viernes, 10 de junio de 2011

LA CRÍTICA: Insidious


La casa de los horrores


James Wan no tendrá un estilo muy definido más allá de sus molestas cámaras rápidas, su estilismo televisivo y su amor por la serie B, pero no se puede negar que es un cachondo mental, un osado cineasta capaz de transformar una historia de terror de manual en todo un despiporre freak sin miedo al ridículo. Además, junto a Leigh Whannell revitalizó el torture porn –con permiso del infernal “Hostel” de Eli Roth- con “Saw”, y ahora ha vuelto a hacerlo, aunque con el subgénero de las casas encantadas, con “Insidious”.


Wan y Whannell no es que ofrezcan un gran derroche de originalidad con esta película en su primer tramo, aunque sí convierten las constantes de filmes como “Poltergeist”, “El ente” –la presencia de su protagonista, Barbara Hershey, es todo un tributo a la película- o incluso “Los otros” y “El orfanato” en suyas propias. Apariciones fantasmagóricas que deparan más de un susto bastante bien insertado, un buen uso de los sonidos para generar tensión, mobiliario que se mueve por sí solo y una banda sonora que transmite un mal rollo indescriptible. 



Lo realmente interesante, por ridículo, inverosímil y atrevido, llega en su segunda parte. Porque “Insidious” son dos películas en una. La primera la compone ese film de terror de manual, pero muy logrado, que no sorprende pero tampoco lo intenta, y donde podríamos intuir la mano del productor de la cinta, Oren Peli, creador de ese “Paranormal Activity” del que toma prestada la cámara casi documental que acompaña a esos momentos de tensión conseguidos gracias a recursos comunes –susurros, pasos, sombras-, sin tener que acudir a efectismos ni hemoglobina.



Pero es cuando hace acto de presencia ese estrafalario grupo de parapsicólogos que rivalizan entre sí –Leigh Whannell se reserva el papel de uno de ellos, lo más cómico de la película-, capitaneados por la no menos estrambótica médium a la que da vida una impagable Lyn Shaye, cuando comienza el desconcierto, ese Grand Guignol al que estaban deseando llegar sus creadores y para el que nos preparan ya desde la secuencia inicial, que deja muy mal cuerpo sin mayor necesidad que mostrar unos segundos una espectral y terrorífica silueta. Wan y Whannell montan entonces su particular casa del terror, su parada de los monstruos paranormal en cuyo juego es posible que no entren todos los espectadores, precisamente por tomarse en serio una propuesta que de seria tiene bastante poco.



Y he ahí el gran problema de “Insidious”, pero a la vez su mayor atractivo, lo que ha hecho que muchos vean en ella una reinvención del género. Su transición a ese festival freak, que depara tan buenos momentos como la atípica sesión de espiritismo y la fabulosa presentación del gran “malo” de la función entre marionetas, es tan brusca, y roza tanto el ridículo en algunas ocasiones, que aquellos que esperaran continuar con el enfoque serio de su primera parte acabarán totalmente descolocados. Y sin embargo, es esa casa de los horrores lo más interesante, de lejos, de esta insidiosa y pretendidamente caótica película a la que es complicado pillarle el punto.

A favor: el segundo tramo de la película, el más ridículo pero a la vez el más atrevido e interesante
En contra: más de un espectador puede quedarse fuera de juego en dicho tramo

Valoración: ****

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