Inolvidable
su baile junto a Tom Hanks en “Big”. O su despreciable doble papel en la “Carretera
perdida” de David Lynch. O ese sentido del humor que le llevó a reírse de sí
mismo en algún comercial televisivo o en la serie “Padre de familia”. Robert
Loggia era un grande, un actor con porte, con esa presencia que sólo un
intérprete de ascendencia italiana puede poseer. Un secundario de raza, pero
con un rostro tan familiar que casi era protagonista.
Comenzó en la pequeña
pantalla en los años 50, con papeles muy secundarios. Fue un medio que nunca
abandonaría y que le daría muchas alegrías. Estaría en “DIsneylandia: El mágico
mundo del color”, “Los intocables”, “Alfred Hitchcock presenta”, “Kojak”, “Colombo”,
“La mujer maravilla”, “Starsky y Hutch”, “Los ángeles de Charlie”, “Se ha escrito
un crimen”, “Magnum”, “Los Soprano” o “Malcolm in the Middle” o “Mancuso”, y
con estas dos últimas recibió sendas nominaciones al Emmy.
Y aunque aparecería en “Marcado
por el odio” o “La historia más grande jamás contada”, no sería hasta los años
80, después de tres décadas dedicadas a la televisión, cuando empezaría a
prodigarse más en la gran pantalla. Así, pudimos verle en esa década en “Oficial
y caballero”, “Psicosis II”, “Scarface”, “El honor de los Prizzi”, “Yo, el
Halcón”, “Los creyentes”, la mencionada “Big” o “Al filo de la sospecha”, por
la que recibiría su primera y única nominación al Oscar. A partir de los 90
volvería a refugiarse en la televisión, pero aún así se pudo disfrutar de su
talento en “Independence Day”, y ya últimamente en producciones de bajo coste y
poca repercusión.
A pesar de padecer
Alzheimer desde hace unos cuantos años, Loggia nunca dejó de trabajar. Y de
hecho, tiene pendientes de estreno cerca de cinco filmes entre este año y el
siguiente. Un ejemplo de talento insondable y toda una vida dedicada a una
profesión (más de 200 títulos, que se dice pronto), que se apagaba ayer a los 85 años de edad. Descanse en paz, maestro.
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