lunes, 11 de mayo de 2015

LA CRÍTICA. Maggie

Tan muerta como un zombi
Que no llame a engaño. “Maggie” no es una película de zombis al uso. Ni siquiera puede decirse que sea una propuesta sobre muertos vivientes. Es más, apenas aparecen unos pocos. No hay que dejarse llevar por lo que nos hayan dicho de ella, por cómo nos la hayan podido vender. Su objetivo es otro, mostrar cómo una infección de Necroambulis, que es como se llama en la cinta al virus, dinamita una familia rural estadounidense. Cómo un padre debe lidiar con el proceso de descomposición física y moral de su hija, y cómo ésta debe afrontar su futuro como devoradora de carne humana. Lentamente, que duela.

De hecho, el debut en la dirección de Henry Hobson bien podría haberse centrado en cualquier otra enfermedad terminal. En ese sentido, su trama es carne de telefilm. Sin embargo, el cineasta logra dotar al conjunto de una realización efectiva, casi poética, reforzada por una banda sonora que acentúa aún más ese lirismo que sus imágenes tratan de transmitir. Gracias a esto, y a la premisa zombi, “Maggie” no es un telefilm, ni tampoco una película de temática zombi, sino una propuesta enormemente intimista.


Pero tampoco consigue que ese halo poético abrume al espectador y le emocione, básicamente porque su ritmo es tan lento y pausado como la propia infección que amenaza a la protagonista. Apuesta por los silencios y acusa cierta falta de ritmo. O al menos durante su primera mitad. El guión de John Scott 3 se empeña en dar mayor protagonismo al personaje del padre, amén de algún agujero de guión en la propia esencia de la historia –por ejemplo, conocen las reglas para no infectarse, pero se las saltan a cada rato-, cuando lo realmente interesante es lo que le está pasando a su hija. Es a partir que el guión se centra en ella y cómo se siente cuando la película gana en interés.


El resultado es un trabajo descompensado, que puede llegar a aburrir y hacer perder el interés del espectador. Y es una verdadera pena, porque había potencia en el relato a pesar de ser una especie de “Tanatomorphose” pasado por el filtro dramático y emocional. Había potencia también en su factura técnica, en su ejecución y su dramatismo entendido como cine new ageY hay un trabajo convincente de interpretación. Arnold Schwarzenegger está tremendamente comedido y creíble, da lo mejor de sí como actor y demuestra que puede asumir roles más dramáticos y alejados de lo que nos tiene acostumbrados. Pero se lo come crudo, nunca mejor dicho, Abigail Breslin, un torbellino de chica que logra crear esa conexión con el público que al film le falta. Pero poco pueden brillar sus excelentes interpretaciones ante la cámara cuando el conjunto está tan muerto como los pocos zombis que deambulan por sus fotogramas.

A favor: Schwarzenegger y Breslin, y el halo poético de la cinta
En contra: su falta de ritmo, que hace que el conjunto no consiga transmitir el dramatismo que persigue

Calificación **
                                                                              Se deja ver

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