Una cicatriz insuperable para el espectador
La mayoría de los estrenos 3D que nos llegan hacen un mal uso y abuso de la tecnología de la que disponen. Muchas películas se ruedan en formato convencional y luego son trasladadas a las tres dimensiones haciendo que objetos por ordenador vayan directos a la pantalla.
A “Scar” se le adelantaron. Tanto atrasaron su estreno en salas para evitar la competencia con títulos mayores como “Avatar” o “Alicia en el País de las Maravillas” que llegó una propuesta que le arrebató el título de primer film de terror en tres dimensiones. “San Valentín Sangriento” fue una tomadura de pelo, un mal remake de un slasher de los ochenta que a un servidor le produjo más nostalgia y vergüenza ajena que miedo propiamente dicho, y que demostraba no haber sido rodada en 3D, sino adaptada a este mediante post-producción.
Me gustaría decir que “Scar” aprovecha la nueva dimensión para estremecer al personal, pero no es así. Hasta “Arrástrame al infierno”, rodada y estrenada según los métodos convencionales, daba mayor sensación de profundidad que este falso slasher con reminiscencias al torture porn más morboso, pero sin gracia, y con preocupantes aires a pésimo telefilme de sobremesa. Y para quien no crea que la película de Sam Raimi hubiera sido una firme candidata a terror tridimensional con clase que revise, por ejemplo, la secuencia del garaje.
Porque de nada sirve rodar en tres dimensiones si detrás no hay nada que contar. Y en eso se parece esta cinta a la película de Patrick Lussier. Lo que tenemos en “Scar” es una historia bastante simplona en la que cuando la protagonista, única superviviente de un asesino en serie local que disfrutaba mutilando y haciendo cicatrices a sus víctimas a través de un macabro juego de supervivencia, regresa al pueblo donde ocurrieron los hechos tras muchos años de exilio comienzan a sucederse asesinatos que siguen el mismo patrón que los de entonces.
Lo peor de “Scar” no es la historia –recuerdo que cierto señor llamado Sean S. Cunningham convirtió una trama no demasiado brillante en todo un clásico del género, “Viernes 13”-, sino el tratamiento de la misma. Los actores son malos; la dirección es pausada, fría y televisiva; no hay tensión, ni suspense y mucho menos miedo; los flashbacks, a pesar de ser posiblemente lo mejor de todo, están mal insertados; el guión es inexistente y previsible; y el formato 3D ni siquiera se perfila como un reclamo, pues apenas lo utiliza para potenciar el terror.
Lo único salvable de esta aburrida película es la cantidad de hemoglobina que atesora en sus flashbacks y en el tramo final, y la crueldad de algunas situaciones. Por lo menos hace buen uso de su título hablando de las cicatrices, físicas y psíquicas, que dejan los hechos traumáticos en las víctimas. Como la gran cicatriz personal que se le quedará a más de uno cuando se de cuenta de que ha desperdiciado 80 minutos de su vida viéndola.
A favor: la cantidad de sangre y la crueldad de algunas secuencias
En contra: todo lo demás
Algo que me esperaba la verdad...
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