De repente, el último verano *****
(Suddenly, Last Summer)
Derribando los muros de la mente
“Todos amábamos a Sebastian, doctor: Mujeres, hombres, niños, animal, mineral o vegetal… Sebastian era una vocación, no un hombre”, dice Catherine en la película y fue justamente esa adhesión ciega al hombre lo que los perdió a todos (Vidal & Williams, 1959).
Hace poco se apagó una estrella del cine, pero que ha subido al firmamento con más fuerza, como una leyenda. Sus ojos azul violeta brillaron en Technicolor y en blanco y negro, así que la película del mes debía ir dedicada a una de mis películas favoritas de su filmografía. Descubrí “De repente, el último verano” –traducción española de “Suddenly, last summer”, todo un error, pues el título original hacía alusión a la manera de introducir los recuerdos de su protagonista, y no a la repentina llegada del verano- una noche en La 2 en el ya desaparecido programa de José Luis Garci “¡Qué grande es el cine!”, cuyos fragmentos incluyo al final del reportaje y cuya información se encuentra resumida en el mismo. La película me produjo un impacto tremendo por su temática, a pesar de verla de pequeño, y fue ahí donde descubrí los ojos de la Taylor, una actriz capaz de enamorar con un solo plano.
Desde sus créditos iniciales, “De repente el último verano” ya impone. Y no es para menos, pues tras la cámara está uno de los grandes maestros del Hollywood clásico, Joseph Leo Mankiewicz, ante ella tenemos un trío de estrellas formado por Elizabeth Taylor, Montgomery Clift y Katharine Hepburn, al guión se encuentran Tennessee Williams y Gore Vidal y la producción corre a cargo de Sam Spiegel. Pero además, al fondo de la imagen vemos un evocador muro, simbolizando esa pared de ladrillo que supone la mente humana, y que el doctor Cukrowicz (Clift) deberá derribar haciendo más uso del psicoanálisis que de la neurocirugía, que es su verdadera especialidad. El muro pertenece al asilo estatal para enfermos mentales Lions View, y el año es 1937. Esos años suponían los primeros de las pruebas de lobotomía en seres humanos, una técnica quirúrgica radical que pretendía solucionar los problemas de muchos pacientes por orden expresa de sus familias. Y éste es el campo en el que el doctor Crukowicz es un experto.
La película se divide en varios actos, y su composición es puramente teatral. Vemos el encargo del doctor por parte de Violet Venable (Hepburn) de lobotomizar a su sobrina Catherine (Taylor), sin razón aparente. Pero a medida que el médico analice a su paciente irá poniendo en entredicho la necesidad de realizar la intervención, y se convencerá de que la joven, que tiene tendencias alucinatorias y algo lascivas que molestan a su tía, sufrió algún trauma el pasado verano que la ha llevado a ese estado.
Pura provocación implícita
Pero si algo resalta de “De repente, el último verano” es su poder de provocación. Estamos posiblemente ante una de las muestras de que el cine puede ser tremendamente provocador, más allá del transparente bikini de Elizabeth Taylor. Por su metraje desfilan los temas más controvertidos, todos girando alrededor de un personaje presente pero a la vez ausente, al que no vemos nunca la cara, solamente su silueta. Sus autores crearon con el personaje de Sebastian su propia Rebecca, una persona que engullía a los de su alrededor, un muro contra el que se estrellaron y que se extiende más allá de su propia muerte, llegando a marcar el futuro de sus dos presencias femeninas más cercanas, su madre Violet y su prima Catherine, a las que además utilizó a su conveniencia.
Es además el personaje que engloba los temas más polémicos que transita el filme, siempre desde la visión que su prima da de él. El personaje de Violet sentía una especie de atracción edípica por su hijo. Era capaz de ver en él solamente lo mejor desde su condición de madre devota y clasista, un rasgo que transmitió a su hijo, que suplía sus impulsos sexuales con dinero, acudiendo a pueblos donde sus habitantes morían literalmente de hambre y a los que Sebastian manejaba a su antojo en busca de chicos jóvenes, considerándolos inferiores y objetos sexuales. Sebastian supo ver la cara cruel de la vida, esa que los de su clase solo presencian desde lo alto, y su egoísmo y sus deseos le llevaron a sacar provecho de esa miseria humana. Usó para ello primero a su madre, beneficiándose de su belleza para atraerlos, y posteriormente, cuando esta hubo envejecido, a su prima, a la que era capaz de humillar en público con tal de conseguir ese poco de atención por parte los chicos que se agolpaban en la valla que separaba la playa privada de la pública. Este rechazo hacia su madre es el detonante de la rivalidad entre esta y su sobrina, y lo que la lleva a solicitar la inminente lobotomía, con la cual además silenciaría una verdad de cuya existencia saben ambas, pero que su ceguera no dejará que aflore.
Y en su espléndido acto final, con el rostro de Taylor sobreimpresionado a un flashback muy blanco –simbolizando la claridad con que recuerda lo ocurrido- del trágico destino de Sebastian, llega el momento más atroz de toda la película. Rodado con un toque surrealista que lo hace absurdo e inverosímil, pero a la vez estremecedor en su planificación y presentación, vemos cómo Sebastian paga su soberbia siendo devorado por los lugareños, que le persiguen colina arriba hasta una especie de templo en ruinas para hacer su último sacrificio bajo el blanquecino, y abrasador, sol del verano, y que da sentido a muchas de las alucinaciones de Catherine. Esta secuencia se rodó en España, en la Costa Brava, aunque nunca se diga en qué país transcurre. Solamente tenemos pistas por los carteles en español que se ven por las calles, por el hecho de que Violet diga en la versión original que no tenía ni idea de español y por el nombre de la localidad, Cabeza de Lobo –tanto en la versión original como en la doblada-. Una visión primitiva y salvaje del país que añade una gota más de provocación al conjunto.
Canibalismo, turismo sexual, pedofilia, prostitución masculina, homosexualidad, relación incestuosa no consumada,… Lo llamativo es que todos estos polémicos temas, con los cuales la película puede llegar a ofender a algunos colectivos por su tratamiento de los mismos, solamente se sugieren en pantalla, nunca se muestran explícitamente ni se mencionan. Cuando se define a Sebastian, Catherine hace alusión al hecho de que atraía a mujeres, hombres y niños, y sobre la marcha completa la frase diciendo que atraía a animales, vegetales, minerales… sustituyendo la atracción sexual por simple devoción. Nunca se muestra cómo los chavales devoran a Sebastian, ni una relación entre dos personas del mismo sexo. Pero todo está ahí, latente, aunque no explícito.
Es mejor sugerir que mostrar, y eso lo sabían perfectamente Williams y Vidal al guión y Mankiewicz a la dirección. Este último compone sus famosos planos largos de manera que sean compatibles con lo que sus actores cuenten, y en los momentos más escabrosos del relato no muestra más de lo estrictamente necesario. Acompaña algunas secuencias con imágenes subliminales fugaces, como salidas de la perturbada mente de un enfermo, tales como la figura de la calavera con alas durante la persecución a Sebastian, y la metáfora que suponen las aves devoradoras de carne. Una magistral labor la suya la de adaptar un texto tan complejo y tan teatral, ayudado por una fotografía en blanco y negro sublime, de esas que ya, con el paso al color, apenas se estila. Su cámara disecciona a sus personajes, los analiza, haciendo uno del primer plano como herramienta.
La vocación teatral del film no es casualidad, y tampoco lo son sus afilados diálogos. Tennessee Williams y Gore Vidal adaptaban con esta película una obra del primero, tras el éxito de otras traslaciones al cine como “Un tranvía llamado deseo” o “La gata sobre el tejado de zinc”, que contaba también con Elizabeth Taylor. Y hay que decir que el guión es perfecto. Sus diálogos son más que teatrales, son casi novelescos. Y tampoco es casualidad que Williams tratara temas tan espinosos en esta obra, quizá la más complicada de digerir por el público. En “De repente, el último verano”, incluso más que en otros trabajos, se recogen retazos de su vida y elementos comunes al resto de sus obras. Su capacidad para hurgar en las miserias de las clases más acomodadas se cruzaba con un pasaje de su biografía que marcaría esta película y su referente teatral.
Reconocido homosexual y muy ligado a su hermana Rose, ésta se pasó parte de su vida adulta en hospitales mentales, y fue lobotomizada por orden de su familia en un intento de tratarla. La operación salió mal y Rose quedó incapacitada el resto de su vida, algo que Williams nunca perdonó a sus padres, y una de las razones que le llevaron a su posterior alcoholismo. Y a pesar de su condición sexual, el tratamiento que se hace de la homosexualidad en el film y en la obra puede llegar a resultar ofensivo, pero encaja perfectamente con la visión que se tenía en aquella época del tema, asociándolo con otros como la promiscuidad y la pedofilia. Quizá el objetivo del autor fuera plasmar la errónea mentalidad dl momento, y a la vez buscaba realizar una sonora crítica hacia los errores de la psicocirugía y el psicoanálisis en general, que en la época de estreno de la película, 1959, trataban de paliar enfermedades mentales con arriesgadas operaciones cerebrales e inútiles cócteles de fármacos, a los que muchos, incluidas algunas estrellas como Marilyn Monroe, acababan siendo adictos.
Duelo de actrices
Como esperaban su emblemático productor Sam Spiegel (“Lawrence de Arabia”, La Reina de África”) y la Columbia, la película fue un éxito, a pesar de que la censura intentó cancelar su estreno. Y en parte fue gracias a sus magníficos actores, de los cuales Montgomery Clift era el más desubicado. En sus primeros minutos parece incluso más un detective privado –en “¡Qué grande es el cine!” lo comparaban con Philip Marlowe, y habría servido para encarnar al personaje- que un médico, y su inexpresividad es inusitada para el protagonista de “Yo, confieso” o “De aquí a la eternidad”. Pero Clift aceleró su propia muerte a los 46 años en 1966 después del accidente de coche que le dejó marcado el resto de su carrera, y que le paralizó parte de la cara. Comenzó una espiral de adicción al alcohol y las drogas que repercutiría en sus interpretaciones, algo de lo que no pudo salvarle en esta ocasión Elizabeth Taylor, íntima amiga suya desde que rodaron juntos “Un lugar en el sol” en 1951. Sus penetrantes ojos –su color es un rasgo que se menciona mucho en la película, y fue lo más expresivo que le quedó tras el accidente- ya no fueron los de antaño, olvidaba sus diálogos y tomaba calmantes para el dolor, detalles que crispaban a Mankiewicz, que le repudiaba durante el rodaje, una actitud que no gustó nada a las dos actrices, cuya relación con el cineasta se enfrió a partir de entonces. Se rumorea incluso que Hepburn le escupió a la cara tras finalizar el rodaje. Aún así, Taylor repetiría con el director en la que por entonces era la película más cara de la historia, “Cleopatra”, un éxito que le reportó un millón de dólares sin contar los beneficios en taquilla –no obstante, en 1959 ya cobraba medio millón-. Si a esto unimos que Hepburn prefería a Cuckor como director, el enfrentamiento estaba servido. A pesar de todo, la participación del actor es imprescindible, y aunque el propio Sebastian tenga más peso que él en la historia, aparece y habla lo justo y necesario.
El verdadero duelo actoral se da entre sus dos actrices, que se comen mutuamente ante la cámara. Ambas estaban en un momento muy dulce de sus carreras. Katharine Hepburn estaba más que consagrada como actriz, pero seguía demostrando que tenía un hueco en el cine, un privilegio del que no muchas intérpretes gozan en este negocio. Por su parte, Elizabeth Taylor era la gran sensación de los 50, una actriz con mayúsculas que se superaba en cada nuevo trabajo. Ambas afrontarían además su última década relevante en la profesión, pues en los 60 se irían prodigando cada vez menos en pantalla. Pero sus escenas juntas tienen una fuerza poco habitual en el séptimo arte. Hepburn aportaba solemnidad y experiencia, y Taylor era puro erotismo y talento, enamoraba al público con solo abrir los ojos. Por separado se comen la pantalla, pero juntas hacen que sea prescindible el resto del reparto y el decorado. Si las pusiéramos sobre un fondo negro, sin mayor ayuda qBue sus interpretaciones, la película no se resentiría.
Un paso más en la moral de una época
La película, al igual que la obra, causó polémica, y sobre ella intentó echarse el anticuado código Hays. A Williams no le gustó demasiado la adaptación, pero está considerada una de las mejores que se han hecho en la historia. En España ocurrió igual y se hicieron ligeras modificaciones para que la homosexualidad no escandalizara la moral franquista, aunque la visión del país que se daba no importaba en absoluto. Consiguió estrenarse pese a todo, siendo un éxito de crítica y público. Sus dos actrices lucharon entre sí por el Oscar, el Laurel y el Globo de Oro, y salió victoriosa Taylor, aunque ninguna se hiciera con el Oscar. Pero más allá de esto, el film supuso un paso adelante en la conservadora moral de la época, a la vez que supondría un vaticinio del cine que estaba por venir en los 60 desde el otro lado del Atlántico, cuando una horda de cineastas franceses rompió los moldes cinematográficos con la Nouvelle Vague. Sus temas tabú, su afán de provocación, sus escenas verbalmente tórridas… era como si el cine, por un momento, despertara en la sociedad cierto deseo de liberación.
Y lo mismo ocurre con los personajes. Cuando Violet escucha el testimonio de Catherine cierra el libro de poemas de Sebastian, ese que solamente escribía cada verano y que en aquel caluroso 1937 dejó vacío. En sus ojos puede verse que ella misma conoce la verdad sobre su hijo, por descabellada que pueda parecer, y esa verdad la desquicia, derriba todos los seguros muros que rodean su acomodada vida. Por su parte, Catherine se ve liberada, y el doctor Crukowicz derriba los muros que evitan que recuerde, haciéndola recuperar la cordura. Como si de un milagro se tratara, se da la vuelta a sus caracteres. La aparentemente cuerda enferma y la supuestamente loca se cura, todo en honor de una verdad horrible: la de una madre incapaz de asimilar la condición sexual y los vicios de un hijo que en su cabeza sigue rozando la perfección, y la de una prima que ha preferido encerrar sus recuerdos en un muro franqueable sólo con el psicoanálisis, no con la lobotomía.
¡Qué grande es el cine! (Coloquio sobre la película)