Cosas que nunca te dije
La culpa es como un
virus, como un mal transmitido de generación en generación de manera silente.
La culpa nacida de los celos, de las infidelidades, de no haber sido los
padres, hijos, parejas y amigos que debimos ser. Pero sobre todo, la culpa
fruto de lo que no nos decimos, de aquellos secretos y mentiras que guardamos
celosamente, y que acaban conduciendo a un fatal efecto mariposa que lleva a la
autodestrucción.
“Julieta”, lo último de
Pedro Almodóvar, trata del peso de la culpa como un bucle condenado a repetirse
una y otra vez por no haber sido erradicado de raíz, cuando la primera mentira
hizo su aparición. Con ella, el manchego vuelve al melodrama protagonizado por
mujeres, pero con un aire más noventero, más de “La flor de mi secreto” que de
esta última etapa más sombría y perturbadora en la que lleva inmerso tras su
primer Oscar.
No se percibe en ella
esa aura de grandilocuencia cinematográfica y ambición que desprendieran joyas
como “La mala educación” o “La piel que habito”. “Julieta” es un trabajo mucho
más convencional en lo que a puesta en escena se refiere, sin giros de guión ni
tretas de montaje almodovarianas. Y
eso es un arma de doble filo. Porque por un lado, se agradece su enorme
sinceridad, que la aleja de sus filmes más recientes. Pero por el otro, puede
haber quien le coloque la estampa de trabajo alimenticio y poco inspirado, de
obra menor dentro de esa senda tan macabra y oscura que el cineasta había
emprendido con el advenimiento del nuevo siglo.
Pero que nadie se
engañe. Su sencillez no es más que pura fachada, pura apariencia. Porque el
corazón que late bajo esta espiral de culpa es puro Almodóvar, y como tal te
acaba golpeando y sacudiendo como de costumbre. Un film que te deja roto por
dentro por la historia de esa madre que quiere saber algo de una hija que no desea
que su progenitora sepa nada de ella. Y por esos dos pedazos de actrices que
son Emma Suárez y Adriana Ugarte, dos reflejos de un espejo hecho añicos por lo
que nunca se atrevieron a contar. Trozos de una foto que puede ser reconstruida
desde lo más nimio, en forma de remitente de una carta.
A
favor: la potencia
almodovariana que te golpea desde la sencillez de su propuesta; su dúo
protagonista
En
contra: que se la considere una obra menor
Calificación ****
No se la pierda
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