sábado, 27 de septiembre de 2014

LA CRÍTICA. La isla mínima

La obra maestra de Alberto Rodríguez
“El traje”, “7 vírgenes”, “Grupo 7”… a base de acento y calor del sur, de plasmar como pocos la lucha de diferentes generaciones por salir adelante, Alberto Rodríguez ha ido construyendo la que quizá sea la filmografía patria más coherente de los últimos tiempos. Una carrera que tiene en “La isla mínima”  su particular obra maestra, una isla que más que mínima es inmensa, un thriller policiaco sureño sin fisuras, nada maniqueo ni consecuente con el espectador, que como ya hiciera en su anterior trabajo viene a deconstruir una época de la historia de España, la Transición, podrida y sórdida bajo ingentes capas de falso optimismo por romper definitivamente con el pasado.

“La isla mínima” reboza clasicismo y maestría en cada fotograma. No inventa nada nuevo para el género, pero maneja sus mecanismos con presteza y cerebro. Tras la cámara, Rodríguez muestra la madurez de un genio en el uso de la iluminación, la banda sonora, en la dirección de sus actores. Pero es un guión digno de análisis, repleto de sublecturas a esta España nuestra, el que mantiene todo el engranaje en perfecto funcionamiento. Es capaz de manejar hasta tres tramas policiales paralelas manteniendo el interés y suspense en cada una de ellas, entretejiendo una red de mentiras de caminos tan sinuosos como los de esas marismas del Guadalquivir presentadas en plano cenital.


Consigue además dos objetivos importantes. En primera instancia, soluciona uno de los grandes escollos de su anterior película, perfilar hasta el más mínimo detalle unos personajes inolvidables, a los que da vida un reparto ejemplar en el que Raúl Arévalo vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores jóvenes de nuestro país, en el que Javier Gutiérrez compone el mejor rol de toda la película y de toda su extensa trayectoria ante las cámaras, y en el que Nerea Barros nos regala algunas de las miradas más grandilocuentes del cine reciente. Y en segundo lugar, su desarrollo y resolución, tanto de la trama principal como del destino de sus protagonistas, trata con respeto a un espectador al que se le dan varios cabos sueltos que atar. Sin darlo todo masticado, apelando a la inteligencia del público.


Rodríguez convierte los parajes andaluces en su propio Luisiana –y que haya quien aún la compare con “True Detective”-, y sitúa en ellos a las dos Españas, la de los que miran al futuro –los jóvenes que desean abandonar el pueblo, el poli demócrata que apuesta por el cambio- y la de los que no pueden evitar echar la vista atrás –esa clase acomodada que vive por encima de la ley-, y más que lograr enmarcarse en el grupo de las grandes cintas policíacas patrias, consigue dibujar un retrato tan certero de esa España negra y profunda que no es más que el reflejo de los males del país como el que trazaran maestros como Pilar Miró en “El crimen de Cuenca” o más recientemente Carlos Saura en la imprescindible “El séptimo día”. Porque lo más descorazonador es saber que, aunque la historia se ambiente treinta años atrás, seguimos viviendo inmersos en el mismo fango.



A favor: la sensación que deja de que estamos ante el gran thriller español de los últimos años
En contra: que haya alguno que se empeñe en compararla con True Detective

Calificación ****1/2

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