Sin medias tintas
Cáncer, esa palabra tan
temida que deseamos no oír nunca de los labios de nuestro médico. Esa palabra
que, con solo pronunciarla, hace que los demás traten a los enfermos con condescendencia,
como si fueran niños pequeños. Una enfermedad que, como cualquier otra, saca lo
mejor y lo peor de nosotros mismos y de los que tenemos alrededor. Pero también
ha sido una palabra que ha dado mucho juego en el cine, aunque normalmente
abusando del melodramatismo. En este sentido, el título de “50/50” no podía ser
más apropiado, ya que no sólo alude al porcentaje de posibilidades que maneja una
persona afectada de cáncer, sino que al retratarlo en pantalla es muy fácil
caer en tópicos y quedarse en tierra de nadie en sus aspiraciones.
Lo que propone el
inteligente guión de Will Reiser, que funciona a la vez como relato de su
propia lucha contra la afección, y la mirada independiente del realizador
Jonathan Levine es hablar de tú a tú con el espectador, sin rodeos y directo al
grano. Es decir, justamente al revés de como lo hacen a veces los amigos,
familiares y médicos. Como hace su protagonista, pidiendo a su terapeuta que
alguien tenga el valor de decirle que va a morir en lugar de darle la gran
noticia como su médico, como un autómata.
Aquí no hay tabúes que
valgan a la hora de hablar del cáncer. Y lo llamativo es el tono elegido para
hacerlo. “50/50” combina sabiamente comedia y drama, sin que ninguna de las dos
vertientes predomine en el conjunto, lo que la convierte en inclasificable. Y,
por si fuera poco, tocando multitud de palos. Desde cómo afronta el
protagonista su mal, pasando de la negación al distanciamiento, hasta cómo lo
hacen sus seres queridos. Desde esa novia que no quiere ser enfermera –correcta,
como siempre, Bryce Dallas Howard-, hasta esa madre sobreprotectora –fantástica
Anjelica Houston, injusta olvidada en la carrera a los Oscar-, pasando por el
amigo aparentemente egoísta y malhablado –Seth Rogen en un papel a su medida,
pues él mismo lidió con la enfermedad de Reiser-. Sin olvidar a dos secundarios
de lujo como Matt Frewer y Philip Baker Hall encarnando a los dos enfermos “felices”.
Para al final descubrir que todos, en el fondo, encaran la situación a su
manera.
Pero todos son
devorados por un rotundo Joseph Gordon-Levitt, majestuoso en su rol de Adam,
omnipresente durante casi todo el metraje y amo y señor de una película que no
resulta todo lo excelsa que pudiera haber sido en su conjunto, pero sí una pequeña gran propuesta que cumple su
objetivo sin caer en sentimentalismos baratos. Aunque la trama amorosa con Anna
Kendrick suponga el único punto débil de una trama que, no obstante, es
necesaria para el avance de su personaje principal, en un desenlace que nos devuelve
el optimismo y la idea de que siempre tenemos un 50% de posibilidades. Habría
sido muy fácil inclinar la balanza hacia los convencionalismos hollywoodienses
y quedarse en un mitad y mitad. Lo mejor, y he aquí su gran punto fuerte, es
ver el vaso totalmente lleno o totalmente vacío. Sin medias tintas.
A
favor: Joseph Gordon-Levitt y la claridad con que afronta
el tema del cáncer
En
contra: la trama amorosa, que de todos modos no deja de ser
necesaria
Calificación: ****
Lo mejor de la película son sus dos protagonistas. Creo que el tema del cáncer es manejado con bastante control, relegándolo un poco y destacando, por encima de éste, la amistad sincera de Adam y Kyle.
ResponderEliminarA mi me gustó bastante,una joya del cine independiente!!
Saludos