viernes, 20 de enero de 2012

LA CRÍTICA: The Artist

El crepúsculo de un dios

En una de las secuencias más icónicas de “The Artist”, Michel Hazanavicius realiza un magistral ejercicio metalingüístico donde el sonoro y el mudo se funden hasta límites insospechados, con la figura de un George Valentin crepuscular en pleno ocaso de su propia carrera como pieza central, que presencia atónito cómo todo a su alrededor comienza a cobrar vida mediante el sonido, mientras él mismo permanece mudo. Como si toda su vida anterior hubiese transcurrido silente. 

No es el único ejercicio de estilo de Hazanavicius durante la película. Toda “The Artist” es un sentido homenaje a una época pasada, una perspectiva presente a un pasado que solo es mejor precisamente por haber quedado atrás. En pleno boom digital y fiebre tridimensional, pero pobreza argumental, llega un francés y nos propone un discurso que, pese al clasicismo de su puesta en escena, es más actual que nunca. Porque de su anacronismo se desprende una sublectura sobre el cambio del séptimo arte, ya sea de lo mudo a lo hablado, de lo analógico a lo digital.


Y pese a que en su contra podamos decir que, aunque posee escenas maravillosas, tiene algún que otro salvable bajón de ritmo –consigue transmitir alegría y pesar cuando debe, pero hay bastante relleno de por medio-, que se vuelve a veces previsible y que su perspectiva actual la aleja de ese cine que pretende homenajear –más que nada en determinados planos que jamás habrían sido concebidos de esa manera en los años 20-, lo cierto es que su arriesgado planteamiento resulta valiente y de lo más acertado. Todo gracias a una fotografía, una omnipresente y elocuente banda sonora, un diseño de producción y unos actores de lo más clásicos y sencillamente perfectos en sus interpretaciones.


Aunque Bérénice Bejo resulte deliciosa y muestre desparpajo en pantalla, que se agradezca la presencia de secundarios de lujo rescatados del olvido como John Goodman, Penelope Ann Miller o James Cromwell, y que a ese perro den ganas de llevárselo a casa, la película no sería lo mismo sin ese expresivo Douglas Fairbanks moderno llamado Jean Dujardin, capaz de hacer diferenciar gestualmente su yo cinematográfico, ese tan orgulloso que el público adora, y su yo real, ese que está en plena decadencia, con evidentes ecos a “Cantando bajo la lluvia” y “El crepúsculo de los dioses”. Una obra magistral que, no nos engañemos, no marcará una tendencia a seguir, pero cuyo desenlace se eleva por encima de todo el conjunto con un número musical que culmina con una sutil y necesaria transición al sonoro. Porque no todo tiempo pasado fue siempre mejor.



A favor: su inteligente y actual discurso sobre el devenir del cine; su arriesgada propuesta formal y, cómo no, Jean Dujardin

En contra: cierta previsibilidad y algún que otro bajón de ritmo

Valoración: ****1/2

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