lunes, 21 de julio de 2014

LA CRÍTICA: El amanecer del planeta de los simios

El nacimiento de una nación
Es fascinante cómo la saga de “El planeta de los simios” sirve como radiografía del ascenso y ocaso histórico de toda civilización en pleno estado evolutivo. Sociedades regidas por líderes carismáticos que o bien promueven el entendimiento y la paz entre semejantes y entre especies, o bien se encuentran movidos por la ira y el miedo al foráneo. Unos llevan a la evolución; otros, a la extinción.

Pero es la primera vez en toda la franquicia, continuando con el formidable camino iniciado en “El oriden del planeta de los simios”, que el discurso se pronuncia más desde el punto de vista simio y su concepto de comunidad, que del mero conflicto humano-simio. Ya en “La conquista del planeta de los simios”, con la que la que nos ocupa mantiene ciertos paralelismos, se apuntaba que no había mucha diferencia entre una especie y su oponente. Aquí, es el mismísimo César quien advierte que humanos y simios no se encuentran muy alejados los unos de los otros. La barbarie y la guerra no son solamente comunes a los primeros, sino a toda especie sobre la que comienza a alumbrar la evolución.

Así, “El amanecer del planeta de los simios” se convierte en una especie de “El nacimiento de una nación”, pero en clave darwinista. Una suerte de espectáculo no exento de pirotecnia visual –supera el mayor escollo de su predecesora, unos efectos especiales poco verosímiles; en otras palabras, aquí la artificiosidad de los simios no canta ni siquiera en el plano detalle-, inteligente y comedido, tremendamente cerebral y pausado que no obstante se pasa en un suspiro. Es tan intimista como la anterior, pero desde un punto de vista cinematográfico más gigantesco.


Todo gracias en buena parte a un gran artesano como Matt Reeves, capaz de hacer evolucionar todo trabajo de encargo y ofrecer un producto de calidad, no con una impronta personal definida, pero tremendamente inteligente en su ejecución de la acción –la escena del tanque, ese comienzo de reminiscencias kubrickianas- y las escenas de personajes. Y eso que no parte de un argumento demasiado complejo, y de que el guión acusa cierta previsibilidad –el forzado final palomitero, la enfermedad de la mujer de César, la falta de un instante que realmente impacte al espectador como en entregas anteriores-, además de que su condición de hype hinchado por culpa de una campaña que la ha vendido como el must see de prestigio del año puede jugarle una mala pasada, pero Reeves es capaz de convertir estos defectos en virtudes, y de demostrar que es posible hacer un blockbuster sesudo.


Y, cómo no, si algo hace grande a este film es Andy Serkis, que consigue dar un paso más allá en su encarnación de César y matizar digitalmente su interpretación. Que un personaje generado por ordenador sea capaz de expresar de manera tan contundente es tan acojonante que merece un Oscar. Tan bien definido están él y el resto de sus compañeros simios, con mención especial también para Koba, que los humanos palidecen a su lado. Incluso Gary Oldman está de paso a pesar de que hay un intento por vislumbrar su doloroso pasado. Están de más, porque lo que llega al corazón es la historia de estos simios tan humanos a los que sólo les ha faltado decir “¡Ave, César!”.

A favor: que centre su discurso y el espectáculo inteligente en la comunidad simia, en un fantástico Andy Serkis y sus semejantes
En contra: el peligroso hype que se ha generado en torno a ella, y unos humanos no demasiado definidos

Calificación ****

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