La obra maestra de Alberto Rodríguez
“El traje”, “7 vírgenes”,
“Grupo 7”… a base de acento y calor del sur, de plasmar como pocos la lucha de
diferentes generaciones por salir adelante, Alberto Rodríguez ha ido
construyendo la que quizá sea la filmografía patria más coherente de los
últimos tiempos. Una carrera que tiene en “La isla mínima” su particular obra maestra, una isla que más
que mínima es inmensa, un thriller policiaco sureño sin fisuras, nada maniqueo
ni consecuente con el espectador, que como ya hiciera en su anterior trabajo
viene a deconstruir una época de la historia de España, la Transición, podrida
y sórdida bajo ingentes capas de falso optimismo por romper definitivamente con
el pasado.
“La isla mínima” reboza
clasicismo y maestría en cada fotograma. No inventa nada nuevo para el género,
pero maneja sus mecanismos con presteza y cerebro. Tras la cámara, Rodríguez
muestra la madurez de un genio en el uso de la iluminación, la banda sonora, en
la dirección de sus actores. Pero es un guión digno de análisis, repleto de
sublecturas a esta España nuestra, el que mantiene todo el engranaje en
perfecto funcionamiento. Es capaz de manejar hasta tres tramas policiales
paralelas manteniendo el interés y suspense en cada una de ellas, entretejiendo
una red de mentiras de caminos tan sinuosos como los de esas marismas del
Guadalquivir presentadas en plano cenital.
Consigue además dos
objetivos importantes. En primera instancia, soluciona uno de los grandes
escollos de su anterior película, perfilar hasta el más mínimo detalle unos
personajes inolvidables, a los que da vida un reparto ejemplar en el que Raúl
Arévalo vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores jóvenes de nuestro
país, en el que Javier Gutiérrez compone el mejor rol de toda la película y de
toda su extensa trayectoria ante las cámaras, y en el que Nerea Barros nos
regala algunas de las miradas más grandilocuentes del cine reciente. Y en
segundo lugar, su desarrollo y resolución, tanto de la trama principal como del
destino de sus protagonistas, trata con respeto a un espectador al que se le
dan varios cabos sueltos que atar. Sin darlo todo masticado, apelando a la
inteligencia del público.
Rodríguez convierte los
parajes andaluces en su propio Luisiana –y que haya quien aún la compare con “True
Detective”-, y sitúa en ellos a las dos Españas, la de los que miran al futuro –los
jóvenes que desean abandonar el pueblo, el poli demócrata que apuesta por el
cambio- y la de los que no pueden evitar echar la vista atrás –esa clase
acomodada que vive por encima de la ley-, y más que lograr enmarcarse en el
grupo de las grandes cintas policíacas patrias, consigue dibujar un retrato tan
certero de esa España negra y profunda que no es más que el reflejo de los
males del país como el que trazaran maestros como Pilar Miró en “El crimen de
Cuenca” o más recientemente Carlos Saura en la imprescindible “El séptimo día”.
Porque lo más descorazonador es saber que, aunque la historia se ambiente
treinta años atrás, seguimos viviendo inmersos en el mismo fango.
A
favor: la sensación que deja de que estamos ante el gran
thriller español de los últimos años
En
contra: que haya alguno que se empeñe en compararla con
True Detective
Calificación ****1/2
Tengo muuuchas ganas de verla
ResponderEliminarEspero que te guste y ya me dirás qué te parece
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