Juegos de niños
En “Clown”, la que era
su primera película como director en solitario tras la coral “Our Robocop
Remake”, Jon Watts partía de un tráiler hecho por unos niños perversos que
anunciaba una película que no existía como juego personal hacia Eli Roth,
convertido en padre involuntario del proyecto. Un juego de niños cuyo resultado
final era llamativo, pues el director se veía incapaz de superar el minuto que
duraba el propio falso avance.
Con “Cop Car” le viene
a ocurrir algo parecido. Su premisa inicial, la de unos chicos que se meten en
un lío al robar el coche del sheriff local, podía dar más de sí, pero durante
su primera mitad, el film deja la sensación de que esta historia no daba para
mucho más que un corto, y de que está estirada como un chicle. En su segundo
tramo, la propuesta toma un rumbo inesperado, pero que no acaba de explotar la
base sobre la que se sustenta. No se convierte en ese juego del gato y el ratón
que uno podía esperar, y el camino que escoge no exprime al máximo la atractiva
baza argumental de la que parte.
Básicamente, su
problema es el guión. No sólo por no saber sacar partido a su base argumental,
sino por otras muchas inclemencias, que van desde el hermetismo en lo referente
a detalles decisivos que quedan al libre pensamiento del espectador, como la
razón de la fuga de los niños o los asuntos sucios en los que anda metido el
sheriff, hasta ciertos momentos forzados, como la irrupción en un punto álgido
de la acción de la figura de la conductora. Y sin embargo, supone un salto de
gigante en la filmografía de su máximo responsable. Porque a pesar de estos
escollos, la película tiene ritmo, entretiene, está bien dirigida y sus actores
realizan su trabajo con enorme solvencia, desde los dos pequeños hasta un Kevin
Bacon que raya entre lo comedido y lo histriónico.
Un histrionismo que
recorre la obra al completo. “Cop Car” está bañada de un malicioso toque de
ingenuidad casi infantil, inocente, con ciertas pinceladas de humor negro que
recuerdan a los Coen de “Sangre fácil”. Además, en su acto final ofrece una
radiografía de la muerte de la infancia y el afloramiento inesperado de la
madurez que funciona mejor que todo el abultado metraje de “Boyhood”. Y eso ya
es bastante.
A
favor: la dirección, los actores, el ritmo, y su toque
maliciosamente ingenuo
En
contra: que su guión no acabe por explotar la premisa
inicial
Calificación **1/2
Bastante recomendable
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