servicio
de la historia que cuenta, y no al revés. Posiblemente, el motivo de su
existencia sea el de obtener confianza y medios para futuros proyectos más
personales. Y si así es, bienvenida sea.
Así, no es que estemos
ante una obra que vaya a encabezar el ranking personal de su responsable, pero
sí que estamos ante un pasatiempo de lo más agudo e inteligente, una comedia
negra de lo más puntillosa que nos expone ante nuestros propios ojos como lo
que realmente somos, como esa especie traicionera, mezquina y mentirosa, capaz
de lo que sea por ocultar la asquerosa verdad ante nuestros semejantes. Aquí,
en forma de peligroso juego de la verdad. Al final es mejor vivir en la
ignorancia. La ignorancia da la felicidad.
A
favor: el reparto, el guión, y de la Iglesia amoldándose
al material que tiene entre manos
En
contra: su falta de personalidad
Calificación ***
Merece la pena
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