Hace un par de semanas
me encontraba en Madrid visitando a un gran amigo, Pablo Rodríguez Sierra,
autor del blog Peibolster
Productions, disfrutando de la compañía, el ambiente madrileño y sus
comidas, de ese algo tan característico como es entrar en un bar y que huela a
cerveza, panceta y cigarrillos. Juntos visitamos un mercadillo en la ciudad,
donde podrías encontrar auténticas gangas en DVD y BluRay, cuando una señorita
con lo que yo denomino estilo alternativo –es decir, pelo rosa, ropa oscura,
piel blanca, algún que otro piercing y tatuajes- se acercó a uno de los puestos
y lanzó una pregunta a la dependienta que debió ya verse venir por su estética:
“Perdone, ¿tiene algo de cine de autor?”
La respuesta de la
dependienta fue de lo más lógica y educada: “Perdone, pero cine de autor hay
mucho…” Ante tal respuesta, la chica abandonó el puesto sin mediar palabra,
convencida seguramente de que aquella señora no tenía ni pajolera idea de cine.
O al menos de lo que para ella es el cine. Porque existen determinadas
personas, ya sea a pie de calle o en redes sociales –los grupos de Facebook
especializados en cine sufren este mal constantemente-, para las cuales
solamente el cine de autor constituye verdadero cine. Todo lo que venga de esa
Meca del Cine carente de ideas, que disfruta explotando secuelas y spin off,
que goza reventando clásicos en forma de remakes, que parece que para ellos
solo muestra encefalograma plano por el simple hecho de sólo buscar entretener
y, cómo no, hacer caja, no pertenece al verdadero séptimo arte.
Y se equivocan. Ese
cine de autor que tanto alaban y defienden se encuentra enormemente
distorsionado, especialmente por la irrupción de ese cine independiente que tan
famoso se hiciera a finales de los 80 y principios de los 90, y cuyas
consecuencias seguimos pagando hoy en día. Porque cine de autor y cine
comercial no tienen por qué estar precisamente enfrentados, y la definición de
qué títulos pertenecen al primer grupo trae ya de cabeza a expertos y no tan
expertos desde hace décadas. Pero no a los supuestos eruditos y sibaritas del
celuloide, para los cuales el cine de autor es uno específico.
Concretamente, para
ellos lo es todo producto que tenga sello de autoría, siempre y cuando no
pertenezca al cine comercial. Así de simplista y peligroso. Si echamos la vista
atrás, fue precisamente uno de esos autores, François Truffaut, quien con tan
sólo 22 años se atrevería en los años 50 a tocar tan espinoso tema en la
revista Arts. Ya por aquel entonces, Truffaut se quejaba de un mal que aún a
día de hoy seguimos sufriendo, el del papel de los productores, y cómo hacían y
deshacían a su antojo las obras de los directores en el viejo Hollywood, que
insisto, no es tan distinto al de hoy en día. Para él, un autor era todo aquel
cineasta que imprimía su sello personal en su film, metieran manos en el mismo
productores o no. Para él eran autores directores como Jean Renoir, Luis Buñuel
y, atención, Alfred Hitchcock.
A todos esos eruditos
del cine de autor les sorprendería esta aseveración, pero Hitchcock hacía cine
comercial para la gran industria del entretenimiento, y a la vez no dejaba de
hacer cine de autor. Pero como lo hacía hace medio siglo, y el tiempo y la
nostalgia parece que distorsionan nuestra percepción… Obras maestras como “La
ventana indiscreta”, “Con la muerte en los talones”, “Psicosis” y “Los pájaros”
eran comerciales, pero llevaban la impronta personal de todo un genio. Y no es
el único. Tan autor es Steven Spielberg como lo puede ser David Lynch, tan
autor es Christopher Nolan como lo es Scorsese, que también ha hecho cine
comercial, y tan autor es Tarantino, aunque esté comercializado hasta las
trancas, como en su momento lo fue Stanley Kubrick. Hasta Clint Eastwood
coquetea en muchas de sus producciones con la comercialidad, cuando no la
abraza sin tapujos, sin dejar de ser por ello un autor. Y puestos a decir, tan
autores son Michael Bay y Zack Snyder pese a que sólo hacen cine comercial,
pero dejan su estética y sello en cada nuevo trabajo.
Por supuesto, existen
productos sin alma, pero su existencia se da tanto dentro como fuera del cine
comercial. Los filmes de Disney/Marvel están todos cortados por el mismo
patrón, pero un film independiente no tiene más autoría que las cintas de la
editorial sólo por ser independiente. “Boyhood” no la tiene, ni tampoco “Still
Alice”. El cine es cine, y debe ser tan válido tanto si tiene a un director con
su propia marca como si carece de ella. Huir de determinadas películas o
rechazarlas sin miramientos simplemente porque vengan del gran y todopoderoso
Hollywood es insensato y estúpido. Y además, sí que evidencia no tener ni idea
de cine. No era la dependienta la que no sabía de lo que hablaba, lo era
aquella señorita de estética alternativa para la que el cine de autor era el
único y verdadero.
Nota:
lo de la estética de la chica en cuestión no es irrelevante. El hábito no hace
al monje, pero igual que si veo a un japonés vestido de blanco y con enormes
cuchillos pienso que estoy ante un chef de sushi, si veo a una persona ataviada
de tal manera lo primero que puedo adivinar es el tipo de cultura que consume.