miércoles, 16 de abril de 2014

LA CRÍTICA: Enemy

Las patas de la araña
José Saramago ideó una serie de libros imaginarios de los cuales extraer los epígrafes que acompañarían a muchas de sus novelas. Uno de ellos, “Libro de los contrarios”, daría pie a la cita con la que Saramago abre su novela “El hombre duplicado”. El escritor portugués creaba así un sosías literario que funcionaba como doble de sí mismo, como el protagonista de esa historia que descubre que tiene un doble idéntico en su misma ciudad. “El caos es un orden por descifrar”, le espetaba la amante al personaje principal durante el primer tercio del libro, para que armase un rompecabezas en forma de listado de nombres que le permita dar con su otro yo.

Una cita que Denis Villeneuve ha escogido precisamente para abrir su particular visión de la novela de Saramago, y que supone toda una declaración de intenciones. “Enemy” es un puzle inquietante, onírico, provocador y espeluznante, que recorre el thriller psicológico, el terror y la ciencia-ficción envuelto en una atmósfera enrarecida, incómoda y amenazante, compuesto de piezas aparentemente inconexas en su primer visionado, a la espera de que cada espectador arme su propio orden dentro del caos.


Villeneuve transforma la prosa de Saramago, experto en convertir en real una historia a priori imposible, en un thriller paranoico todavía más retorcido que la obra del propio autor, demostrando que ha entendido a la perfección su universo creativo traduciéndolo en imágenes perturbadoras. Una historia muy del gusto del cineasta canadiense, que ha entendido la novela como un cruce entre Cronenberg -la nueva carne del director, también canadiense, está muy presente-, Lynch -incluyendo la presencia de Isabella Rossellini-, Buñuel, Hitchcock -las mujeres rubias, la presencia de la madre-, Polanski -su juego de dobles espejos que se confunden- y “La metamorfosis” kafkiana, y que encaja como anillo al dedo en el discurso cinematográfico que emprendiera ya en sus cortometrajes, con sus miedos al afloramiento del yo personal y la irrupción de un igual en la alienante sociedad del yo.


O una genialidad o una tomadura de pelo. No hay término medio. O te fascina o la aborreces. “Enemy” es un desafío para el espectador, una película abierta a un sinfín de interpretaciones. Bien podría tratar de la crisis de identidad de un hombre en plena madurez, o del poder castrante de la madre hitchcockiana, o una lucha contra una realidad tan triste y repetitiva como la propia historia de la Humanidad. Lo importante no es entenderla, sino dejarse llevar por esa fotografía tan fría y opresiva como la Toronto cuyos altos edificios desconocen lo que ocurre bajo sus pilares, por esa hipnótica y agobiante banda sonora, por esa soberbia y repleta de matices doble interpretación de Jake Gyllenhaal, que parece haber encontrado en el director al Scorsese de DiCaprio, con ese juego de incertidumbre e imagen del que lleva haciendo gala desde los comienzos de su filmografía.


Una obra personal y libre, la primera que rueda con grandes estrellas –la excelente “Prisoners” se rodó realmente después-, que demuestra que la trayectoria fílmica de Villeneuve está en expansión como una gigantesca tela de araña, y que el director bien podría ser el hombre duplicado buscándose a sí mismo en cada nuevo trabajo.  Y con un noquedor final, uno de los más escalofriantes y frustrantes que se han visto en años, que consigue traducir en imágenes la perplejidad que produce el desenlace de la novela de Saramago, y el broche de oro a una propuesta a revisionar. No le busquen las tres patas al gato. Tiene ocho.

A favor: todo, especialmente cómo Villeneuve traduce a Saramago en imágenes hipnóticas y desasosegantes, y en un final tan arriesgado y noqueante como escalofriante; Jake Gyllenhaal, soberbio

En contra: tratar de entenderla en lugar de dejarse llevar por ella

Calificación ***** 

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