domingo, 16 de agosto de 2009

LA CRÍTICA

Enemigos públicos ****
(Public Enemies)

22 de Julio de 1934. Momentos antes de morir acribillado a balazos ante el Biograph Theater, John Dillinger se encontraba asistiendo a la proyección de un estreno, “El enemigo público número uno”, W.S. Van Dyke. Dillinger vio en la pantalla un reflejo de su propia vida en el personaje encarnado por Clark Gable, un álter-ego que demostraba hasta qué punto Hollywood se benefició del Robin Hood de la época, un ladrón reconvertido a héroe y que, paradójicamente, convertía en un gran show, en una gran película americana, cada uno de sus robos y sus intentos de fuga, a la vez que la industria cinematográfica aprendía de sus métodos.

Cinéfilo irredento pero a la vez deudor de su propia estética videoclipera heredera de la era digital, Michael Mann recurre a este sutil juego de espejos que representa uno más de los muchos momentos cumbre que encadena “Enemigos públicos” y que demuestra las inquietudes artísticas de un cineasta llamado desde hace años a ser un autor de culto, capaz de gestar muy buenas películas o en algunos casos obras maestras.

Lo que primeramente puede chocar de la cinta es su arriesgado planteamiento formal. Mann vuelve a rodar en digital, cámara en mano, filmando a sus personajes en primerísimo primer plano, desde los ojos a la nuca, psicoanalizándolos con la nitidez que solo una cámara de alta definición puede proporcionar, y siempre imprimiendo a sus películas un ritmo de película de acción, se trate del género del que se trate.

A lo que asistimos con este novedoso enfoque de la historia es a otro juego de espejos, al choque de dos caras equivalentes de la misma moneda: el Mann actualizado, ese director de sabia y portentosa mano digital, frente al Mann cinéfilo, el que consigue mirar hacia atrás al cine en el tiempo sin perder su particular estilo. Un ejercicio de anacronismo que puede resultar poco conveniente para la historia que se trata, pero que en el resultado final resulta de lo más acertado. El realizador logra ensamblar perfectamente ambos puntos de vista, convirtiendo al filme en un digno heredero del cine negro y el western de los años 30, del thriller de Raoul Walsh o George Cukor, a la vez que le permite no abandonar su enorme poderío narrativo, algo que vemos también en la formidable banda sonora de Elliot Goldenthal, mezcla de estilos de la época con los actuales.

Largamente acariciado por su director, este proyecto parece también haber nacido para ser interpretado por Johnny Depp. El actor deja de lado sus sobreactuaciones habituales y se muestra cómodo en su encarnación de Dillinger, una interpretación de Oscar que va desde la crudeza del atracador metódico y despiadado con los que se interponen en su camino hasta el mujeriego, el héroe de media sonrisa socarrona. En el otro extremo está su némesis, un sosías con las inconfundibles maneras de un muy acertado Christian Bale, encarnando a un Melvin Purvis que quizás no esté tan bien dibujado como Dillinger, pero al cual la cámara de Mann trata como un igual. Dos personajes inmersos en una persecución sin cuartel que puede rememorar a la misma “Heat” del director, pero sin la correspondiente disección equitativa de ambos bandos, pues se podría haber sacado más partido al personaje de Purvis.
Se dejan en el tintero muchos detalles que podrían haber dado mucho juego, como la relación Dillinger/Purvis, la importancia del primero para la moral de una sociedad que aún siente los devastadores efectos del crack del 29 o su talante de showman. Lo que a Mann le importa son los hechos, la personalidad del enemigo público número 1 del país, su relación con Billie –brillante Marion Cotillard- y hasta la ridiculez de ese cuerpo de policía al que tantas veces toreó, llegando incluso a pasearse por los despachos del aún virgen gabinete de J. Edgar Hoover y preguntar a sus hombres por el resultado de un partido sin levantar ni una sospecha en una de las secuencias más surrealistas de toda la película. Todo ello con un ritmo vertiginoso propio del cine de acción, digitalizado hasta la médula pero con un reconocible aroma a cine negro y western, en una de las mejores películas de la carrera del cineasta. Y ya van muchas.

A favor: lo bien que encaja el estilo de Mann con la historia que trata
En contra: el poco dibujado personaje de Bale y algunos pasajes de la historia real

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