lunes, 7 de abril de 2014

LA CRÍTICA: Noé

El fallido blockbuster antediluviano
Un genio matemático que encuentra un orden divino dentro del caos, una bailarina que se convierte en mártir de su propia obsesión por la perfección, la búsqueda de un árbol de la vida legendario capaz de otorgar la inmortalidad… o sencillamente los momentos de epifanía que un buen chute lisérgico es capaz de proporcionar. No hay duda. La religión ha estado presente en toda la carrera cinematográfica de Darren Aronofsky, hasta el punto que sus propuestas han convertido al cineasta en un sacrificado de sus propias pulsiones. Para algunos, un profeta a seguir. Para otros, un director al que crucificar.

Podríamos decir a priori que “Noé” es la película más abierta y directamente religiosa de Aronofsky. Pero sólo por su título y su trama, pues su visión del mítico pasaje bíblico, si no fuera por sus personajes e historia, bien podría pasar por una epopeya post apocalíptica y pro vegana en la que el hombre merece ser ajusticiado por sus pecados por un Creador de cuya denominación divina huye Aronofsky en un sabio juego con las palabras. O bien podríamos estar ante una aventura de fantasía épica que transcurre en un universo ficticio, en el que unos gigantescos ángeles de piedra ayudan al protagonista en su empresa. Y es precisamente aquí donde reside su primer punto débil, en la imposibilidad de desligarse del mito y dejarse llevar por una supuesta fantasía antediluviana, sin preguntarnos si estamos ante una tomadura de pelo o ante una genialidad más de su máximo responsable.


Lo que sí queda claro es que estamos ante el film más comercial de su director, pero por causas ajenas a sí mismo, y aquí estriba su segundo gran defecto. Paramount la ha vendido como el blockbuster que no es, cuando realmente en una pieza autoral con un abultado presupuesto. Un fallido intento de cine comercial que resulta tan soso como, por ejemplo, el “Robin Hood” de Ridley Scott, y que pretende ser tanto que finalmente se queda en muy poco. Una cinta ambiciosa que mete la pata a la hora de intentar aunar comercialidad y cine de autor, incapaz de estirar casi dos horas y media un pasaje que apenas daría para los noventa minutos de metraje.


Sin embargo, no todo es negativo en ella. Russell Crowe está inmenso, tiene su presencia característica en pantalla como para sostener el personaje protagonista. El toque Aronofsky, así como su temática de sacrificio y obsesión, está presente a cuentagotas, y cuando aparece, como en su forma de narrar el Génesis en imágenes, se agradece. La fotografía, los medios técnicos, los efectos, la banda sonora… El presupuesto se nota para bien. Pero sobre todo, una doble moraleja a aplaudir: que el perdón familiar es más importante que el divino, y que de Tolkien a las sagradas escrituras hay solamente un paso.

A favor: los toques fugaces de autoría, los medios, la doble moraleja final y Russell Crowe, cómo no
En contra: su fallido intento de aunar comercialidad y cine de autor

Calificación **

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