viernes, 3 de abril de 2015

LA CRÍTICA. Fast & Furious 7

Salto al vacío
Pocas sagas se han reinventado tantas veces como “Fast & Furious”. Ha pasado de la acción a todo gas con exceso de óxido nitroso de la primera trilogía, donde la tendencia imperante eran los coches tuneados y las tías cañón a ritmo de reggaetón y rap, al cine de atracos con estilo a lo “Ocean’s Eleven”, coqueteando con las aventuras de Ethan Hunt y James Bond, del “urban style” sin demasiadas exigencias a la action movie cerebral y sesuda. Y finalmente en la sexta entrega se llevaba al extremo el concepto de acción hiperbólica que siempre había particularizado a la franquicia en forma de Vin Diesel volador y pistas de aterrizaje sin fin, de aviones en llamas de los que salía el héroe pisando el acelerador a fondo.

“Furious 7” supone un salto de gigante para la saga, el culmen de toda esa acción sin sentido que ya empezaba a asomar en su predecesora con timidez. Es una especie de “Mission: Impossible” cargada de esteroides, que va desde los giros imposibles del guión de Chris Morgan a la enérgica forma de rodar las escenas de pelea del bienvenido James Wan. Aquí ya no hay chicos expertos en coches y carreras ilegales, sino agentes secretos nada discretos y perfectamente entrenados en toda clase de escenarios. Abraza sin complejos un modelo de entretenimiento sin fin en el que todo está permitido. Saltos desde un precipicio de los que salir sin un solo rasguño, brazos hipertrofiados sosteniendo a su particular “La Impaciente”, aviones haciendo paracaidismo y hasta una nueva forma de viajar entre edificios sin salir de tu Lykan HyperSport. Por tener tiene hasta a Kurt Russell guiñándole el ojo al espectador.


Ahora bien, este salto al vacío sin arnés de seguridad tiene un riesgo.  Para disfrutar plenamente de “Furious 7” hay que verla sin pedir coherencia al conjunto ni tomársela demasiado en serio. Hereda los defectos de la anterior, y añade unos cuantos más. Tiene agujeros de guión a patadas, escenas tan extremas que basculan entre el bochorno y el ridículo, personajes desaprovechados –ahí están por ejemplo Dwayne Johnson, Jason Statham y Djimon Hounsou, de paso-, y segmentos de relleno en los que pierde el rumbo de lo que era la trama inicial en pos de ofrecer el más difícil todavía, como toda la parte de Abu Dabi y la búsqueda de el Ojo de Dios. Pero es pensar en Kurt Russell guiñando el ojo e invitando al público a unirse a la fiesta, y se te olvida. Porque si te dejas llevar por ella todo acaba molando y el conjunto se pasa en un abrir y cerrar de ojos.


Y, por supuesto, la película acaba de manera amarga, con un homenaje y unas palabras emotivas hacia Paul Walker. La fiesta culmina de una manera triste, pero no como despedida. Nunca es un adiós. Habrá una octava, y una novena. La fiesta seguirá y el listón de imposibilidad está excesivamente alto. Pero confiemos en que la saga seguirá reinventándose a sí misma. Así parece decirnos Kurt Russell guiñándonos el ojo. ¿Lo había dicho ya?

A favor: su concepto de entretenimiento llevado al extremo
En contra: verla tomándosela en serio 
Calificación ****
                                                                        No se la pierda

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