Tierra sin muros
Finales de los años 50.
La Guerra Fría supuso más una lucha por la obtención de información del bando enemigo
que una contienda armada. Estadounidenses y soviéticos, temerosos del poder
nuclear del otro, desplegaban toda una red de espionaje con el objetivo de
saber lo máximo posible del adversario, en un clima de tensión que se extendió
casi medio siglo, sin que ninguna de las dos partes llegase nunca a enfrentarse
directamente.
En este tenso clima se
desarrolla “El puente de los espías”, y lo hace desde el clasicismo más
absoluto. Spielberg sabe perfectamente que para hablar de agentes dobles y de
la Guerra Fría debe tirar hacia el thriller, y se muestra como lo que es, un
auténtico maestro que se transmuta en un heredero contemporáneo de Hitchcock o
Capra. La escena inicial es buena prueba de ello. Una atmósfera y una puesta en
escena, ayudado por la excelente fotografía de Janusz Kaminski, que consiguen
meter de lleno al espectador en la intriga que un film de este género necesita.
Hasta que llega la
segunda mitad. Porque aquí tenemos dos películas en una. En la primera, un
thriller judicial con ritmo, arropado por el carisma de Tom Hanks y la
solvencia de un secundario de toda la vida, Mark Rylance, a quienes no hunde ni
la desastrosa banda sonora de Thomas Newman. En la segunda, la que nos venden
las sinopsis oficiales y los trailers, un viaje a esas dos capitales germanas
separadas por un infranqueable muro, que también juega con las constantes del
género, pero que comienza a decaer en interés y ritmo.
A Spielberg le juega
una mala pasada la duración. No habría venido mal continuar con el tono de la
primera mitad, o eliminar esos pasajes del piloto que no hacen más que romper
con la linealidad de la historia. Aunque más bien se la juega un guión cuyo
cambio de rumbo marca el punto de inflexión hacia el hastío, sin dejar de
resultar interesante lo que cuenta. Un libreto en el que han participado los
hermanos Coen, a quienes se intuye en algunos diálogos, en la resolución de
alguna escena –la paranoica persecución bajo la lluvia-, o en ciertos chistes
bien insertados y en determinados personajes que bien podrían haber salido del
imaginario de sus películas.
Lo que rezuma “El
puente de los espías” es pura clase, pero también un aroma a trabajo de
encargo. En la dirección y en el guión. De nuevo queda esa sensación, como con “Lincoln”,
de que el rey Midas ha echado mano de corrección. De oficio también, por
supuesto, pero sobre todo de corrección. Y los hermanos con él. Quizá
maniatados para dar al público yanqui su anual dosis de patriotismo,
representada en este caso por un desenlace en el que América se erige como la
tierra de las oportunidades. Sin muros que coarten su libertad.
A
favor: la mano de Spielberg, la primera mitad, y Hanks y
Rylance
En
contra: la segunda mitad, y la sensación de que trata de
ser políticamente correcta
Calificación ***
Merece la pena
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