jueves, 9 de febrero de 2012

LA CRÍTICA: War Horse

El caballo de la esperanza
Decía el filósofo y escritor español, y padre del Noucentisme catalán, Eugenio d’Ors, que “Cualquier guerra entre europeos es una guerra civil”. Yo iría incluso más allá. Cualquier guerra entre humanos en sí misma es una guerra civil, si tenemos en cuenta que todos podemos ser considerados hermanos.

En una de las escenas más sinceras, y emotivas, de “War Horse”, Spielberg parece querer evocar las palabras del ensayista español. Dos soldados, uno alemán y otro inglés, unidos en tierra de nadie para ayudar a salir a un caballo de los alambres que le impiden seguir su camino. Un caballo que, despojado de su hogar y su amo, vagará entre ambos frentes siendo testigo de cómo los hombres matan a otros hombres, convirtiéndose su obstinación y empeño por volver a casa –uno de los temas recurrentes del cine spielbergiano, el regreso a casa, a los brazos del padre perdido- en todo un símbolo de esa esperanza que, como bien apuntaba Tito Livio, no se correspondía con los acontecimientos en tiempos de guerra.

Los mejores momentos de este caballo de guerra son, precisamente, los que muestran la deshumanización de la raza a través de una mirada equina extraordinariamente humana. Los actos bélicos en la película resultan atroces cuando se comparan con los idílicos pasajes que impregnan la narración, que van desde el adiestramiento del animal, su relación con la niña francesa o esos dos hermanos alemanes que recibirán un castigo injusto, dignificado gracias a las aspas de un molino.


Spielberg, hasta ahora, había sabido encontrar el equilibrio entre el cine bienintencionado de “E.T.” y el cine bélico, dando obras tan contundentes como “Salvar al soldado Ryan”, “La lista de Schindler” o la imperecedera “El imperio del sol”, que no ocultan en ningún momento el sello familiar de su director. Pero con “War Horse”, pese al tan logrado contraste entre la crudeza y las buenas intenciones, el resultado se encuentra ciertamente descompensado, y la carga de azúcar se eleva adquiriendo tintes tristemente disneyianos –no es casualidad, Disney está detrás de la propuesta-.


Por supuesto, técnicamente no hay nada que reprocharle. Buenas actuaciones, una fotografía magistral de Janusz Kaminski que da planos realmente bellos –el reencuentro final, rememorando “Lo que el viento se llevó”, es sublime-, una banda sonora de John Williams que va desde lo innecesariamente cómico –ese ganso del tramo inicial- hasta lo elocuentemente emocional, y, cómo no, el buen hacer tras la cámara de todo un maestro a la hora de contar historias, que tras su periplo digital con Tintín ha optado por cambiar a un registro más clásico. Pero la época de ese extraterrestre simpaticón pasó hace tiempo. Para transmitir amor a los animales y valores humanos no era necesario ser tan ingenuo. 

A favor: el contraste entre buenas intenciones y crudeza bélica
En contra: su ingenuidad y exceso de buenas intenciones

Valoración: **1/2

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