sábado, 14 de diciembre de 2013

LA CRÍTICA. El Hobbit: La desolación de Smaug

La aventura hobbit más grande jamás contada
No se puede decir que “La desolación de Smaug” sea a “Un viaje inesperado” lo que en su día fue “Las dos torres” a “La comunidad del anillo”. Los tiempos han cambiado, ya los avances técnicos de una entrega que es puro experimento –si la primera parte de la Trilogía del Anillo no hubiese funcionado en taquilla, ahora no estaría escribiendo estas líneas- a la siguiente, mucho mejor pulida, son mínimos, y la difícil condición de ser el film bisagra entre la presentación de la historia y el epílogo épico de la misma ya no está presente.

Y aún así, una importante relación guarda esta secuela con la de la trilogía original. Si por aquel entonces Peter Jackson tenía que tirar de imaginación e ingenio para engranar varias tramas paralelas, que en el libro transcurrían en tomos diferentes, inventándose pasajes si era necesario, en la que nos ocupa el camino emprendido es precisamente el opuesto: estirar el chicle hasta el límite, cuando el conjunto podría haberse resuelto en la última media hora de metraje sin problemas, sin necesidad de una tercera entrega. Porque “El Hobbit” no es “El señor de los anillos”, y si incluso entonces se acuciaba una falta de ritmo en las escenas inventadas por el cineasta para rellenar metraje, ahora el efecto rebote es mucho peor si tenemos en cuenta que la novela en que se basa apenas supera las 300 páginas.


“Un viaje inesperado” funcionaba como revival de un tipo de cine extinto, ése con el que crecimos toda una generación de espectadores y que rubricaran Spielberg y compañía en los 80. En su fidelidad a la obra original y la libertad de su creador para soltarse la melena a golpe de humor enano tenía sus mejores armas. En “La desolación de Smaug”, esto ocurre hasta el momento en que empieza a insertar personajes y escenas totalmente improvisadas para rellenar los abultados 160 minutos de duración de la película, justo después de la prodigiosa escena con las arañas. A partir de ahí, con la inclusión del personaje de Evangeline Lilly y la reaparición de Legolas a la cabeza, los altibajos se suceden y Jackson vuelve a lidiar, como en “Las dos torres”, con demasiadas tramas paralelas sin demasiado éxito. La sensación general es que esa magia que desprendía su predecesora, esa inocencia ochentera impostada, se ha perdido, y lo que le ha salido se parece demasiado a lo que ya vimos hace diez años.


Pese a todo esto, y a cierta artificiosidad digital en sus agradecidas y mareantes escenas de acción, seguimos estando ante la aventura hobbit más grande jamás contada. Más de dos horas y media de puro entretenimiento mediano repleto de magos, trasgos, nigromantes, cambiapieles y demás criaturas mágicas que invitan a soñar en tiempos difíciles. Y un dragón con flema british que supone el enfrentamiento verbal entre los televisivos Sherlock y Watson. Qué grande es Martin Freeman, y qué vozarrón tiene Benedict Cumberbatch. El final, el más abrupto y desconcertante de toda la franquicia. Puro cliffhanger que obliga a esperar otro año más. Sin embargo, la duda/amenaza/pregunta está ahí: ¿cómo rellenará Peter Jackson otras dos horas y media con lo que queda de libro?

A favor: lo bien que funciona cuando se ciñe a lo que está en el libro
En contra: las licencias tomadas para rellenar la trama, y cierta artificiosidad en su factura final

Calificación:***1/2

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