lunes, 7 de enero de 2013

LA CRÍTICA: Amor

La enfermedad ajena
El cine de Haneke no es para todos los públicos. Su universo, en el que saca a relucir lo más mezquino del ser humano, es de difícil digestión. Busca incomodar al espectador, hacerle sufrir, darle una sonora bofetada y dejarle la sensación de estar viendo una buena pero dura película, de complicado visionado. “Amor” es la aparente ruptura con esta tendencia, si se me permite la palabra, psicótica, pero si escarbamos en su superficie nos daremos cuenta de que el sello del cineasta austriaco destila en cada fotograma.

En ella asistimos a una historia de lo más normal, contada con sencillez y honestidad. La historia de una pareja de ancianos cuya vida se adivina feliz y pletórica con el paso de los minutos, pero que deberá luchar con el deterioro físico, psicológico y mental de la mujer. Haneke cuenta su historia desde la cotidianeidad tanto del que afronta la enfermedad ajena como de quien la sufre. Y lo hace con su habitual sobriedad escénica, casi teatral, con la interiorista fotografía de Darius Khondji, con las acertadas composiciones de Bach, Schubert y Beethoven acompañando el día a día de la otrora pareja de músicos.


Pero aquí, el director no necesita recurrir a la violencia, carnal o no, de anteriores trabajos. Lo violento e incómodo de estos se encuentra aquí en la situación que se describe, en esa cámara fija y distante que obliga a la platea a ser testigo contra su voluntad de la decadencia de Anne y Georges. La contundencia visual de “Funny Games” o “La pianista” da paso aquí a la sutileza, al ritmo pausado , a la disertación sobre la vejez, el amor y la vida misma, mucho más que sobre la muerte. En su tema central se parece a la fantástica “Arrugas”, pero su tratamiento es totalmente opuesto. Y, pese a su sutileza, lo que se nos muestra sigue siendo crudo, incómodo, siendo en este punto donde intuimos al Haneke de siempre.


Por supuesto, nada de esto sería posible sin su pareja protagonista, entregada en cuerpo y alma a transmitir la naturalidad que sus personas, que no personajes, requieren para traspasar la pantalla. Ella, Emmanuelle Riva, tiene el difícil reto de transmitir con pocos gestos, con la mirada, y se desnuda física y moralmente en cada plano. Él, Jean-Louis Trintignant, quizá el más infravalorado por la crítica, es quien en mi opinión lleva la mayor parte del peso del relato, transmitiendo a la perfección la impotencia y la desesperación que producen en uno el mal ajeno.


No es “Amor” una película fácil, y aquí volvemos a encontrarnos con el Haneke de antaño. Pero es, como el “A Straight Story” de Lynch, la menos personal de su filmografía, su película menos “Haneke”. Yo he echado de menos al amargo director de siempre, al que te sacude sin miramientos durante todo el metraje. Sé que estoy ante una buena película, pero no acaba de llegarme su discurso. Tiene una gelidez y una esencia tan arisca que me obliga a desconectar, y pese a ello admiro su trabajo. Genera en mí sentimientos contradictorios imposibles de expresar en palabras. Ha podido conmigo, pero no puedo mostrarme indiferente. Es posible que Haneke haya vuelto a conseguir lo que quería. Pero está lejos de ser la obra maestra que muchos dicen haber visto.

A favor: su pareja protagonista, la sobria dirección de Haneke, que consigue hacer sufrir con su sutileza
En contra: su extrema gelidez general, y que no estemos ante el Haneke más personal

Calificación: ***

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