Viaje abstracto al fondo de la mente
Hubo un periodo dentro
de la historia del séptimo arte en que Pixar era sinónimo de magnificencia
cinematográfica extrema. No pasaba un solo año, salvo algún desvío
automovilístico infantiloide perdonable, en que el estudio no regalase una
pequeña obra maestra que conseguía conciliar algo tan complicado como son las
exigencias de los más pequeños con las de los adultos, sin que unos ni otros
sintiesen que les tratasen como idiotas. Pero después de la que fue su última
gran obra, “Toy Story 3”, la responsable de proezas como “Up” o “Wall-E” entró
en serio declive, tirando de secuelas y precuelas que nadie había demandado.
Veinte años después de
abrir todo un nuevo campo dentro del género con Woody, Buzz y compañía, Pixar
recupera la gloria perdida por culpa de sus últimas propuestas, y vuelve a
encandilar a dos generaciones de manera simultánea. “Del revés (Inside Out)”
apela al niño que los mayores llevamos dentro, nos devuelve a aquellos juguetes
con vida con los que comenzara su andadura en la gran pantalla. Y por supuesto,
es una película pensada para que los reyes de la casa se lo pasen bien gracias
a su dinamismo, su ritmo y unos personajes y situaciones entrañables aunque
quizá algo infantilizados –su único pero- con el objetivo de activar los
mecanismos del merchandising.
Pero lo más valioso de
ella, además de la excelente factura técnica y artística que presenta y la
mágica y evocadora banda sonora de Michael Giacchino, está en el fascinante y
original viaje abstracto al fondo de la mente que presenta. “Del revés” toca
las teclas necesarias para despertar las emociones del espectador, y a éste le
es imposible no identificarse con lo que ve en pantalla. El guión escrito por,
entre otros, Pete Docter y Ronaldo del Carmen, también directores del film, supone
todo un torrente de ingenio y grandes ideas que materializa las partes de
nuestro subconsciente, del pensamiento abstracto, de los recuerdos reprimidos,
los sueños –brillante la idea de esa fábrica de sueños a lo Hollywood- y la
imaginación, haciéndolos visibles y sensibles para el gran público. Y además
lanza un mensaje crucial para los padres: en la vida de nuestros hijos, y en
las nuestras, es tan importante la alegría como la tristeza, y no se debe
privar a nadie de ninguna de las dos.
Estamos posiblemente
ante la cinta más emotiva y emocional de Pixar. No la mejor, pero sí la de las
que mejor ha sabido bucear en nuestro corazón, removerlo y sacar el lado más
humano de los que la ven. En ese sentido, es de sus trabajos más maduros hasta
la fecha, sin sacrificar por ello su condición de producto familiar. Y sobre
todo, devuelve a la factoría de John Lasseter a la primera línea de la
animación. De la que jamás debió salirse. Y si lo hace, que sea para en unos
años regalarnos joyas como esta.
A
favor: Pixar en su faceta más adulta, madura y emotiva
En
contra: ciertos toques infantiles para contentar a los más
pequeños
Calificación*****
Imprescindible
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