martes, 9 de diciembre de 2014

LA CRÍTICA. Corazones de acero (Fury)

Un hogar por el que pelear
La carrera de David Ayer estaba pidiendo a gritos una cinta bélica. Como las de Tarantino o los Coen pedían un western. Su filmografía exigía un género en el que toda la testosterona que emana de cada fotograma de sus películas acabase por aflorar del todo, cercenando miembros y cortando yugulares a su paso. Con su nueva película, por fin, el director y guionista de “Sin tregua” o la reciente “Sabotage” ha dado un salto de gigante en su carrera. No sólo por dejarse seducir por un género cinematográfico que le viene como gatillo al dedo, sino porque así pasa a jugar en la liga de los grandes, algo que también lleva demandando su cine desde hace tiempo.

Precisamente, es la dirección ruda y franca lo que engrandece su definitivo abrazo al cine de guerra. Una realización tan directa y cruda como esos proyectiles que sobrevuelan las cabezas de los protagonistas como si de rayos láser se tratasen. Su propuesta es dura, violenta, realista. No hay lugar para el sentimentalismo entre estos violentos de Wardaddy, o al menos no a ojos de sus compañeros. Cualquier atisbo de ese Hollywood empeñado en plasmar la guerra como algo crepuscular y sensible ha sido prácticamente erradicado, y tan sólo en su desenlace sucumbe a un convencionalismo académico que la impide ser mejor de lo que es. Un par de momentos, el del sargento llorando a escondidas de sus hombres o la escena de la comida en el piso alemán, pueden aportar cierto respiro sentimental a la sobredosis de realismo descarnado al que nos somete el director. E incluso en esta última, la violencia y tensión emana de sus diálogos.


Y si la dirección de Ayer, junto a sus méritos técnicos –sensacional montaje de sonido, música y fotografía-, es lo que la convierte en un film de aconsejable visionado, el guión no está a la par de su excelente manejo de la cámara y su concepción del bélico como cine de acción cargado de potencia. No a nivel de diálogos, pues el cineasta demuestra ser capaz de construirlos con facilidad, sino a nivel de trama. Lo que tenemos es la historia de un grupo de hombres que viajan de un lado a otro de Alemania a bordo de su tanque Fury, sin mayor base argumental que esa, sin mayor estructura que la puramente episódica.


Le falta una trama férrea, sí, y recoge bastantes tópicos del género –el novato que no carga con ningún muerto sobre sus espaldas, la idea de que la guerra cambia al ser humano-, pero lo compensa creando una galería de personajes cuya camaradería trasciende la pantalla. Llegamos a sentir empatía al poco de empezar el metraje por el comando que lidera un solvente Brad Pitt, secundado de manera perfecta por sus hermanos en la ficción. Juntos conforman una especie de familia a su modo entrañable, que tienen en ese tanque da título a la película  –un aplauso a los traductores españoles por titularla “Corazones de acero”-, una especie de hogar por el que morir y pelear.

A favor: la directa y brutal dirección de David Ayer, la camaradería que desprenden sus personajes
En contra: un guión no demasiado trabajado a nivel de trama, y su convencional final

Calificación ***1/2

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