sábado, 8 de enero de 2011

LA CRÍTICA

Cisne Negro *****
(Black Swan)

Juego de espejos

A caballo entre el cine de autor y el que vuelve locos a los académicos, Darren Aronofsky tuvo que luchar después de la pretenciosa y fallida “The Fountain” contra el fantasma de su propio ego. El realizador no supo asumir su propia condición de referente cinematográfico y cineasta de culto otorgada en mi opinión demasiado pronto por el público tras “Réquiem por un sueño”. Sin perder su incesante juego de dobles espejos ni su alucinógena y tenebrosa manera de contar historias, Aronofsky supo reciclarse a sí mismo gracias a la loable “El luchador”, para relatarnos nuevamente una trama de luchas, la que mantiene el protagonista, en el ocaso de su carrera, contra sus propios vicios y su fracaso personal.


No era la primera vez que Aronofsky nos hablaba de la lucha. Ya nos había contado la lucha contra la muerte, contra las drogas, por los sueños y la fe, y ahora en “Cisne Negro” nos relata la lucha contra nosotros mismos, contra ese cisne oscuro del otro lado del espejo que lucha por salir y hacerse amo y señor de la función, y en definitiva la lucha por la perfección y la obsesión que ello conlleva. Y lo hace a través de la figura de esa bailarina llamada Nina que ha logrado el papel protagonista de “El lago de los cisnes”, donde tendrá que encarnar la fragilidad del cisne blanco y el poder de seducción y oscuridad de su malvado gemelo. Una interpretación que la llevará al extremo, a bordear los límites de la paranoia, acrecentado por la aparición de otra compañera que intentará arrebatarle el protagonismo, por las exigencias del director y la presencia de una madre, bailarina frustrada, posesiva y obsesionada con preservar la pureza y candidez de su hija.


Y poco más conviene desvelar de la sinopsis de “Cisne Negro”. Una historia simple en apariencia pero a la que su director ha sabido dotar de profundidad y complejidad, de multitud de capas como dos espejos enfrentados entre sí y que no para de sorprender conforme avanza. Aronofsky juega con la realidad y la ficción, con zambullir al espectador en una ópera caótica y confusa en la que no sepa nunca qué es real y qué no lo es, ayudado por una fotografía y una música sublimes y un montaje y realización sobresalientes, que hacen que el film vaya del drama al thriller, pasando por el terror, el erotismo e incluso la metamorfosis propia de una obra de David Cronenberg.


Absorbente, magistral, intensa, paranoica y sumamente difícil de digerir es este último trabajo sobre la obsesión y la doble cara que todos llevamos dentro, que se apoya en un reparto sencillamente perfecto, en un campo como es la dirección de actores en el que Aronofsky ha demostrado ser un maestro. A su sublime labor tras la cámara ayudan secundarios como Barbara Hershey, bordando su papel de madre de la protagonista, Vincent Cassel y Mila Kunis. Incluso el cameo de Winona Ryder es bienvenido y encomiable. Pero si a alguien mima su cámara en cada gesto, en cada paso, es a la soberbia Natalie Portman. Ya sabíamos que era una gran actriz, pero su interpretación en “Cisne Negro” es de las que marca al público. Y para los que lo pongan en duda durante su visionado que esperen al acto final, donde da rienda suelta a todos los registros posibles y nos ofrece qué hay al otro lado de su personalidad, y donde su director funde realidad y ficción hasta el paroxismo. Ahora sí que podemos hablar de un autor de culto. Como dice Nina al finalizar el metraje, PERFECTO.

A favor: una soberbia Natalie Portman, la dirección de Aronofsky y el acto final
En contra: que haya quien aún piense que es una película sobre el mundo del ballet y lo que esconde

2 comentarios:

  1. Habrá que verla. Nat es una actriz genial.

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  2. No soy mucho de recomendar, pero la película fascina en cada segundo. Y lo de Natalie sería redundante volver a decirlo, pero con esta película ha logrado su mejor interpretación, que teniendo en cuenta su carrera ya es decir bastante.

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