viernes, 30 de agosto de 2013

LA CRÍTICA: Mud

El hombre de la cruz en el tacón
En lo alto de un árbol, en el interior de una isla desértica bañada por las aguas del Mississippi, hay un barco, arrastrado allí quizá por la fuerza de alguna tormenta. Los jóvenes Ellis y Neckbone quieren hacerse con él, pero el bote ya tiene un morador, un hombre con clavos en forma de cruz en el tacón de su bota para ahuyentar a los malos espíritus, con el enorme tatuaje de la serpiente gracias a la cual conoció a su gran amor, y con una blusa que supone mejor protección que cualquier bala.

Existe en la filmografía de Jeff Nichols una capacidad innata para capturar la magia que rodea la realidad, para contar historias grandilocuentes bajo un ambiente de aparente sencillez y normalidad. Si en “Take Shelter”, su segundo y estupendo trabajo, contaba con la sencillez de un drama rural la paranoia y aislamiento de un hombre normal y corriente ante un inminente apocalipsis, en “Mud” relata el aislamiento de un enigmático personaje con el realismo mágico que da la ingenuidad adolescente, esa que empieza a descubrir el amor.

El resultado es un film mucho más coral que su antecesora y que trata el paso a la madurez forzada de un niño que experimentará el amor y el desamor en cuestión de días. En Mud, un críptico personaje cuya personalidad y pasado son sabiamente dosificados por Nichols, y especialmente en la espera a la llegada del amor de su vida, Ellis ve un reflejo de ese amor que desearía conquistar, el que precisamente no abunda en una casa en la que sus padres están al borde del divorcio, y el que cree haber encontrado en una chica un par de años mayor que él. En mayor o menor medida, los personajes principales de “Mud” vivirán el desengaño amoroso de sus vidas, haciendo oídos sordos a los consejeros –el vecino de enfrente, el tío del mejor amigo- que por el camino les advierten de la fugacidad del sentimiento que están viviendo.


Con “Mud”, Nichols se postula como un gran contador de relatos fabulosos ambientados en entornos ya explotados por el cine, pero a los que el cineasta confiere una realidad mágica cinematográfica que abarca el guión, la realización, la fotografía y la música. Una grandilocuente trama de amor y desengaño que tiene también en su reparto una de sus mayores bazas, comenzando por un excepcional Matthew McConaughey, el actor que mejor ha encauzado su carrera en los últimos años. Le acompañan secundarios convincentes –el niño Tye Sheridan, sin duda, el mejor- incluso cuando sus papeles son minúsculos –el ya actor fetiche del realizador, Michael Shannon-. Todos ayudan a componer una cinta de agradable visionado por la ingenuidad con que está contada, y que tiene en su abultado metraje, y en un desenlace demasiado complaciente con el espectador y su estrella protagonista,  sus puntos más débiles. Cosas de contar con un mayor presupuesto, imagino.


A favor: Matthew McConaughey, y la ingenuidad adolescente con que está contada
En contra: un metraje demasiado abultado y repleto de altibajos, y el complaciente desenlace

Calificación: ***1/2

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