La
fábrica de sueños
No,
Scorsese no se ha vuelto loco al dar un giro radical en su filmografía y filmar
su primera película infantil. Adaptación del libro con ilustraciones de Brian
Selznick “La invención de Hugo Cabret”, este triple salto mortal del que en su
momento radiografiara la violencia subyacente en las calles de Nueva York viene
a culminar su etapa de documentalista, compuesta por obras como “Un viaje
personal con Martin Scorsese a través del cine americano” o “El aviador”. Se le
puede tachar de haberse domesticado, acusación con la que no estoy de acuerdo, pero
Scorsese confirma con “La invención de Hugo” su amor por el celuloide y su
status de historiador cinematográfico.
En su primera parte, y
esto lo arrastra durante toda la cinta, la película tiene ese tufillo a cine
familiar e infantil que busca, persigue y alcanza, ese que tanto se atraganta a
veces y que te desconecta de ella en ocasiones, lastrada por algunas tramas
secundarias que ralentizan la trama, en especial la que protagonizan Sacha
Baron Cohen y Emily Mortimer. Eso sí, técnica y artísticamente hablando,
estamos ante una joya. Porque cuando las piezas encajan a la perfección y son
de primerísima calidad, la gran maquinaria que constituye una película funciona
como un reloj. Ahí están el fastuoso diseño de producción de Dante Ferreti, el
incuestionable oído musical de Howard Shore, o la evocadora fotografía de
Robert Richardson, capaz de iluminar un París infográfico y cosmopolita, en el
que, cual “Midnight in Paris” de Woody Allen, confluyen personalidades como
Django Reinhardt, James Joyce o Salvador Dalí.
Pero es en el segundo
acto en el que Scorsese, que además se permite un ilustre cameo, nos recuerda
que el cine es magia, ilusión, y nos enseña por qué lo amamos tanto. Y lo hace,
sorprendentemente, conjugando las nuevas tecnologías y los albores del séptimo
arte, cuando el tren de los Lumiére llegaba a la estación –magistral la escena
del tren tridimensional saliéndose de la vía-, cuando Harold Lloyd colgaba de
las manecillas de un reloj o cuando Georges Mélies cumplía la fantasía de Julio
Verne de enviar al hombre a la Luna.
Méliès, ese
prestidigitador al que Scorsese dedica este homenaje a la magia del cine, con
el inconfundible e inmejorable rostro del gran Ben Kingsley, al que
desgraciadamente no han reconocido por su interpretación. Una reivindicación
del cine como fábrica de sueños, como arma evasiva contra una realidad
devastadora. Gracias a Mélies por descubrirnos su aplicación. Más de cien años
después, sigue siendo la mejor forma de evadirnos en la oscuridad.
A
favor: el segundo acto, en el que Scorsese nos recuerda
por qué amamos el cine
En
contra: el tufillo a cine infantil, y algunas tramas
secundarias, especialmente la de Sacha Baron Cohen, te hacen desconectar en
ocasiones
Valoración:
***1/2
Eso me han comentado, que se nota que es un producto con una factura impecable, pero que parece que al ser de Scorsese, se esperaba algo más que una película para toda la familia sin mucha "chicha"
ResponderEliminarUn saludo.
Grande Scorcese, ese que nunca deja de sorprendernos!! Como tu dices nos hizo soñar y sentinos niños de nuevo.
ResponderEliminarSaludos
Te invito si quieres pasarte por mi blog:
http://lucescamaraaccionblg.blogspot.com/