martes, 22 de marzo de 2016

LA CRÍTICA. Deadpool

Love Story
Esto es una historia de amor. De esas de chico conoce a chico. De las de chico pierde a chica por su mala cabeza. De las de chico debe recuperar a la chica. Y del valor del amor por encima de todo, por encima de la apariencia física y las adversidades que toda mutación personal pueden conllevar. Salpicada de hemoglobina y sesos, y con el sonido de los huesos rotos como leit motiv musical, pero una historia de amor al fin y al cabo. Porque un film que abre con el “Angel of the morning”  de Juice Newton, que acompaña a una de las mejores secuencias de créditos  de los últimos tiempos, y cierra con el “Careless Whisper” de Wham!, no puede más que tratar sobre el amor.

Pero sobre todo, "Deadpool" es una historia de amor hacia un personaje que, seamos claros y sinceros, no es que fuera de los más populares de Marvel ni el que tuviera las mejores tramas. Y en ese sentido, su traslación a la gran pantalla no podría haber sido más fiel. Porque si algo le pesa a la película de Tim Miller es que el guión es más básico que el mecanismo de un chupete -en materia de villanos, desarrollo,... todo-, y el contar buena parte de su historia a través de flashbacks que rompen la linealidad de una historia ya de por sí plana. Eso unido a unos medios económicos que cantan demasiado en más de una ocasión.


Pero poco importan estos detalles, pues lo demás es puro amor hacia un anti héroe en cuya traslación al séptimo arte -olvidemos aquella cosa llamada "Lobezno", de la que aprovecha para reírse cuando tiene la ocasión- se ha respetado el espíritu del original creado por Stan Lee. Es deslenguado, descarado, soez, un amante de la violencia que lo mismo hace un chiste siguiendo una fórmula tan básica pero efectiva como la del caca-culo-pedo que parodia otros títulos a su antojo -que nadie se levante tras los créditos, por favor. Es decir, humor de todos los grosores y colores. En definitiva, un cachondo mental cuya transformación en ese guasón que conocemos quizá sea un tanto precipitada y poco justificada -otra vez el guión-, pero que asegurará dos horas de puro entretenimiento y risas. Sin más.


Y también, por qué no, es la catarsis definitiva de un buen actor como Ryan Reynolds, al que sin duda le lastra su mala pata a la hora de elegir proyectos. Con esta película, en cuya promoción y gestación ha puesto todo, y más, de su parte, ya puede por fin quitarse de encima esa etiqueta de lastre para la industria y de intérprete mediocre que muchos se empeñan en colgarle del cuello. Sólo por esa carta de amor cinematográfica que manda al personaje, ya merece la pena verla. Y qué diablos, porque durante sus dos horas mola un huevo.

A favor: que traslada fielmente el espíritu de su protagonista a la gran pantalla
En contra: que precisamente ese espíritu trata de tapar un guión no demasiado brillante en el fondo

Calificación ****
No se la pierda

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