domingo, 9 de noviembre de 2014

LA CRÍTICA. Interstellar

Más allá del infinito
¿En qué momento dejamos de mirar a las estrellas y nos obsesionamos con el suelo que pisamos? Es la pregunta que se plantea a sí mismo el protagonista de “Interstellar”, cuestionándose en qué momento el ser humano abandonó sus sueños de exploración por una vida preocupándose por el cuidado de la tierra. La película presenta con estas cuestiones un futuro inmediato al nuestro, o también una realidad paralela a la que vivimos, en la que la comida escasea y el polvo lo cubre todo, en la que la ciencia ya no es prioritaria para solventar los grandes problemas de la Humanidad. Una especie que no está condenada a morir en este planeta, aunque lleve millones de años pisándolo. Su única forma de sobrevivir será abandonando no sólo la Tierra, sino a todos los que la habitan, en una misión que puede no tener retorno.

Christopher Nolan concilia la necesidad de la ciencia en un mundo que ha renegado completamente de ella con las emociones humanas. “Interstellar” es su trabajo más emocional hasta la fecha, y uno de los más logrados a nivel cinematográfico. Con ella, el cineasta británico logra tres hitos que no suelen darse la mano al unísono en su filmografía. Por un lado, los personajes más humanos de toda su carrera, matizados por las interpretaciones de Matthew McConaughey y Anne Hathaway, a los que sólo les bastan un par de primeros planos fijos para meterse al público en el bolsillo. Por el otro, y es algo que ya despuntaba en sus dos trabajos anteriores, las escenas de acción mejor resueltas y más tensas de su trayectoria, salpicadas con fotogramas de una belleza universal incalculable. Y por último, consigue calmar al Nolan expositivo, al que deja en boca de sus personajes las complicadas logísticas de sus tramas, aunque en algunos segmentos, como el de la NASA, se le vaya la mano en este asunto. Por suerte, son pocos momentos y están bien insertados en la historia.


Pero a la vez, este viaje más emotivo que interestelar sigue teniendo en la escasa capacidad de síntesis del director –la misma que ralentizaba el comienzo de “El caballero oscuro”, el desenlace de su trilogía del hombre murciélago, o la que alarga sus cintas hasta el hartazgo- y en su manía por complicar una trama en cuya simpleza radica su grandeza su gran piedra contra la que tropezar. Con “Interstellar” asistimos a la que posiblemente sea la propuesta más asequible y lineal a nivel estructural de la carrera de un entusiasta de los saltos temporales, los sueños dentro de otros sueños y los laberintos mentales, un acierto que se ve lastrado en el momento en que el Nolan se saca de la chistera una argucia para dar cohesión completa a la historia, cuando ésta no necesitaba de arquitecturas complejas para mantenerse por sí misma.


Por tanto, esta larga, que no pesada, lucha con rabia contra la agonía de una luz que va difuminándose en lo más hondo del espacio combina lo peor de un ingeniero poco dado a la síntesis y demasiado a lo cerebral con lo mejor de un realizador que prefiere dejar que las emociones humanas hablen por sí solas. Y, afortunadamente, es esta última vertiente la que sale triunfadora, plasmando los detalles humanos más irrisorios como grandes constantes cósmicas, y enseñándonos que, más allá del infinito, el amor es una fuerza tan relevante como la gravedad.


A favor: su viaje más emocional que cerebral; McConaughey y Hathaway
En contra: la escasa capacidad de síntesis del director, y un acto final algo cerebral en una propuesta que funcionaba mejor desde la sencillez

Calificación ****

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