Cuando fallar se convierte en una virtud
El verano comenzó hace unos días, y en este blog se le dedicará los tres próximos especiales de La película del mes a tres filmes imprescindibles, entre tantos otros, para esta época del año. Claro está, no podía faltar en este repaso el blockbuster veraniego por excelencia, la película que marcó un antes y un después en el séptimo arte, y que abriría el camino a la Generación de Hollywood, la destinada a reventar taquillas y convertir al cine, más que nunca, en un negocio. Además, supondría la entrada en la industria de un joven talento que acabaría por comerse el mundo en los años siguientes, tan capaz de gestar sueños en celuloide, como pesadillas que perduran en la memoria. “Tiburón” es una de esas pesadillas, y Steven Spielberg es el nombre de su creador. Una película imprescindible para el verano, pero también contraproducente si lo que se quiere es disfrutar del agua del mar sin preocupaciones.
Un hecho real más que rentable
“Tiburón” convirtió la serie B con monstruo irreal en algo real, algo que podría ocurrir perfectamente. Y de hecho, ocurrió antes. Entre el 1 y el 12 de julio de 1916 se produjeron una serie de ataques de tiburones en la costa de Jersey, muriendo cuatro personas y resultando una gravemente herida. Fue un ataque extraño, algo que supuestamente no podía ocurrir, pues los escualos se mueven en los estados semitropicales de Florida o Georgia, pero la ola de calor que azotaba al país y la mortal epidemia desatada en el noreste de los Estados Unidos llevaron a miles de personas a los balnearios de la costa de Jersey. Incluso llegaron a atacar en agua dulce. Entre los supuestos responsables de la trágica masacre se encontraban el tiburón blanco y el tiburón toro.
La ola de pánico quedó en el inconsciente colectivo estadounidense, hasta que en 1974 Peter Benchley, tras varios títulos fallidos como “Leviathan Rising” o “The Jaws of the Leviathan”, retomó el asunto en su novela “Jaws” –literalmente, “Mandíbulas”-, la historia de los ataques de un tiburón blanco a una tranquila isla ficticia llamada Amity. El libro fue un enorme éxito, y esto llamó la atención de los mandamases de la Universal, que se hicieron con los derechos por 150.000$, y sobre la marcha, en vista del enorme potencial de la trama, se pusieron a buscar a un director. Fue entonces cuando David Brown y Richard D. Zanuck, que habían producido la exitosa “El golpe”, pensaron en un joven realizador que había apuntado maneras en la fantástica “El diablo sobre ruedas” en televisión, y al que un año antes habían producido en la desastrosa “Loca evasión”. Además, vieron cierto paralelismo entre la obsesión entre el protagonista de “El diablo sobre ruedas” y el camión que le acosaba y la caza del gran tiburón blanco.
Los contratiempos favorecieron a la película
Con 7 millones de dólares en su poder, Spielberg tenía total libertad a la hora de rodar y tomar decisiones, a pesar de estar sometido a las exigencias de un gran estudio. Y, por supuesto, el libro era tan atractivo que no pudo negarse. Peter Benchley se encargaría de los primeros borradores del guión, modificado en algunos detalles por el propio Spielberg y un no acreditado Howard Sackler, ganador del premio Pulitzer y experto submarinista. Pero un contratiempo surgió de repente. A principios de 1975 un contrato con el Sindicato de Actores puso en un serio aprieto al estudio, y la Universal impuso que no se rodaría ninguna película que no pudiera rodarse antes del 30 de junio de ese mismo año. La tensión entre Benchley y Spielberg creció debido a disparidad de opiniones en cuanto al enfoque de la novela –el realizador llegó a desechar varias versiones del guión escrito por Benchley-, hasta el punto de que el autor fue expulsado del plató por el propio cineasta. Con el tiempo echándosele encima y con un guión aún sin terminar, se contrató a una especie de “chico para todo”, Carl Gottlieb, que acabaría el guión siguiendo las indicaciones de Spielberg, asistiría a los ensayos, ayudaría en las improvisaciones, etc.
La siguiente parte a completar del proyecto era encontrar el reparto adecuado. Spielberg tenía claro que no quería grandes estrellas en el elenco, o esto desviaría la atención del verdadero efecto que pretendía conseguir con la película. Por ello, se desestimó del papel principal de Brody, el sheriff local, a Paul Newman, Clint Eastwood, Robert Duvall o Charlton Heston. Pero la Universal insistió en que se incluyera a una estrella, por lo que el director optó por una solución intermedia, Roy Scheider. El intérprete no era una gran estrella, había trabajado más en televisión, pero sí empezaba a ganar popularidad gracias a su papel en “French Connection” tres años antes. Para el oceanógrafo Cooper, George Lucas le aconsejó que contratara a Richard Dreyfuss, quien se convertiría en uno de los actores fetiche de Spielberg desde entonces.
Por supuesto, no podía haber película sin monstruo, y aquí se produjo el mayor reto del rodaje, además de que llevó a los mayores problemas. Ningún diseñador de efectos especiales se veía capaz de diseñar un tiburón mecánico de más de siete metros. Todos decían que era algo imposible. Imposible hasta que llegó Bob Mattey, un especialista retirado que dijo sí al director artístico Joe Alves cuando éste le propuso la idea. Y Mattey superó el reto, creando a un enorme escualo mayor a los tiburones normales al que Spielberg apodó Bruce en honor a su abogado –como anécdota, el tiburón de “Buscando a Nemo” dice llamarse, curiosamente, Bruce-. Se construyeron, además, dos ejemplares menores sesgados para los planos de perfil y se utilizaron tiburones reales para las secuencias subacuáticas. Sin embargo, eran considerablemente menores que los de la ficción, por lo que hubo que diseñar una pequeña jaula y meter a un hombre muy bajo para engrandecer al monstruo. En un momento, el animal quedó atrapado en la jaula y la destrozó, sin nadie dentro, y esa toma es la que vemos en el montaje final. En otra ocasión, el tiburón quedó lastimado y se estaba ahogando, con lo cual debió ser salvado por el equipo del film.
Todo esto fue salvado en el montaje final gracias a Spielberg y a la directora de montaje Verna Fields, pero, paradójicamente, los mayores problemas los ocasionó el propio Bruce. Y es que, incomprensiblemente, el animatronic fue creado sin ser testado en el agua, y la sorpresa de todos fue que la primera vez que se le sumergió, se hundió literalmente. Tardaron varios días en rescatarlo de las profundidades de Martha’s Vineyard, donde se rodaban los exteriores. Un lugar turístico cuyas aguas tenían un fondo arenoso hasta 12 millas mar adentro, con lo que los mecanismos podían funcionar correctamente sin que se viera tierra por ningún lado. Fue necesario un equipo de buzos para el rescate.
Fue entonces cuando surgió la gran idea, la que confiere a “Tiburón” una atmósfera aún más angustiosa y desasosegante. Como Bruce no estaba disponible, Spielberg decidió usar la cámara subjetiva simulando ser el enorme animal moviendo en el agua, y no llegaba a mostrarlo hasta la secuencia final en el barco. La cámara se convirtió en el amenazante tiburón. La pérdida de referencia visual, la invisibilidad del monstruo, terminaron jugando a favor del suspenso y del terror, en lugar de la explicitación de su presencia física. A eso, se sumó la decisión de realizar alrededor de un 25% de las tomas al nivel del mar, como si la cámara fuera un bañista a punto de hundirse. En lugar de hacer que el tiburón fuera él mismo el símbolo del miedo y la inseguridad, lo rodearon de elementos que pudieran provocar en el espectador esas mismas sensaciones. Un buen ejemplo de la pericia del director tras la cámara para la composición de escenas es la escena en la que Brody vigila la playa sentado, y sobresaltado por cada grito y risa de los bañistas. Al más puro estilo Hitchcock, se elaboró la escena desde el punto de vista de Brody, siguiendo un enfoque de observación-reacción: mientras cuerpos de bañistas se cruzan por delante de la cámara, el plano va cambiando y vemos lo que ve Brody para luego ver su reacción. Cuando el sheriff finalmente se da cuenta de lo que pasa, Spielberg le dio la vuelta a un innovador truco de cámara usado por Hitchcock en "Vértigo/De entre los muertos", avanzando con la cámara mientras se amplía el plano con el zoom.
Pocas veces tantos problemas jugaron tan a favor de una película. Spielberg supo hacer de los fallos una virtud, los supo aprovechar y mejoró lo que tenía en mente a contrarreloj. El rodaje se alargó, el presupuesto se rumorea que subió a los 12 millones y Spielberg recuerda la película como “Fácil de ver, difícil de hacer”. Pero antes del verano de 1975, la cinta estaba acabada.
Terror a lo profundo
No podemos hablar de “Tiburón” sin mencionar su banda sonora. John Williams, tan humilde como siempre, vio la película antes de musicalizarla, y reconoció a Spielberg que semejante obra necesitaba a un compositor mejor. El cineasta le respondió que era cierto, pero que ya estaban todos muertos. Así que Williams se hizo cargo de la partitura, en lo que fue un gran acierto desde el principio. El tema principal, ya conocido por todos, ha pasado a la historia del cine y anuncia la inminente llegada de la voraz criatura, potencia el suspense y el terror de las escenas previas a los ataques –durante los mismos cesa la música, pero antes solamente podemos sentir angustia-. Su composición incluso refleja el estado del tiburón, acelerándose o ralentizándose, volviéndose más intensa o relajándose, según el monstruo esté más cerca de su presa o se mueva más o menos rápido.
Toda esta unión de talento, contratiempos hábilmente solucionados y aciertos en equipo técnico y artístico convirtieron a “Tiburón” en un éxito sin precedentes. Desde su estreno el 20 de junio de 1975, se convirtió en la película más taquillera de la historia, podio arrebatado dos años después con “Star Wars”, con 470M$ recaudados en todo el mundo, e inaugurando el concepto de blockbuster veraniego, de esas películas que se estrenan en estas fechas con el único objetivo de barrer en taquilla. Fue incluso pionera en su campaña de promoción, que fue brutal en televisión, cines y medios, y llegó a estar nominada al Oscar a mejor película, premio que consiguió “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Consiguió, eso sí, tres estatuillas doradas en apartados técnicos –banda sonora, montaje y sonido- de las cuatro a las que optaba, quedando Spielberg fuera de los premios de la Academia, pero no de los BAFTA o los Globos de Oro, aunque no ganara. La crítica alabó la película, aunque ha sido solamente el paso de los años lo que ha hecho que se la considere una obra maestra imprescindible del celuloide. Y en cuanto a Spielberg, todos sabemos lo bien posicionado que está actualmente en la industria.
Pero el efecto del film fue mucho más allá. Porque “Tiburón”, que reinició el subgénero de monstruos de los 50 produciendo imitaciones más o menos afortunadas como “Piraña”, es al mar lo que “Psicosis” es a las duchas. Es capaz, usando el terror a lo desconocido, a lo que no vemos pero es posible, de infundirnos miedo o como mínimo respeto al mar. Tras su estreno, se desató una fiebre de selacofobia, miedo a los tiburones, y la afluencia a las playas bajó considerablemente. Y no es para menos, pues en las profundidades del mar, incluso cerca de la costa, puede ocurrir cualquier cosa que nuestro ojo no ve, y como decía Kirk Douglas en “Cautivos del mal”, la gente teme aquello que no ve. Los fallos durante el rodaje enseñaron esta valiosa lección a Spielberg, y supo utilizar todos los recursos cinematográficos básicos, sin alardear de efectos, para transmitir al espectador ese terror al mar. Yo, a día de hoy, sigo yendo a la playa con desconfianza. Así que les deseo un feliz verano, pero extremen la precaución.
Hola! Me encanta leer anécdotas sobre esta película! Me cuesta imaginarla con otros protagonistas que no sean los que fueron y bajo otra dirección. Y me gusta además revisarla periódicamente (por suerte yo soy poco de playa, jajaja).
ResponderEliminarMuy buena entrada.
saluditos
Yo, ya sea por fortuna o no, soy mucho de playa. Donde vivo, si no eres de playa, eres medio raro... Muchas gracias por pasarte Lillu.
ResponderEliminarPor eso a mí me consideran rara, que por lo que veo vivo en la isla de enfrente :P
ResponderEliminar+saluditos
Pues sí, somos vecinos isleños. A mí me consideran raro por otras cosas... así que me solidarizo contigo.
ResponderEliminarCojonuda reseña. Siempre sacas anécdotas interesantes que desconocía, incluso en pelis tan comentadas como esta.
ResponderEliminarNo sabía que Spielberg rechazó esas opciones tan apetitosas para el casting. La verdad que es perfecto el reparto que tuvo esta peli, no imagino a ningún otro haciendo esos personajes.
Yo también cuando estoy en la playa a pesar de estar en aguas frias... da algo de acojone.
Muchísimas gracias Manu. No sé por qué pero se me pasó por la cabeza que algún día comentarías en esta entrada. Yo también coincido en el casting. Es de esas pelis que mejoró cuantos más fallos se encontraba Spielberg por el camino, así que... ¡bienvenido sea cometer errores!
ResponderEliminarEl principal motivo por el cual el tiburón hidráulico tuvo a maltraer a todo el equipo durante la filmación fue debido a que cuando estaba almacenado en el set, aparecieron Spielberg, George Lucas y otros para darle una mirada. Spielberg accionó el mecanismo y abrió la boca del escualo. Lucas se introdujo en la misma para inspeccionar, y en ese momento (como una broma de amigos) Spielberg cerró la boca, quedando Lucas con medio cuerpo dentro y pataleando. Quisieron abrirla pero no pudieron, Lucas zafó como pudo y ahí se dieron cuenta que habían roto algo valioso. Debido a esto, luego en la filmación "Bruce" anduvo cuando quiso. Saludos!
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