Contra el imperio de la droga
Los sicarios ya eran,
en el siglo I, asesinos enviados por los zelotes para dar caza a los romanos
que invadían su patria. El término ha llegado a nuestros días, y en México la
palabra hace alusión a los asesinos a sueldo. “Sicario” hace honor a su propio
título en la figura de esos cazadores de hombres que buscan restaurar el
equilibrio y, de paso, rendir cuentas con un pasado que es imposible no llevar
a cuestas como pesado equipaje de mano.
La película retrata,
una vez más, la lucha sin cuartel de las grandes agencias contra el imperio de
la droga, una guerra sin fin en la que es imposible acabar con el poder de
reproducción del enemigo. Cuando eliminas de la ecuación al jefe, otro es
colocado en su lugar. A fin de cuentas, lo que vemos en este film ya lo hemos
visto antes. Por sus fotogramas pulula el recuerdo de “French Connection”, de
“La noche más oscura”, de “Traffic”.
Sin embargo, el plato
es servido de una manera casi novedosa. Porque tras la cámara se encuentra todo
un autor como Denis Villeneuve. Un director con potencia audiovisual, un
auténtico francotirador de la imagen que sabe perfectamente cómo perturbar e
inquietar al espectador. Ya en la escena inicial, el canadiense deja claro que
ésta es su película, y que no va a soltar al público en ningún momento. Esos
planos aéreos, esa música de Jóhan Jóhansson que martilla nuestros tímpanos
constantemente, la angustiosa fotografía del gran Roger Deakins, un guión tan
hermético que no hace concesiones a una platea que debe estar bien atento a la
trama sin perder ni un solo detalle si no quiere quedarse por el camino.
Y pese a ser puro
Villeneuve, estamos ante la que posiblemente sea su cinta más convencional, la
más anclada a los parámetros de la gran industria. Al director se le prefiere
en obras más pequeñas y personales, como “Incendies” o “Enemy”, antes que con
productos de mayor envergadura como el que nos ocupa o “Prisoners”. Pero poco
importa si, incluso entrando en las grandes ligas, sigue manteniendo su toque personal,
si es capaz de hacer que un gran Benicio del Toro, cuyo personaje reboza
matices sin un desarrollo masticado y servido en bandeja de plata, ensombrezca
a la aparente protagonista de la función, una convincente Emily Blunt,
utilizada como mero McGuffin de este tenso relato de asesinos en busca de
redención, que siguen la máxima de “el fin justifica los medios”.
A
favor: la dirección de Villeneuve y Benicio del Toro
En
contra: la historia ya la hemos visto antes, y que estamos
ante el trabajo más convencional del director
Calificación ****
No se la pierda
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