El resplandor ****1/2
S.K. contra S.K.
Es Halloween. Como no podía ser de otra manera, la película de este mes debía ir dedicada a algún clásico del cine de terror. Lejos de recurrir a los habituales de estas fiestas –a saber, psycho-killers y demás monstruos del séptimo arte-, he preferido optar por una de las películas que más me aterrorizaron en mi infancia. No es que “El resplandor” sea la película más terrorífica de todos los tiempos, pero sus imágenes subliminales me acompañaron durante muchos años cuando me encontraba frente a un amplio pasillo o solo en el cuarto de baño –de esto tiene buena culpa también Hitchcock y su “Psicosis”-. Antes de escribir este reportaje volví a verla tras muchos años, y me sorprendí desviando la mirada en más de una ocasión.
Bien es sabido que Stanley Kubrick se atrevía todo género que se topara en su camino, y el terror no iba a ser menos. Con “El resplandor” consiguió, aunque algunos se empeñen en no admitirlo, lo mismo que con “2001: Una odisea del espacio”: dar un nuevo enfoque al género bajo su particular punto de vista. A pesar de ello, el tiempo ha tratado peor a la primera que a la segunda en la memoria cinéfila de mucha gente. Mientras “2001” es venerada como uno de los mayores hitos de la ciencia-ficción de toda la historia, la que nos ocupa es tristemente calificada como payasada por cierto grupo de “expertos”. Pero del papel de la crítica en su momento y de la reacción del público con los años hablaré más adelante.
Bien es sabido que Stanley Kubrick se atrevía todo género que se topara en su camino, y el terror no iba a ser menos. Con “El resplandor” consiguió, aunque algunos se empeñen en no admitirlo, lo mismo que con “2001: Una odisea del espacio”: dar un nuevo enfoque al género bajo su particular punto de vista. A pesar de ello, el tiempo ha tratado peor a la primera que a la segunda en la memoria cinéfila de mucha gente. Mientras “2001” es venerada como uno de los mayores hitos de la ciencia-ficción de toda la historia, la que nos ocupa es tristemente calificada como payasada por cierto grupo de “expertos”. Pero del papel de la crítica en su momento y de la reacción del público con los años hablaré más adelante.
Lo cierto es que no fue esta la primera oferta de la Warner a Kubrick para zambullirse en las arriesgadas aguas del terror, género muy codiciado tras el éxito de filmes como “La profecía” o “El exorcista”. Fue precisamente esta última la que motivó que Kubrick se interesara por el proyecto. Los estudios le habían ofrecido la oportunidad de dirigirla, pero él se encontraba recién salido del escándalo de la obra de culto “La naranja mecánica” e inmerso de lleno en su siguiente film, “Barry Lyndon”, que supondría un enorme fiasco en taquilla. Visto el exitazo de la película de William Friedkin, y para resarcirse del fracaso de su anterior trabajo, Kubrick se puso como meta tomar las riendas de una horror movie. Primero le ofrecieron realizar la secuela de la novela de William Peter Blatty, pero Kubrick también la rechazó con el argumento de "¿Qué se puede añadir para superar a la primera? ¿Que vomite ella en otros colores?". De hecho, dicha secuela la dirigiría John Boorman y supondría un enorme batacazo comercial. Warner volvió a confiar en él con la condición de hacer una película más comercial y le envió una novela aún sin publicar escrita por un primerizo pero prometedor autor llamado Stephen King, que había saboreado las mieles del triunfo gracias a la estupenda acogida tanto de crítica como de público que tuvo “Carrie” bajo la batuta de Brian de Palma.
Comenzó entonces un acoso telefónico en el cual Kubrick siempre colgaba a King por no llegar a un acuerdo y que acabaron con la famosa frase de este último “Un tal S.K. está hasta las narices de un tal S.K.”, tras lo cual fue él quien colgó el teléfono. Comenzaba así una disparidad entre los dos que se acentuaría durante el rodaje y tras el estreno. Uno de los puntos en los que chocaron fue en la elección del protagonista. La Warner e incluso el mismo Kubrick tenían pensado desde antes de poseer los derechos que la protagonizaría Jack Nicholson, a quien Kubrick seguía los pasos desde “Easy Rider” y el cual le encantó en “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Ambos ya habían hablado anteriormente de realizar un biopic de Napoleón y a Nicholson también le ofrecieron “El exorcista”. El actor no pasaba un buen momento profesional y personal. A pesar del Oscar obtenido por la cinta de Milos Forman, era cada vez más difundido el rumor de los jugueteos de Nicholson con la cocaína. Además, tenía que lidiar con la ruptura con Anjelica Huston, con la acusación de su amigo Roman Polanski por pederastia y con el fracaso de su primer película como director. King exponía sus diferencias con el estudio por dicha elección. Veía más en el papel a Jack Palance o Jon Voight, pero la Warner se negaba en rotundo. Años después, y en esto sí acertaría en parte el escritor, aseguró que “Creo que Jack Nicholson es un actor excelente y creo que hizo todo lo que Stanley le pidió en la película e hizo un trabajo tremendo, pero es un hombre que roza la locura. El personaje requería una locura gradual, pero Jack parecía loco casi desde el principio”. Los fans del novelista estaban totalmente de acuerdo especialmente con esta última frase.
Casi desde el principio fue elegida también Shelly Duvall, que encarnaría a Wendy, la esposa de Nicholson en la ficción. El pequeño Danny Lloyd sería escogido de entre millares de niños en un casting en el que buscaban a un actor de no más de seis años y sin experiencia previa en la interpretación. Y finalmente, el cocinero Hallorann fue a parar a manos de Scatman Crothers, papel que consiguió gracias a Nicholson, con quien había trabajado en “Alguien voló…”.
Comenzó entonces un acoso telefónico en el cual Kubrick siempre colgaba a King por no llegar a un acuerdo y que acabaron con la famosa frase de este último “Un tal S.K. está hasta las narices de un tal S.K.”, tras lo cual fue él quien colgó el teléfono. Comenzaba así una disparidad entre los dos que se acentuaría durante el rodaje y tras el estreno. Uno de los puntos en los que chocaron fue en la elección del protagonista. La Warner e incluso el mismo Kubrick tenían pensado desde antes de poseer los derechos que la protagonizaría Jack Nicholson, a quien Kubrick seguía los pasos desde “Easy Rider” y el cual le encantó en “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Ambos ya habían hablado anteriormente de realizar un biopic de Napoleón y a Nicholson también le ofrecieron “El exorcista”. El actor no pasaba un buen momento profesional y personal. A pesar del Oscar obtenido por la cinta de Milos Forman, era cada vez más difundido el rumor de los jugueteos de Nicholson con la cocaína. Además, tenía que lidiar con la ruptura con Anjelica Huston, con la acusación de su amigo Roman Polanski por pederastia y con el fracaso de su primer película como director. King exponía sus diferencias con el estudio por dicha elección. Veía más en el papel a Jack Palance o Jon Voight, pero la Warner se negaba en rotundo. Años después, y en esto sí acertaría en parte el escritor, aseguró que “Creo que Jack Nicholson es un actor excelente y creo que hizo todo lo que Stanley le pidió en la película e hizo un trabajo tremendo, pero es un hombre que roza la locura. El personaje requería una locura gradual, pero Jack parecía loco casi desde el principio”. Los fans del novelista estaban totalmente de acuerdo especialmente con esta última frase.
Casi desde el principio fue elegida también Shelly Duvall, que encarnaría a Wendy, la esposa de Nicholson en la ficción. El pequeño Danny Lloyd sería escogido de entre millares de niños en un casting en el que buscaban a un actor de no más de seis años y sin experiencia previa en la interpretación. Y finalmente, el cocinero Hallorann fue a parar a manos de Scatman Crothers, papel que consiguió gracias a Nicholson, con quien había trabajado en “Alguien voló…”.
Uno de los detalles más llamativos de la producción de “El resplandor” es el hecho de que no se rodara en un hotel de verdad, sino en una réplica que mezclaba varios hoteles. La fachada, el laberinto, los cuartos de baño, el salón de música, el recibidor, la cocina… todo lo que vemos en la película son decorados sacados de diseños ya existentes en hoteles. Un capricho de Kubrick que retrasó el comienzo del rodaje un año y encareció la producción hasta los 19 millones de dólares, más de lo que la Warner esperaba en un principio. Todo fue erigido en los estudios Elstree, incluidas las secuencias en la nieve, donde se estaba filmando en aquel momento “El imperio contraataca”. Hasta el mismísimo Spielberg tuvo que esperar a que finalizase el rodaje para usar los estudios para “En busca del arca perdida” –la sala donde Jack escribe era la misma que posteriormente se inundaría, con otro decorado, en la secuencia en la que Harrison Ford y Karen Allen caen a un pozo lleno de serpientes-. No fue la única escena que exigiría un año de preparación por orden del perfeccionista Kubrick. La secuencia en la que la sangre emana del ascensor costó planificarla justo ese tiempo, para finalmente quedar rodada en tres tomas.
Otro de los muchos caprichos y excentricidades del director se manifestó mucho antes de rodar. Para el guión, Kubrick confió en la novelista Diane Johnson, con la que lo co-escribiría. Al director le había entusiasmado el retrato que la escritora hacía sobre el aislamiento en el claustrofóbico relato “The Shadow Knows”. El objetivo era mantener la historia principal de la novela –familia que debe cuidar de un hotel en temporada de cierre y poco a poco se ve afectada psicológicamente por los espíritus que habitan en él- y algunos detalles de la misma que le daban relevancia –el famoso “resplandor” de Danny, por ejemplo- y realizar algo distinto, más cercano al psicoanálisis en la relación padre-hijo, al terror psicológico. Para ello, reescribieron el libreto original de King, muy fiel a la novela, lo cual irritó de nuevo al novelista. Entre las ideas descartadas de la novela figuraban la de los arbustos tomando vida y el anticlimático final con el hotel explotando, por resultar secuencias vulgares y ridículas –de hecho, lo eran-. Sobreviven algunos detalles como el comentario del director del hotel acerca de que éste se levantó sobre un cementerio indio, algo que en realidad poco aporta a la trama, a no ser que sirva para lanzar teorías acerca de su final.Pero si algo fue relevante en el resultado final fue la actitud exigente y perfeccionista del director hacia sus actores, incluso un tanto déspota, hacia cuándo una escena resultaba perfecta o un desastre. Llegó a repetir tantas veces las escenas que exasperaba al equipo técnico y artístico. La escena en la que Nicholson dice “Here is Johnny!” (“¡Aquí esta Jack!” la doblaron en España) fue repetida 157 veces, siendo de las más repetidas de la historia del séptimo arte, y la secuencia del golpe con el bate de béisbol en las escaleras llegó a repetirse cerca de 60 veces. La interpretación de Duvall en los momentos de pánico y angustia fue tan real debido a que el cineasta la maltrataba psicológicamente mediante insultos para sacar de ella lo mejor –en el resto de momentos la actriz no resultaba tan creíble-. Incluso reescribía diariamente el guión. Tal fue la irritación que Nicholson se negó a aprenderse el guión y esperaba a que Kubrick le pasara la hoja modificada del día para memorizarla.
Durante la filmación, la hija de Kubrick, Vivian, rodó un documental que consistía en un día normal de rodaje. Narrado por un exaltado Jack Nicholson, quien seguramente aguantaba el ritmo del rodaje gracias a las drogas, en “Making The Shining” podemos ver a un Kubrick ensimismado en su máquina de escribir y al fondo a Shelly Duvall tirada en el suelo e histérica recibiendo consuelo y aire de una ayudante, sin que el director levante la vista siquiera para preocuparse por ella. La actriz tuvo que ser internada en un centro psiquiátrico a raíz de una crisis nerviosa que sufrió al finalizar el rodaje. Todo este compendio de manías, unido a los problemas de espalda del protagonista y a un incendio que arrasó parte del decorado, alargó el tiempo de rodaje a 27 semanas de las 17 previstas.
Si “2001” fue una revolución en la ciencia-ficción y “Barry Lyndon” consiguió ser iluminada con la simple luz de las velas, “El resplandor” hizo su particupar aportación al cine con el uso de la steady-cam. A pesar de que este mecanismo, consistente en un soporte acoplado a la cámara qué permite moverse con ella sin que la imagen tiemble, fue inventado por Garret Brown, a quien Kubrick contrató para manejarla, aquí se convierte en un elemento crucial para contar y dar atmósfera a la historia. Las escenas en las que la cámara persigue al pequeño Danny en su triciclo son ya un clásico del cine, capaces de aportar la dosis perfecta de tensión ante la duda de qué nos encontraremos tras la siguiente esquina de los estrechos pasillos del hotel.
Es precisamente el cambio de guión constante durante el rodaje lo que resalta cuando se analiza la película en profundidad. Tiene acusados cambios de ritmo a lo largo de todo el metraje, como si las escenas hubieran sido rodadas por separado sin demasiada conexión entre unas y otras y finalmente se hubiera intentado dar cohesión al resultado final en la sala de montaje. Kubrick solventa este detalle dividiendo la historia en segmentos, como hiciera en “2001”. Aún así, los cortes siguen estando presentes en algunas situaciones, como si buena parte del material hubiera quedado descartado. Como prueba, un ejemplo: tras la secuencia en la que Wendy descubre las marcas en el cuello de Danny y huye de su marido creyendo que éste le ha golpeado, vemos a Jack en el bar del hotel; acto seguido vemos a Wendy avanzar angustiada por los pasillos con un bate en la mano y le dice que su hijo le ha contado que hay una mujer en una de las habitaciones. Es evidente que algo falta entre ambas secuencias, y esa carencia puede verse en otras muchas partes de la película. Asimismo, el momento en que Jack comenta al barman el incidente con Danny tres años atrás se cuenta muy superficialmente, y otros momentos, como la locura progresiva del protagonista, llegan demasiado pronto, no resulta tan gradual como el mismo King advirtió acertadamente.
Pese a estos posibles fallos –otros errores de raccord han sido descartados como tales, como la pelota que es tirada al niño en el pasillo y que en el siguiente plano ya no está, y son vistos más bien como descuidos deliberados de Kubrick tratándolos como elementos que son arrojados por los fantasmas para atraer a los personajes-, y a la pobre interpretación al comienzo de la película de Duvall, “El resplandor” cumple a la perfección su cometido: intrigar, acrecentar el nerviosismo y la tensión y hacer pasar un mal rato sin recurrir más que a imágenes subliminales y una banda sonora opresiva. Un montaje totalmente claustrofóbico, en el que influyen muchísimo las piezas musicales, que hace que cualquier “error” que pueda poseer sea pasado por alto por quien esto escribe. Lo que queda con los años es la genial aportación de un maestro, un genio que a cada género le ponía su sello personal.
Con el paso de los años, “El resplandor” no ha sido tan bien tratada como “2001” o “La naranja mecánica”. Como dije anteriormente, hay quien incluso la considera una payasada, una mala película –fue nominada incluso al Razzie a peor director y peor actriz-, como sentenciaron algunos críticos en su época que ahora se rinden a sus pies. No es tan recordada como ellas, pero bien merece un puesto de honor a su lado. Levantó polémica –algo normal en la carrera del cineasta- no solo con el autor de la obra original, que renegó del producto y en cuanto Kubrick soltó los derechos en 1996 dio el visto bueno para realizar una soporífera miniserie dirigida por Mick Garris, sino entre los conservadores, que no vieron con buenos ojos sus imágenes subidas de tono, como la secuencia con la inquilina nudista o aquella en la que dos supuestos señores, uno de ellos con disfraz de oso, tienen una postura sospechosa en una de las habitaciones del hotel. Precisamente por estar disfrazado no pudo echarse encima la censura del todo, y por haber filmado primero el plano de lejos, lo cual impide ver con exactitud lo que ocurre. En cuanto a la escena del baño, cuando la mujer comienza a envejecer nos damos cuenta de que no es gratuito el desnudo, por lo que nuevamente eludió a los censores.
A la película no le fue del todo bien en taquilla. Pese a no resultar un fracaso absoluto, pues recaudó 44 millones en Estados Unidos, no cubrió las expectativas del estudio, convirtiéndose en otro traspiés económico del director, que nunca tuvo buena suerte en taquilla. Vista la baja recaudación en su país natal, Kubrick decidió estrenar una versión distinta en cada país. Así por ejemplo, en España tenemos 114 minutos de los 146 totales. Esto, no obstante, no salvó la recaudación. Kubrick se implicó tanto que incluso eligió el reparto de doblaje en distintos países, incluyendo España. Dirigido por Carlos Saura, el doblaje es la mayor polémica que ha levantado el filme en nuestro país en sus casi tres décadas de vida. No contaba con la voz habitual de Nicholson, cuyo doblador parecía leer el guión en lugar de interpretar un papel, perdiéndose así buena parte de la soberbia interpretación del actor. A Duvall la dobló Verónica Forqué, en una voz que va como anillo al dedo al personaje, pues es muy parecida a la original, pero que tampoco supo dar la entonación adecuada. Además, Kubrick tradujo de manera distinta según el país la frase que insistentemente escribe Jack en los folios, siendo aquí “No por mucho madrugar amanece más temprano”, algo que no tiene que ver con la historia y mucho menos con la frase original, que dice “All work and no play makes Jack a dull boy”. Este desastroso doblaje hizo que muchos críticos y espectadores de nuestro país la hayan tildado de mala película.
Para acabar, un comentario sin el cual posiblemente reventaría. Pocas veces, pese a sus limitaciones, una película ha superado tanto a una novela. Stephen King, y puede que con esto me lluevan palos, es un escritor sobrevalorado, experto en el terror literario, pero no tanto en el terror cinematográfico. De ahí que sus intentos en el cine hayan resultado nefastos y ridículos. Un escritor que precisamente peca de lo que criticó a Kubrick con los años diciendo que “Es un film que tiene todos los tipos de estilo y es vistoso. Lo puedo ver cualquier día, creo que es maravilloso para ser visto, pero es una película... Stanley Kubrick quería hacer un film de horror he hizo El resplandor, y lo que yo sentí fue que había hecho un film sobre el vacío total, sin entender las bases del género”. El problema del señor King es que no entiende el género a nivel cinematográfico, pero sí lo domina a nivel literario. Unos arbustos que cobran vida por ejemplo es una idea ridícula para una película, pues lo que funciona en un libro no queda tan bien trasladado fielmente a la pantalla. “El resplandor”, la novela, es una obra larga, tediosa, pesada, que no produce tensión alguna, como bien demostró la adaptación de Mick Garris, mucho más fiel que la de Kubrick. Lo que hizo éste fue una adaptación al cine, una acertadísima visión personal sobre el terror psicológico, sobre las relaciones paterno filiales y sobre cómo nos domestica la sociedad, pero cómo demostramos que al apartarnos de la sociedad volvemos a ser salvajes. No somos buenos por naturaleza y Kubrick lo sabe. Ya nos lo decían los drugos, y lo volvió a confirmar Jack Torrance hacha en mano. El final, con esa foto de 1921 en la que aparece el protagonista, el eterno vigilante del hotel, es uno de esos misterios que al igual que la figura del monolito nunca osó desvelar Kubrick. Otra pincelada más de un genio que volvió a pasearse por un género inhóspito para él con la soltura del mismo Hithcock, al que él tanto admiraba.
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