sábado, 30 de mayo de 2009

La película del mes

Cada final de mes les traigo el análisis de algún film que viera en mi infancia, que me impactara o me decepcionara sobremanera, con el objetivo de ver cómo el tiempo pone a cada cosa en su lugar

Drácula, de Bram Stoker ****1/2


Hace poco revisité el clásico de Tod Browning “Drácula”, protagonizada por Béla Lugosi. Ya en ella, Browning comprendía el poder de seducción del vampiro, que quedaba patente en la trabajada mirada de Lugosi, convenientemente iluminada para parecer entre amenazadora y sugerente, casi seductora. En contra de lo que pueda pensarse, el “Drácula” de Browning no es tan poco fiel como el ostentoso de Francis Ford Coppola. El de Browning es esclavo de su tiempo, no pudiéndose mostrar relevantes detalles como el río de ratas, el lobo en el cual el conde se transformaba o la adicción de Lucy a los bebés. Por lo demás, respeta bastante algunas constantes de la filosofía stokeriana, hasta el punto de que el conductor del carruaje es interpretado por el mismo Lugosi, como atestiguaba la novela.

Y en contra también de lo que suele pensarse, la versión de Ford Coppola no es la más fiel a la novela de Bram Stoker, o como mucho es tan fiel como la de Browning e incluso el “Nosferatu” de Mornau. El título usa la coletilla “de Bram Stoker” como herramienta publicitaria, pero poco más. Ya en sus minutos iniciales notamos esa falta de fidelidad a la obra original. Coppola relaciona la novela de Stoker con la historia real de Vlad Tepes, el Empalador, figura que el folklore popular ha relacionado con el personaje del relato. Pero nada más lejos de la realidad, pues éste podría basarse igualmente en otro personaje histórico, Erzsébet (Isabel, Elizabeth) Báthory, la “Condesa Sangrienta” de Transilvania, que asesinaba a chicas jóvenes para bañarse en su sangre, convencida de que así conseguiría la eterna juventud. En realidad, Stoker tomó como referencias las leyendas de vampiros que circulaban por Europa en el siglo XIX, entre ellas la de Vlad Tepes, pero de la vida de éste no existe ninguna referencia más en toda la obra.

“Drácula de Bram Stoker” comienza con la imponente banda sonora del polaco Wojciech Kilar sonando sobre el logo de la Columbia, para a continuación mostrarnos una historia de amor que en la novela original brillaba por su ausencia. Coppola nos cuenta la historia de “el Empalador”, un sanguinario soldado valaco que disfrutaba empalando a sus víctimas –las atravesaba bien por el abdomen o por cualquier orificio del cuerpo con una estaca no afilada, colocada ésta verticalmente y clavada en el suelo para agudizar la agonía y el dolor-, y que mostraba gran destreza en batalla. Esta técnica y el resto de la batalla contra los turcos es mostrada en una escena inicial ante un fondo rojizo que confiere a la misma un aspecto de obra teatral, algo que se repetirá a lo largo de la película. Sin embargo, Coppola humaniza al personaje y nos muestra una historia de amor rota por los rumores inciertos de que el conde ha muerto en batalla, lo cual lleva a su prometida Elisabeta (curiosamente, Erzsébet significa Elizabeth) al suicidio. Cuando el conde llega al templo en que reposa su amada, reniega de Dios y bebe su sangre, convirtiéndose por siempre en un maldito, un condenado, que necesitará de la sangre de otros para sobrevivir y viajar en ataúdes llenos de su tierra natal.

Esta vertiente romántica, acentuada por la búsqueda de la reencarnación de su amor en la joven Mina, interpretadas ambas por Winona Ryder, no existía en la novela, y fue una aportación propia de Coppola, quien hasta entonces tenía pensada una adaptación mucho más filosófica y fiel a la obra, lo cual la hacía poco atractiva para el público. Así lo notaron los actores, reunidos antes del rodaje para la lectura de la novela, que les llevó dos días completos. No obstante, prácticamente todo lo que viene a continuación, eliminando la faceta amorosa, es bastante fiel a lo que Stoker narrara en sus páginas. Tanto es así que se cuenta en forma de cartas, como en la obra original. Coppola respeta a los personajes, los pasajes de la historia, incluso el desenlace, introduciendo eso sí de nuevo ese ambiente romántico y erótico que impregna toda la cinta.

Contó para llevar a buen puerto este proyecto con un reparto de lujo, o al menos de lujo pasados los años, pues algunos no eran tan conocidos entonces. A la mencionada Winona Ryder, actriz aún emergente, se unieron el siempre inexpresivo Keanu Reeves como el prometido de Mina, el sobreactuado Anthony Hopkins como Van Helsing –también interpreta al monje del templo en que Vlad reniega de la sangre de Cristo-, una sugerente Sadie Frost como Lucy –su rol es ligeramente distinto al presentado por Stoker: el de Coppola era mucho más lascivo, gustaba de seducir a cuantos hombres se cruzaran por su camino-, el histriónico pero genial músico Tom Waits como Renfield, y otros secundarios como Richard E. Grant, Cary Elwes o una aún desconocida Monica Bellucci como una de las concubinas del diablo.

Pero de todos los actores destaca el que precisamente interpreta al protagonista. Sabemos de sobra que Gary Oldman es un actor monumental, pero lo que realiza en “Drácula de Bram Stoker” es para quitarse el sombrero. Consigue hacer suyo el personaje en todas sus facetas, ya sea como anciano recluido en su torre, como seductor criollo o como sádico guerrero al principio del film. Consiguió clavar el acento rumano y bajó varios tonos de timbre de voz para dar a su conde anciano un aspecto amenazador y lúgubre, solo apreciable en la versión original –en la versión española, muy bien doblada, eso sí, se recurrió a dos dobladores-. Buena parte del alma intrínseca de la película reside dentro de sus gestos exagerados pero necesarios, de su manera de hablar. Y una curiosidad: Oldman también interpreta al chófer del carruaje como Lugosi hiciera entonces.

Por supuesto, el despliegue técnico de esta película es portentoso, y así se vio reconocido con tres Oscar en 1993: diseño de vestuario, maquillaje y sonido. Optaba a uno más, el de dirección artística –en este apartado, el interior del castillo del conde recuerda vagamente al propuesto por Browning-, pero merecía muchas más nominaciones, entre ellas la de mejor actor para Oldman, mejor banda sonora para Kilar y mejor canción original para el inolvidable tema “Love song for a vampire” de Annie Lennox. Y no conviene olvidar la fotografía y el montaje, de los cuales “Drácula de Bram Stoker” se beneficia de lleno. Porque Coppola juega durante dos horas con el mismo cine, acelerando la imagen, dotando en determinadas ocasiones al film de un look visual propio de los albores del cine, usando las casi olvidadas transparencias en las cartas o superponiendo unos diabólicos ojos sobre el cielo, jugando mucho con el rojo –está presente no solo en la sangre, sino en los vestidos, el fondo de las secuencias teatrales como la batalla inicial, en el cielo, en los ojos del conde, etc- y proponiendo un juego de luces y sombras que convierten a la fotografía en un prodigio al servicio de la historia –no olvidar esa sombra del conde que siempre llega tarde a su dueño-.

Son precisamente todos estos recursos estilísticos y narrativos los que hacen que el Drácula de Ford Coppola sea distinto a los demás, artísticamente más llamativo. Es como si su director intentara explorar los albores del cine, acercarse a los trabajos de Murnau y Browning, aspecto que le hace guardar más relación con ellos que con Stoker. Ahora bien, su película es también presa de su tiempo, y lo que Browning no pudo mostrar, Coppola se recrea al retratarlo, tanto en el diseño del lobo como en el río de ratas y el intento de sacrificio de un bebé por parte de Lucy.

Sin embargo, son justamente sus excesos narrativos los que me crearon durante mi adolescencia una mezcla entre rechazo y atracción. Porque el Drácula de Coppola es atractivo, seduce en cada plano en el que juega con el mismo séptimo arte, pero a la vez esos excesos me provocaron un distanciamiento que aún me dura. Es un trabajo ominoso a nivel artístico, pero me agota y me crea un serio sentimiento de contradicción, una difícil relación amor/odio, como los intentos de un cineasta por demostrar lo bueno que es.

La crítica recibió entre aplausos la propuesta, y el público reaccionó en consecuencia, pues la película recaudó más de 200 millones en todo el mundo, suponiendo el respaldo que necesitaba Coppola tras el fracaso de otra gran producción, “El Padrino: Parte III”. Dos años después se embarcó en la producción de “Frankenstein”, que también llevó como subtítulo “de Mary Shelley”. Dirigida en esta ocasión por Kenneth Branagh, la visión fue nuevamente romántica, pero los excesos formales de Branagh no fueron bien recibidos por la crítica, que la calificaron de excesiva en todos los aspectos, curiosamente el aspecto que le elogiaron a Coppola.

Pese al ya mencionado sentimiento contrario que me ocasiona, no puedo dejar de maravillarme por una de las mejores adaptaciones que de la novela de Stoker se han hecho. Quizás no tan fiel como presume, pero igualmente bella y seductora.

2 comentarios:

  1. A mi también me produce esa incertidumbre de si me gusta o no me gusta...
    siempre me ha parecido demasiao barroca, pero es precisamente su principal virtud, por eso me confunde...
    desde luego mi favorita de Dracula es la primera de la Hammer

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  2. Pues sí, si tengo que quedarme con alguna peli de Drácula elegiría a la de la Hammer, pero ya te digo, ésta de Coppola me fascina a la vez que me aturde, por lo que la coloco entre las principales opciones. No meto al Nosferatu de Mornau en la bolsa por no reconocerse a sí misma como adaptación de la novela de Stoker, porque de seguro quedaría por encima de ambas.

    Es como si Coppola quisiera emular épocas pasadas. Eso me recuerda una frase que se dijo una evz en el programa de Días de Cine, cuando aún lo comandaba Gasset, con motivo del estreno de "El aviador": "Parece como si Scorsese y sus amigos -es decir, Coppola, Spielberg, de Palma y Lucas- se empeñaran en retratar aquel Hollywood clásico que ellos mismos se encargaron de destruir". Con eso quedó dicho todo, aunque nunca vi claro que ellos fueran los encargados de acabar con el Hollywood clásico. Más bien redefinieron la meca del cine, pero la de las grandes estrellas hacía más de una década que había muerto, antes de que ellos legaran.

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