miércoles, 12 de agosto de 2015

LA CRÍTICA. Extinction

¿Y los monstruos?
¿Existen realmente los monstruos? Ésta es la pregunta que, avanzado el metraje, formula la niña a su padre en “Extinction”. “Así es, pero ya no quedan más. Todos murieron a causa del frío”. Ésa es la carta de presentación de la nueva cinta de Miguel Ángel Vivas, un mundo congelado en el que sus personajes creen ser los únicos sobre el planeta, después de que una infección se cobrase millones de vidas. Las bajas temperaturas se encargaron del resto, infectados o no.

La nueva película del director de la magistral “Secuestrados” viene a ser una especie de versión moderna del “Soy leyenda” de Richard Matheson, perro incluido, en la que esa pregunta que lanza la niña cobra otra dimensión a lo largo del metraje. Porque define a la perfección lo que no hay en este film, monstruos. No hay amenaza, no hay tensión. Es justo lo opuesto de lo que fue la anterior propuesta del cineasta, incluso es la antítesis de su cuento de “Los tres cerditos” televisivo.


“Extinction” juega más en la liga del drama que en la del terror, como la reciente “Maggie”. Pero donde ésta podía acertar en ese toque independiente y en una segunda mitad bastante llamativa, el film de Vivas se estanca con una trama de telefilm que no llega nunca a avanzar. Sus personajes no poseen la complejidad suficiente para sostener el drama que plantea, ni el secreto que cargan a sus espaldas es lo bastante infeccioso como para llevarse al espectador a su terreno. El resultado es aburrido y tedioso, y no ayudan torpezas del guión como esos dos protagonistas que no saben si quieren perdonarse u odiarse eternamente, básicamente porque su conflicto no es nada potente, a pesar de que el trabajo de sus actores sea solvente pero nada destacable. Ni que de repente uno de los personajes recuerde un detalle importante que podría haber acabado con la historia mucho antes, y de paso ahorrarnos mucho sufrimiento. Ni unos efectos digitales que echan por tierra el formidable maquillaje del que sí puede presumir.


Sólo durante su última media hora, especialmente cuando quedan veinte minutos de metraje, la película tiene el ritmo del que carecía durante los ochenta minutos previos. Incluso se permite algún momento gamberro y sangriento. Pero en general es un trabajo en el que su realizador se ve obligado a abusar de la banda sonora para poder insuflarle algo de vida al producto. Una banda sonora machacona que trata de potenciar un dramatismo que no tiene y cuyo uso termina por resultar ridículo. Para muestra, la bochornosa escena de la cena. Ignoro si las páginas de la novela de Juan de Dios Garduño incitan tanto al bostezo, pero sí que es evidente que en su traslación cinematográfica se habría agradecido más monstruos y menos drama.


A favor: el maquillaje y los veinte minutos finales
En contra: demasiado drama y muy pocos monstruos

Calificación *
                                                                                        Ni se moleste

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