martes, 31 de mayo de 2011

La película del mes: Muerte de un ciclista

 El despertar de la conciencia


Durante el franquismo, el cine español dio luz a dos tipos de realizadores. Estaban los acomodaticios, artesanos de encargo que afrontaban proyectos propagandísticos del régimen sin hacer preguntas, realizando películas tramposas, que daban una falsa imagen de la situación del país en aquellos años. Pero en los años 50 comenzaron a surgir una serie de cineastas proscritos para la dictadura, visionarios y revolucionarios que aprovechaban su cine para dar cuenta en el exterior de lo que ocurría en esa España clasista.


A este último grupo pertenecía Juan Antonio Bardem, procedente de una familia de artistas que ha seguido perpetuándose hasta nuestros días con los nombres de Javier y Carlos Bardem.  Gran amigo de otro gran proscrito de nuestro cine, Luis García Berlanga, siempre tuvo problemas con la censura, debido fundamentalmente a su militancia en el Partido Comunista de España, llegando incluso a estar encarcelado. E igualmente polémico fue el trabajo al que le dedico La película del mes, “Muerte de un ciclista”, en mi opinión su obra más redonda. 


La historia que Bardem concibió en este thriller costumbrista cargado de profunda crítica social es, en apariencia, inofensiva. Juan, un profesor universitario y sin grandes aspiraciones en la vida, y María José, una dama que aspira a formar parte de la burguesía,  atropellan a un ciclista en medio de una carretera apartada de Madrid. Juan sale a socorrer al herido, pero interpelado por María José, vuelve al coche y abandonan el lugar de los hechos. Pronto descubriremos que, aparte de otra razón mucho más importante que ya comentaré más adelante, el motivo por el cual emprenden su huida es que son amantes, y muchos se preguntarán qué harían los dos juntos en un lugar tan apartado.



Creyendo que podrán olvidar lo ocurrido, pues nadie pudo verles, sobre ambos comienza a planear la sombra de la culpa y la sospecha. Comienzan a sentir que todos lo saben, que alguien les vio. A Juan le puede su propia conciencia, mientras que a María José comienza a acosarla Rafa, un crítico de arte que insinúa saberlo todo –no especifica sobre qué- , y que sabe ver la inmundicia dentro de cada persona, lo podridos que están ella y Juan por dentro. Por sus cabezas planea la desconfianza, comienzan a aparecer fantasmas que en realidad ellos mismos han creado, hasta su fatídico final muy cerca de donde atropellaron al ciclista.


Inocente argumento, ¿verdad? Pues lo cierto es que recibió la calificación de “gravemente peligrosa” por parte de la censura franquista.  Para entender el por qué debemos conocer el contexto histórico en que se encontraba el país en ese año, 1955. La discriminación por raza, sexo, credo, ideal y especialmente por condición social estaba a la orden del día. El mismo lugar físico de Madrid era compartido por la clase obrera, que vivía en condiciones precarias, y la aristocracia, que vivía rodeada de todo lujo y ajena a lo que sufrían los menos acomodados. Sin embargo, a pesar de que campo y ciudad parecían compartir el mismo espacio, nunca se mezclaban. La diferencia de clases era abismal, y cada uno asumía el rol que el régimen imponía. 


No obstante, de vez en cuando se producía el despertar de la conciencia de clase de algunos individuos, que pensaban que era necesario el cambio. Así, durante esa década se produjeron revueltas obreras y agitaciones universitarias debido en buena parte al estricto control social que se ejercía en estas instituciones y que atentaban contra el principio básico sobre el que se sustentan, el de la libertad de pensamiento.


Pues bien, todos estos sectores de la población están presentes en “Muerte de un ciclista”, y su exposición se produce entre líneas, pero es más que evidente. María José interpreta el papel de esa burguesía egoísta, despreocupada por el bienestar social de los menos favorecidos, pero muy preocupada por heredar un status social. Juan representaría el despertar de la conciencia de clase, motivado por una alumna que defiende sus ideas a capa y espada y unos compañeros de clases que la apoyan fervientemente. Hasta que toda esa cadena de hechos se produce, Juan parece un muerto viviente que ha asumido su posición en la sociedad, un profesor beneficiado por el tráfico de influencias –ha conseguido su cargo por enchufe- más pendiente de cómo salir airoso del crimen que ha cometido junto a su amante que del idealista que fue en su momento, cuando luchaba en la guerra. Los dos personajes son egoístas, y a los dos les afectará de manera distinta el asesinato del ciclista. 


Juan está tan afectado y su despertar ha sido tan repentino que ve, igual que Rafa, la inmundicia que rodea a la sociedad, esa hipocresía social que baña cada rincón del país, y decide entregarse. Para ello intenta convencer a María José, y ésta accede. Pero las intenciones de ella son bien distintas. Cuando vuelven al lugar del accidente, que curiosamente se encuentra cerca de donde se produjera la guerra casi 20 años antes, María José atropella a Juan y se da a la fuga. Pero un nuevo ciclista provoca que María José se salga de la carretera y acabe en el río. El ciclista –un jovencísimo Manuel Alexandre-, que visiblemente es de origen humilde, se para, y en un acto desinteresado acude a pedir ayuda de inmediato, justo lo contrario de lo que ellos hicieron en un primer momento.


Este desenlace, que hace justicia sobre los personajes, fue el impuesto por la censura para permitir el estreno de la película en salas españolas. Los criminales, en un sistema justo de cara al exterior, no pueden salir impunes, y ya bastante simbolismo encierra el film durante sus muy bien medidos 80 minutos como para permitir esa sublectura final en el espectador. Pero su distribución no pudo ser posible sin el arrojo del productor Manuel Goyanes, el descubridor de Marisol y el único preocupado por desarrollar la personalidad cinematográfica de Bardem y por hacer un cine más intelectual. Con este fin fundó su propia productora y se buscó la vida para sacar adelante sus arriesgados proyectos. Para el que nos ocupa, Goyanes involucró a otras compañías extranjeras para sacar adelante la película. Fue así como se introdujo la productora italiana Trionfalcine, quedando una co-producción entre España e Italia en la que nuestro país aportaría la mayor parte del capital y los profesionales, e Italia pondría a una estrella emergente, Lucía Bosé, Miss Italia en 1947 y que iniciaría su carrera a comienzos de los años 50 trabajando con maestros como Michelangelo Antonioni.


Su compañero en la ficción sería Alberto Closas, a quien Bardem quiso desde un principio. El actor ya tenía más de diez años de profesión a sus espaldas, pero fue el éxito de “Muerte de un ciclista” lo que le permitió estrenar películas a un ritmo de incluso cinco títulos por año. Eso y, por supuesto, “La gran familia”, que llegaría siete años después a las órdenes de Fernando Palacios y de nuevo con producción de Goyanes.  Completa el triángulo el magnífico Carlos Casaravilla, un secundario de lujo de nuestro cine que ya había trabajado un año antes con Bardem en “Cómicos” y que años después ganaría el Oso de oro en Berlín gracias a su papel de ciego en “El Lazarillo de Tormes”.  Casaravilla sería el impertinente y acosador Rafa, un personaje al que llegó a relacionarse con el propio realizador dada su manera de criticar a la sociedad.


El dúo protagonista está soberbio en sus actuaciones, a lo que ayuda la estupenda fotografía en blanco y negro de Alfredo Fraile y la omnipresente música de Isidro B. Maiztegui. Esto unido a la planificación de las secuencias de Bardem convierten a “Muerte de un ciclista” no sólo en una acertadísima crítica a la hipocresía de un país y la lucha de clases –todos los personajes defienden sus privilegios a toda costa-, sino en un trabajo técnicamente deslumbrante, que bebe tanto del cine noir europeo como del thriller hitchcockiano. De hecho, si no fuera por la secuencia del tablao flamenco, bien podríamos sospechar de la nacionalidad del producto y pensar que viene del Hollywood dorado. Pero incluso esta escena es aprovechada por el director para realizar un impagable cruce de miradas y sospechas entre los personajes, en el que no podemos oír más que la música y todo es transmitido con las miradas y los gestos de reacción de sus protagonistas.


Tan asombroso es el trabajo de los responsables de esta obra maestra del cine político de nuestro país  que se proyectó fuera de concurso en el Festival de Cannes y se alzó con el Premio de la Crítica Internacional. Todo un ejemplo de que, cuando se podía, había realizadores españoles capaces de revelarse contra el régimen, aunque ello les costara caro. El mismo Bardem se atrevió tras el festival de Cannes a soltar estas bonitas palabras acerca del cine español: "cuando elcine de todos los países concentra su interés en los problemas que la realidad plantea cada día, sirviendo así a una esencial misión de testimonio, el cine español continúa cultivando tópicos conocidos. El problema del cine español es que no es ese testigo que nuestro tiempo exige a toda creación humana”.  Bardem fue aún más lejos: "el cine español es políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico". No le faltaba verdad.

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