viernes, 28 de febrero de 2014

LA CRÍTICA: Dallas Buyers Club

Con las botas puestas
En 1984, el SIDA aún estaba en pañales para la opinión pública norteamericana. Estaba ahí y se hablaba del cáncer gay, de una enfermedad que sólo afectaba a las personas con tendencias homosexuales. Hasta que llegó Rock Hudson e hizo caer el velo a todos. Tuvo que caer infectada una personalidad pública para que la enfermedad adquiriera otra dimensión. La gente seguía sin saber cuáles eran las verdaderas vías de contagio, pero ya no era algo aislado que le ocurría a personas anónimas. Un galán, un símbolo de la masculinidad cinematográfica, un vaquero que siempre tuvo las botas puestas, estaba infectado. Le podía tocar a cualquiera.

Le tocó a Ron Woodrof, todo un machote de Dallas aficionado a los rodeos. Un truhán, un mujeriego que se declaraba abiertamente homófobo, adicto al sexo sin protección y las drogas administradas por vía intravenosa. Pero también un superviviente nato, una persona que se resistió a sucumbir al mes que le diagnosticaron de vida y logró aguantar ocho largos años más, aunque por el camino tuviese que sacar tajada de su enfermedad y de la desesperación de otros por curarse. Sin saberlo, la cruzada de Woodrof por sacar adelante su negocio se convirtió en la lucha contra el sistema sanitario estadounidense y los intereses de las grandes corporaciones, más interesadas en hacer negocio con sustancias “aprobadas” que en sanar personas. Algo que, desgraciadamente, sigue ocurriendo hoy en día.


“Dallas Buyers Club” tiene muchos aciertos. No hay una biografía oficial del personaje, y eso hace que lo que en ella se cuenta no tenga por qué ser del todo fiel a lo que ocurrió realmente. Bucea en los últimos años del personaje protagonista sin caer en la sensiblería barata de la que hacen gala otras producciones, y finalmente se convierte en un alegato contra el mismo sistema al que tantas veces tuvo en jaque Woodrof. Todo sin encumbrar ni juzgar a su protagonista, de una manera sincera y ágil por parte de su director, el canadiense Jean Marc Vallée, que ha sabido combinar sabiamente drama, humor y mensaje panfletario, pero sin caer en el sermón.


Y sin embargo, no deja de ser, pese a su ágil sentido del ritmo y su acertada fusión de géneros sin moralina, una película normal. No hay en ella nada que destaque, no hay lugar para la sorpresa, no se te queda esa sensación de “Guau. Vaya peliculón inolvidable se han cascado”. Se limita a gustar sin transgredir. Un film correcto que, eso sí, cuenta con dos interpretaciones masculinas de infarto. El cambio que experimentan Matthew McConaughey y Jared Leto es brutal a nivel físico e interpretativo. El primero lleva ya una temporada acumulando grandes interpretaciones, y éste es el broche de oro a un cambio de rumbo soberbio en su carrera, y el segundo sorprende en su recreación de la transgénero enferma amiga del protagonista. Los dos están de Oscar. Son puro carisma y simpatizan con el espectador. Sin ellos no sería lo mismo esta historia que derrocha vitalidad y optimismo. La historia de un hombre que, literalmente, vivió y murió con las botas puestas.

A favor: Matthew McConaughey y Jared Leto
En contra: es una película correcta, sin más

Calificación ***1/2

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